A la memoria de José Juan Sánchez Molina,
maestro querido y entusiasta defensor de las tradiciones de su pueblo.
Y a Juan Alba, hombre bueno, que se ha ido también antes de tiempo.
Descansen en paz y en nuestro recuerdo.
“Nunca es tarde para cortar la cuerda,
para volver a echar las campanas al vuelo,
para beber de ese agua que no ibas a beber. (…)”
Benjamín Prado
Como una ráfaga de luz, como un destello, como un soplo de aire fresco, como un empujón de aliento, la vida a veces va y nos sorprende gratamente cuando menos lo esperamos. Y es como si, de pronto, los pesares se aliviaran, como si todo tuviera sentido y hubiera tenido que ocurrir lo que ha ocurrido para llegar hasta aquí.
La esperanza, en ocasiones, se reviste de mañana de primavera, de amanecer temprano, de atardecer tardío, y se cuela en el móvil presagiando el verano, ilusionándonos. Se abre paso en el calendario y deja ver en él resquicios tranquilos y necesarios. No desaparecen los problemas, pero se aligeran, y remiten un poco las preocupaciones cuando a la vida en primavera le da por lucirse y, de mil maneras distintas, nos embelesa.
Cada cual sabrá qué cosas son las que le dan árnica en la briega diaria y hacen los días llevaderos: si un paseo, un viaje, un libro, la música, un abrazo, un beso… Ahora que se avecina el verano, es buen momento para buscar ocasiones en las que hacer cosas que nos llenen, alejados de protocolos, convencionalismos y deberes. Es preciso encontrar y disfrutar de tiempo de calidad para sentir que se vive y no solo que pasan los días. Es importante no posponer las cosas que apetece hacer, salvo que no quede más remedio. Porque un tren puede pasar dos veces, pero no será idéntico el trayecto. Ya Heráclito advirtió que nadie se baña dos veces en el mismo río. La vida fluye y si hay algo fácilmente constatable es el veloz paso del tiempo, sin que sea posible detenerlo. No obstante, cada día puede traer momentos tan fugaces como eternos, de esos que, aunque pasen, se quedan para siempre con nosotros, mientras la memoria quiera, acompañándonos, sosteniéndonos y consolándonos, por si vinieran días más aciagos.
El coraje levanta cada día nuestra persiana y a él y a las cosas gratas de la vida nos agarramos para seguir alzándola. Cada cual se echa al hombro su responsabilidad irrenunciable y afronta los días lo mejor que puede y sabe, con incertidumbre por la situación del mundo, con preocupación, con temor acaso, con el desasosiego propio de quien se sabe de paso, inerme ante el destino, expuesto a los caprichos de la suerte, pero también dejando abierta una espita por la que la alegría de vivir puede colarse. Si nos paramos a pensar, es realmente admirable la capacidad humana de cargarse pesos a la espalda y tirar hacia delante. Porque no hay otra opción o porque, quizás, ese sobreponerse a las adversidades sea uno de los rasgos más genuinamente humanos, como lo es la habilidad de gozar con cualquier cosa, por insignificante que parezca. Por mucho que suba el precio de la luz, sigue saliendo el sol a diario. Hay placeres gratuitos, al alcance de la mano. Pero es cierto que la carencia de recursos dificulta o impide la felicidad. Todo el mundo debería tener cubiertas las necesidades básicas. Sin eso, es prácticamente imposible encontrarle aliciente a la vida.
Pronto empezaremos un verano nuevo. El buen tiempo y los días largos invitan a desquitarnos de las renuncias a las que nos obligaron las restricciones de los últimos años, aunque conscientes de que el virus sigue acechando y no nos ha abandonado. El verano está para no desperdiciarlo porque el descanso es un auténtico regalo para aquellos que puedan disfrutarlo. Es un tiempo para vivirlo sin horarios fijados y viajar, leer, salir y entrar sin que la conciencia de su fugacidad consiga empañarlo. Ojalá sea un tiempo feliz y relajado, que compense de otros más tensos y amargos. Un tiempo para zambullirse en la vida y darse de bruces con su mejor cara. Porque, como en los versos de Benjamín Prado, nunca es tarde “para volver a echar las campanas al vuelo” ni para beber del agua que pensábamos que no íbamos a beber. Si aún se está a tiempo y es buen momento, siempre se puede cumplir algún sueño aletargado. Como escribió Pedro Salinas, ”un sueño solo es sueño/verdadero/cuando en materia mortal se desensueña y se encarna”. El verano es un perfecto escenario para desensoñar un sueño y encarnarlo. Un sueño como puede ser el de vivir a otro ritmo y descansar, convencidos como estamos de que vivir en verano lo soñado es infinitamente mejor que soñarlo.