Sólo sabemos que es verano

A  Francisco Sánchez Tejero, maestro y pintor.

Se fue a pintar de cerca el cielo, ya sin nubes de sufrimiento.

  Descanse con la misma paz que repartió sonriendo.

“Vive el día de hoy. Captúralo.

No fíes del incierto mañana”.

(Horacio)

No entendemos nada. Sólo que estamos aquí, que hace calor y que, cuando menos esperamos, va la vida y nos sorprende, a veces para bien y otras dándonos la espalda sin reparos. No sabemos qué pasará con Grecia, si se saldrá del euro o no, ni qué futuro nos espera. Sabemos sólo de este sol de julio, que quema, a la par que ignoramos cuántos atardeceres nos quedan. Vivimos entre el deseo de que no acabe nunca lo que nos gusta de este mundo y la conciencia de nuestra fugacidad. Cada momento es único y la vida una calle de un solo sentido, sin retorno posible, sin repescas ni reválidas. Un ahora o nunca.

 

Y, mientras, la realidad se impone implacable. Hablan las noticias de comentarios infames vertidos en las redes sociales, que algunos llaman humor negro, pero ofenden y atentan a la dignidad humana y no son ni pueden ser muestra de una, con frecuencia, sobredimensionada libertad de expresión. Se mofan vilmente del sufrimiento de millones de judíos exterminados en campos de concentración o de las víctimas del terrorismo etarra o de un cruel asesinato ocurrido hace años en Alcácer.

Pero, por detrás de la actualidad de los periódicos, está la vida cotidiana, la que a cada cual más le interesa y le afecta, la de todos los días, la más cercana. Esa con la que nos acostamos y levantamos, que en ocasiones nos lleva en volandas y de la que en otras tantas tiramos, sacando fuerzas hasta de donde no quedan. Como diría Serrat, “detrás de cada fecha,/detrás de cada cosa, /con su espina y su rosa, /detrás, está la gente”. Estamos nosotros. Ahora al comienzo de un verano que sólo guarda un parecido lejano con otros de botijos y sillas en la puerta, que recordamos. Los más afortunados se irán de vacaciones, a lugares conocidos o a otros nunca vistos. Si hay oportunidad, debe ser una época para viajar y disfrutar de otros paisajes y conocer otra gente. Que viajando se abre la mente y se ensancha el corazón. Aunque sea para acabar pensando que como en la casa de uno no se vive en ningún sitio, es bueno salir fuera. Donde sea. España ofrece suficientes lugares en los que perderse. Y, si nos vamos más lejos, veremos cómo es la vida fuera de nuestras fronteras, cómo hablan y viven otras personas, con costumbres muy distintas a las nuestras. Viajar es darle otra dimensión a la vida y hacerla más amplia, ya que no podemos alargarla. No nos arrepentiremos jamás de haber viajado. Y los que no puedan, aliviarán el calor como sea. El verano debe seguir siendo, a ser posible, un periodo de descanso, en el que cambiar de aires y de vida por unos días, alejados del despertador y las rutinas. Un tiempo para descubrir que hay otros mundos dentro del que vemos a diario y que hay vida fuera del trabajo.

En un verano que empieza caben encuentros, viajes, fiestas,… La vida se irá deslizando por estos días largos y calurosos de julio y agosto y se mostrará dispuesta a que la vivamos sin guardarle rencor por lo arrebatado. No es momento de reprocharle ausencias ni ajustarle cuentas. Llevamos las de perder porque ella gana siempre la partida. Mejor entonces vivirla, disfrutarla todo lo que se deje. Que, cuando queramos acordar, el verano habrá pasado. Por eso, mientras dure, hay que sacarle su jugo y saborearlo. No esperar al tren siguiente y subirnos sin dudarlo al que arranca cada día cuando amanece. No dejar pendiente lo que se pueda hacer o decir hoy. Que mañana queda lejos o puede que sea tarde.

No se trata de estresarse agobiados por la idea de que la vida es breve, pero sí de apreciar el tiempo. No malgastarlo, no tirarlo por la borda de los días rutinarios, no matar las horas. Hay que aprovechar las ocasiones que se presenten de ser felices. Es verdad que no siempre es verano, ni son todo el año los días tan luminosos y tan largos, pero mal haríamos en desperdiciar este mes de julio, que invita a no ponerle sordina a las ilusiones ni freno de mano a las ganas de vivir alegres, si cabe, y, a pesar de los sombríos presagios de los telediarios, esperanzados. Aferrados a esta nuestra vida, la única que conocemos y a la que, sin entenderla, nos agarramos, pese a los pesares que pesan, y hasta entusiasmados, especialmente cuando empieza un nuevo verano.