Soledades

                                                                                                                                                                                          A quienes se sienten solos,

                                                                                                                             para que cambie su suerte. 

“después de la alegría
después de la plenitud
después del amor
viene la soledad”

Mario Benedetti

“A mis soledades voy, de mis soledades vengo”, escribió Lope de Vega. Dicen las estadísticas que va aumentando el número de personas solas, que estamos cada vez más solos pese a estar, aparentemente, más comunicados que nunca. O es que, quizás, solo estamos interconectados. Otra cosa es que nos comuniquemos. Las redes sociales o el “whatsapp” son utilizados, generalmente, como una manera de estar informados. Las tecnologías son un medio privilegiado para comunicarse, pero,a menudo, se usan para fijarse en si alguien ha cambiado su foto de perfil o a qué hora se conectó por última vez, o para reenviar chistes, memes, etc.,más que como una manera de mantener vivas las relaciones, de tal modo que la soledad puede ser directamente proporcional al número de contactos que se tienen en el móvil.

La soledad se considera ya una epidemia en el primer mundo. En el Reino Unido se ha creado el Ministerio de la Soledad. Es la constatación de que este mal hace estragos en nuestra sociedad occidental. Lo comprobamos cuando las noticias, de vez en cuando, nos dicen que se ha encontrado muerta a una persona que llevaba meses desaparecida y a la que nadie había echado en falta.

Perdido, quizás, el gusto por la conversación, falta la comunicación de alma a alma. Se echan de menos charlas que llenen.La prisa, el egoísmo… hacen cierto aquello de “cada uno va a su avío”. Con algunas excepciones, es así. Y, hasta cierto punto, es lógico. Bastante tiene cada uno con lo que tiene. Da la impresión de que necesitamos a los demás en tanto nos son útiles y no porque nos importen o nos interesen sus avatares, sus problemas, su estado de ánimo o cómo lo puedan estar pasando.

La soledad es necesaria y es buena si es creativa. No se puede crear nada en medio del ruido. Hay una soledad sonora, como la famosa obra de Juan Ramón Jiménez. Y hay otra impuesta por las circunstancias: por ejemplo,porque se ha ido el amor de toda la vida o porque no ha llegado ni se le espera. Y ésa, en ocasiones, es dura, muy dura, porque lacera, mina, se clava como un puñal en el alma y la horada volviendo rutina los días, haciendo que pese la vida.

Aunque siempre es mejor la soledad que una compañía superflua, inconsistente, que dé más frío que calor.La soledad es preferible a una compañía que no acompañe.Pero, en lo posible, hay que paliarla y quedarnos únicamente con la soledad a ratos, con la escogida libremente, con la que nos ayuda a encontrarnos con lo que llevamos dentro y sacar fuera lo mejor de nosotros. Deberíamos también intentar aliviar la que otros sufren. Basta un rato de charla, una llamada, un mensaje de “whatsapp” que no se limite a reenviar uno que nos han mandado y se interese de verdad por nuestra salud, por cómo nos va la vida. No es tan difícil, pero hay que querer. Y, probablemente, nos animemos a hacerlo cuando comprobemos lo bien que sienta hablar con otra gente, piense igual o distinto a nosotros, cuánto se aprende escuchando y cómo se acortan las horas charlando o estando acompañados. Las alegrías se duplican y las penas se aminoran si se comparten. Tenemos recursos para no estar ni sentirnos solos. Usémoslos. Y, por encima de la tecnología, reivindiquemos la presencia física,porque nada la supera. No solo “la dolencia de amor” se cura “con la presencia y la figura”, como dejó escrito S. Juan de la Cruz. También la soledad. Acompañados, los miedos menguan; las angustias retroceden un poco; dimite la apatía. Si la compañía es buena, aumenta la ilusión y la vida se alegra y vuelve más llevadera, y hasta la rutina parece vestirse de fiesta.

Nos guste más o menos, somos seres sociales. Descubramos que los demás no son nuestro infierno, como pensaba Sartre. No siempre, al menos. Algunos pueden ser y son el cielo porque parece que lo tocamos estando a gustoa su lado, porque nos redimen de la soledad vuelta condena. No vinimos a este mundo a estar solos. La vida está hecha de nombres que deben ser algo más que un contacto en el móvil. Busquemos, propiciemos, cultivemos el encuentro.Será el mejor antídoto contra la soledad, la mejor manera de vacunarnos frente a ella. Y, si, a pesar de todo, llegara, dejemos la puerta del corazón entreabierta, aunque con cautela, por si alguien a entrar por ella se atreviera…

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