SOL DE INVIERNO

A la hora de intentar escribir un artículo bonito para la Navidad afloran a diario penosas actuaciones y decisiones políticas que achantan el ánimo positivo y la esperanza de que esta piel de toro llamada España adquiera seriedad en su futuro. Los españoles lo deseamos, pero quienes gobiernan y los que quieren hacerlo parece que nos desoyen, otra vez.
Ayer fue el día de Navidad. El concepto navidad deriva del latín “nativitas”, nacimiento, y de ello hablaremos hoy de alguna manera, con todo el respeto. La mayoría de las ocasiones solo nos referimos al nacido, olvidando que un nacimiento siempre precisa unos genes, y, la mayoría de las veces, una decisión. Esa elección, natural por otra parte, la toman nuestros padres. Cuando estudiábamos biología en el colegio, nos decían que las características de los animales eran que “nacen, crecen, se reproducen y mueren”. Como seres que nos creemos superiores, los humanos hemos añadido otros verbos que progresivamente se han tornado más complejos…, y casi nos han hecho olvidar nuestro perecedero ciclo vital.
Muchas veces, los hijos nos acordamos de los padres y les agradecemos lo que han hecho por nosotros de manera tardía. A veces incluso tan tarde que ya nos dejaron y no pueden escucharnos. Hoy quiero hacer un guiño sonoro a los míos, con palabras sencillas, partiendo del rincón de esta columna, para recordarles lo bien que lo han hecho con nosotros, sus hijos, y decirles claramente, que no lo podrían haber hecho mejor. Viven ya con varias enfermedades y pocas fuerzas, sordos, con unas expectativas estancadas, pero siempre dando buenos consejos cuando nos tienen cerca. Ayer pudimos reunirnos en la sobremesa para tomar un chocolate con dulces, e incluso nos dieron un regalillo navideño. Nunca han gastado en ellos. Siempre han antepuesto nuestras necesidades a las suyas. Y ahora, ya ancianos, nos siguen enseñando, desde su experiencia y cercanía, lo más reseñable de la vida. Nos recuerdan la importancia de la lealtad, ejemplaridad, respecto, verdad, bondad, honestidad, honradez y sencillez. Nos alejan de la envidia y la soberbia, nos animan al trabajo y a disfrutar de las pequeñas cosas. Tal vez repita mucho estas palabras en mis escritos, pero las he escuchado mucho en sus labios y han penetrado muy profundo en mi memoria. Mis padres vivieron una infancia de postguerra difícil, muy difícil, en el campo, dependiendo de sus brazos y sus manos para ganar un pan escaso, para vestir mal y para conseguir una mínima formación escolar. Y eran inteligentes, como muchos de aquella época que no pudieron estudiar por su origen humilde. Esa capacidad la han podido trasladar a aquellas funciones que sí han asumido, porque ya nos adelantó Howard Gardner que hay múltiples inteligencias y Daniel Goleman nos enseñó que lo más importante no es el coeficiente intelectual, que lo tenían, sino la adaptación al medio y la facilidad para la resolución de problemas, con una adecuación emocional añadida. La capacidad de contacto social sí se nos vio algo reducida al vivir en el campo, pero fueron muchos los vecinos que se relacionaban entre sí y con nosotros, incluso con mayor alegría y ganas de reír que ahora, a pesar de que las penurias eran mayores entonces. Las condiciones de vida eran realmente duras. Se perdía mucho tiempo en realizar tareas básicas como ir a lavar o ir a por agua, que ya solo se ven en otros países. Mis padres tuvieron continuamente una gran capacidad de priorización. Ante la escasez, siempre tuvieron claro qué era lo más importante y lo más necesario. Nosotros no tuvimos muchos juguetes, lo que hizo desarrollar nuestra imaginación. No tuvimos muchos vestidos, por lo que nos dimos cuenta de lo irrelevante de las marcas y lo necesario del abrigo. Nos enseñaron a no desear las cosas de los demás que eran mejores que las nuestras, lo que nos ahorró el sufrimiento de la codicia. No nos faltó la buena alimentación, incluidas las proteínas que los animales de granja nos proporcionaban. Ellos, mis padres, sí padecieron más necesidades. Cierto es que vivieron una época de niñez en la postguerra, pero también es cierto que lo poco de que se disponía en este país no se repartió adecuadamente. Había mucho odio, mucho estigma partidista, y los inocentes que nacieron en familias desfavorecidas acusaron el golpe de una forma más contundente. No puedo olvidar que en la actualidad hay también familias pasándolo muy mal y no hemos hecho un verdadero plan de acción para resolverlo, más allá de algunos brindis políticos al sol, hipocresía manifiesta del mundo consumista e individualista (de nosotros) y trabajo abnegado de algunos voluntarios que laboran para los demás en organizaciones no gubernamentales, cada vez con menos recursos.
Mis padres se trasladaron hace ya casi cuarenta años a una pequeña casa de Rute, donde permanecen juntos aún. Siempre han estado unidos. A pesar de la adversidad y los achaques, los veo felices. Nunca le pidieron a la vida más de lo que les dio, pero han sabido disfrutar de pequeños placeres que no deben olvidarse. Ahora casi no se oyen y la charla que establecen a veces es algo surrealista, pero muy graciosa. Siempre se han tenido respeto. Siempre se han querido. Y siempre nos han querido.
Ahora me dirigiré directamente a ellos. No puedo desearos nada mejor que salud para la edad que tenéis, porque ayuda no os faltará. No nos dará tiempo de devolveros el cariño, el amor y la dedicación que nos habéis dado. Esto que os digo, lo hago con la verdad de mi alma, lo que otros pueden llamar también corazón, desde un sentimiento genuino de unidad con vosotros.
Y yo, hoy, además, he pensado en escribir lo mucho que os agradezco mi nacimiento, mi navidad, mi vida, porque sin vosotros no habría visto la luz, ni podría estar disfrutando de este sol de invierno.

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