Un todo siempre es más que la suma de las partes

Agradezco enormemente al Ayuntamiento de Rute el pedacito que me corresponde del Premio Villa de Rute a las relaciones humanas otorgado el pasado 28 de este febrero pandémico al personal docente de nuestro pueblo. Hablo en mi nombre cuando digo que es todo un honor que se reconozca el trabajo que el profesorado ha realizado durante los días más duros de este último año. Ha sido un tiempo de oscuridad, de frío —mucho mucho frío literal y metafórico—, de miedo compartido en un edificio que no está hecho contener miedos, de tareas imposibles y aun así cumplidas, de estrictas y nuevas normas, de aprender y desaprender los afectos, de no terminar de entender del todo si lo que estábamos haciendo serviría o no a nuestro entorno.
Recuerdo que los primeros días de la vuelta en septiembre se me hicieron eternos. No soy demasiado bueno asumiendo reglas muy estrictas y me agobio con bastante facilidad ante las pautas muy marcadas de comportamiento. Pero nadie nos había preparado para esto. La formación y la información que el profesorado recibió para enfrentarse de nuevo a sus clases fue ninguna. No estoy diciendo con esto que así debiera haber sido, pues había causas mucho más justas por las que luchar, objetivos más claros y, por supuesto, trabajadores y trabajadoras que desde un principio se consideraron esenciales, que no dudaron en seguir en sus puestos incluso cuando todo el mundo estaba confinado y seguro en casa. Esos mismos, por cierto, que todavía siguen sin vacunar. Todo lo que los docentes sí supimos fue lo que nuestro equipo directivo, lo que nuestro coordinador a este respecto, Diego Arenas, nos propuso. Y nunca acabaremos por agradecerle tanto trabajo, tanta dedicación y tanto esfuerzo a la labor que comenzó durante el verano y que culminó en un protocolo de actuación que todos, alumnado y profesorado, hemos asumido como una forma de vida dentro de nuestro centro. No voy a detallar ese protocolo del que les hablo, porque todos vivimos en uno parecido en nuestras zonas de trabajo, y porque el IES Nuevo Scala es y ha sido siempre un corazón latiente de esta localidad. Todos hemos pasado por él y todos, de alguna manera, aquí seguimos. Eso es un centro educativo, al fin y al cabo.
Pero la realidad es que para que el miedo no muerda, asumimos más rápidamente las nuevas normas. El ser humano es así, está diseñado para adaptarse a cualquier situación, incluso a una mecánica ajena y antipedagógica en cierta medida. Lo realmente extraño es que mientras a los adultos nos costó una infinidad de horas encontrar los nuevos caminos, entender cómo movernos, cómo dar clases donde todo era excepcional, a nosotros quienes nos han sorprendido han sido los alumnos y las alumnas. De una forma admirable asumieron que juntos formábamos parte de un todo, que protegerse era protegernos en comunidad, que mantener las ventanas abiertas los días de lluvia y frío era necesario, aunque pareciera una locura cuando las pizarras se mojaban por la humedad del ambiente o cuando no podían escribir con las manos heladas. Muchas veces hemos comentado mis compañeros y yo que esa aparente facilidad para la adaptación de los niños es también falsa. Es forzosa, que es distinto. Y produce mucho pavor, en cuanto uno lo razona desde el extrañamiento, ver que están aceptando —qué remedio— estas reglas del juego. Que sean necesarias nadie lo pone en duda. Que aquí vienen a aprender a ser críticos y maravillosamente contestatarios, tampoco. Y si no se han quejado —aunque muchos lo hayan hecho a su forma— ha sido por el bien común. Porque han entendido lo que muchos políticos ignoran, ya no sé si a conciencia, y es que en sociedad el todo es mucho más que la suma de las partes, que ser libres implica también su parcela de cuidados, que aprender a ser seres sociales por encima de la individualidad es algo que jamás debemos olvidar de esta lección que todavía ni siquiera ha terminado. Por eso nos comprometemos con los demás, con los que no se ven, con los que no brillan en los telediarios. Por todo esto seguimos asistiendo todos los días a nuestros trabajos no ya con miedo, pero sí con respeto.
Así, mi pequeñísima parte del Premio Villa de Rute a las relaciones humanas yo la pongo también a disposición de mis alumnos y mis alumnas, de sus familias, de todos aquellos que han perdido a alguien durante la pandemia y han seguido asistiendo día tras día a este centro para que la vida parezca otra, algo distinto y común, compartido en definitiva. Vosotros y vosotras sois la sociedad que merecemos. La que no se ve, pero que ya brilla.

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