Rute despide con honores al pez del amor

  • El entierro de la sardina congrega a dolientes que buscan su reencarnación en la magia de un antifaz

  • El funeral más irreverente recrea un llanto ficticio para poder reírse realmente de la vida

El sepelio convirtió las calles de Rute en un río de color y licor con estaciones de penitencia

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Con frecuencia se buscan propiedades afrodisíacas en infinidad de alimentos, desde la fruta hasta las ostras o condimentos como la canela. Resulta que no: que el pez del amor tiene menos glamur y pasea de forma casi anónima por el mar (o por el monte, según contaban las mentiras). Si es cierto el refrán de que “quien bien te quiere te hará llorar”, la sardina ostenta por derecho propio el título de embajadora del amor en aguas saladas. Porque en Rute se llora cada año su pérdida en el miércoles de ceniza. Y a juzgar por la intensidad de los lamentos, el cariño que dejó en vida debió de ser mucho. Antes de que la cuaresma derrame lágrimas de sangre e incienso, en Carnaval se llora de risa, quizá menos espiritual pero socialmente un ejercicio más sano. Si un evento purifica el alma, el otro purifica los malos rollos. Se llora su muerte para poder reírse de la vida.

La sardinita se ha convertido en una cantera para los dolientes del mañana

Su funeral es un río de color y licor que nace en el Parque Nuestra Señora del Carmen, pasa por las calles a contracorriente, de abajo a arriba del pueblo, haciendo estación de penitencia en los bares, y desemboca en un mar de fuego. Con el mismo bamboleo de sus olas, “la sardina camina p’adelante, la sardina camina p’atrás”, hasta que el malecón de los dolientes la empuja a su irremisible destino, a golpe de letanías de la charanga Los Piononos. Son el coro celestial que conduce la homilía oficiada por los sacerdotes de la redención. Como las viudas o los portadores de la guadaña, su presencia es clave en este sepelio, porque portan el cáliz de agua destilada para bendecir a los feligreses.

Hasta el hecho de quemar el arenque en la calle Málaga redondea la metáfora de un río desembocando en la costa, en el mar de la reencarnación. Hay que purificarse en sus llamas para regenerarse con energías renovadas. Sus cenizas no hacen cruces en la frente: se elevan al cielo de la noche ruteña y se pegan a los corazones de los fieles para garantizar su esperanza. Si Donald Trump activa el botón de “Game over” para volar el mundo y todos saltamos por los aires, que nuestras cenizas siembren al caer en la tierra baldía un futuro donde sea eternamente carnaval. Y si un día dejan de estar los dolientes de ahora, que no lamenten su ausencia, que su relevo vendrá de la mano de la sardinita. En los colegios se educa en valores, y no hay valor más alto que el de la risa, un arma de construcción masiva. Este funeral infantil es la cantera para el día de mañana. La sardina 2017 descansa en paz. Larga vida a la sardina… y al Carnaval.

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