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En torno al 15 de agosto se acumulan recuerdos y una forma de creer y sentir que en este año del centenario se han vivido de una forma más especial e intensa
Llegó el 15 de agosto en Rute. De por sí, la fecha conlleva un cúmulo de emociones, recuerdos, vivencias, fe, fervor o devoción. Es todo lo que genera en la memoria colectiva la combinación de religiosidad popular, sentimiento de pertenencia y amor por unas raíces compartidas. A la Virgen del Carmen se le pide, se le reza, pero también se vuelve a Ella porque es una forma de regresar a casa, a la familia, los recuerdos y la vida, a todo lo que nos une como seres tribales que necesitan espacios y sentimientos comunes. Cada cual lo vive a su manera, pero en esta fecha se reactiva ese inconsciente colectivo, global y personal a un tiempo.
Cada año, conforme se acerca el 15 de agosto, hay una vuelta a ese pasado que se hace presente, a esa tradición que se renueva de forma cíclica. Pero este 15 de agosto no era uno más del calendario. Las de este año eran las Fiestas Patronales centenarias. Un 13 de febrero de 1924 la Virgen del Carmen fue proclamada Patrona de Rute. Seis meses después saldría en procesión por primera vez con tal rango y distinción. Festejar este 15 de agosto era en parte viajar en el tiempo un siglo atrás para celebrar el júbilo de entonces y todo lo que vendría después. No hay que perder de vista que parte del Rute actual, de su paisaje urbano, se configura a partir de aquella efeméride.
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Cuesta cien años después imaginar cómo sería ver a la Virgen del Carmen en procesión sin que pasara junto al parque que lleva su nombre. No cuesta, en cambio, comprender que las emociones que se vivieron entonces no difieren en exceso de las de ahora, porque hay sentimientos previos a eventos concretos, por notorios que sean. Como había apuntado el pregonero del año del centenario, Anselmo Córdoba, a la Virgen del Carmen se la ha pregonado antes de que existieran los pregones.
Es ese vínculo emocional, invisible, el que une en torno a esta fecha una generación tras otra: una madre retoca la mantilla a su hija, mientras la nieta, todavía casi un bebé, las contempla con la certeza en su mirada y en su interior de que algún día ella también acompañará así a la Virgen. De igual modo, los hijos heredan de sus padres un puesto bajo el trono como el bien más preciado. Algunos sabían que ese lugar les correspondería porque desde pequeños han ido de la mano junto al varal.
La memoria funciona así, con su propio cordón umbilical entre generaciones, como una mochila cargada de recuerdos que, a fuerza de estar ahí desde siempre, no se sabe cuándo empezaron. Pero están en cada 15 de agosto cuando amanece y la Banda Municipal da el toque de diana para abrir esa mochila metafórica y dejar que esas vivencias se esparzan como el aroma de Rute en verano; para certificar que la función religiosa es otra fiesta, la primera ocasión de ver a la Patrona en su día grande.
Hasta el desfile de gigantes y cabezudos sobrepasa lo meramente lúdico o festivo. En los niños que salen hoy se ven reflejados los que salieron ayer. Después, el calor aprieta e impacienta, porque las nueve de la noche (de la tarde aún, en realidad) es una hora que parece no llegar, o que, por el contrario, llega sin estar del todo a punto. Pero, más allá de esa percepción personal, hay una certeza cronológica: a esa hora la Patrona volverá a la calle, a reencontrarse con su pueblo. Cuando la Virgen del Carmen asoma por el dintel de Santa Catalina lo hace acompañada de lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Cuando sale a la calle la esperan los que están y los que se fueron, que se hacen presentes en esas vivencias heredadas. Aunque faltan, fueron quienes enseñaron a creer, a vivir y a sentir en torno a una imagen y una fecha.
Quienes tuvieron la suerte de vivir estas fiestas en primera persona han podido recrearlo en este aniversario tan especial. Pregoneros, reinas y damas de otros años fueron invitados por la real archicofradía. La ocasión lo merecía. Por eso mismo, en lugar de las dos bandas de acompañamiento, esta vez hubo tres, la Agrupación María Santísima de los Dolores “El Rescate de Linares”, abriendo, y las dos de Rute, la Agrupación Santo Ángel Custodio y por supuesto la Banda Municipal, ciento cincuenta años tocando a la Virgen del Carmen, cien años tocando a la Patrona.
Y poblando las calles de siempre, más gente que nunca. Como los nardos que adornan y dan olor a su trono, Rute florece en días como éste y se llena de público que quiere recrear momentos tantas veces repetidos como si fueran únicos, porque cada experiencia es irrepetible. En las calles hay vida el 15 de agosto. Se quiere volver a vivir la subida al Barrio Alto, la bajada por el Cerro, la llegada a San Pedro y el Paseo Francisco Salto, con los fuegos artificiales y el regreso, en fin, al santuario. En él entró la Patrona a las dos de la madrugada. Terminaban así sus fiestas, pero no las celebraciones. Todavía quedan emociones pendientes hasta el 12 de octubre, cuando concluya el Año Jubilar, el que conmemora el centenario del patronazgo. Quienes salieron este año sabían que estaban asistiendo a un siglo de Fiestas Patronales. Nada menos