Rute siempre

A José Zamora Tejero, buen hombre,
que siempre me guardaba las revistas de las fiestas,
y, cómo no, a D. Ángel López del Rincón,
maestro de ruteños y hombre bueno.
Su recuerdo no se lo llevará el tiempo.

 

Cuando abrimos los ojos, recién llegados al mundo, ya estaba Rute ahí. Y, poco a poco, sin darnos cuenta, todo lo suyo se fue volviendo nuestro. Nuestro su parque, sus calles empinadas, sus piononos y sus hojaldres. La vida era Rute. No había Virgen como la del Carmen ni romería como la de la Morenita, ni anís como el que con su olor impregnaba el aire de Rute.
Fuimos creciendo. El azar, la vida, tejiendo por su cuenta los hilos de la nuestra, fue haciendo y deshaciendo a su antojo. La voluntad es fuerte, pero lo que acontece escapa casi siempre a nuestros designios. Y Rute, cobijo nuestro, siguió estando ahí en todo momento y sigue aquí, variando lentamente su aspecto. Cada vez cuesta más encontrar gente sentada al fresco. El tiempo cambió la charla con los vecinos en la puerta de la casa por la fría compañía de una pantalla. Pero, a pesar de los inevitables cambios, en agosto aún puede encontrarse lo de siempre: la novena, el rosario de la aurora un domingo por la mañana temprano y la Virgen saliendo al anochecer del Día del Carmen, llenando la tarde que cae de suspiros, deseos, emociones y nardos.
Van cambiando los modelos de luces en las calles, son otras las damas, otros los Hermanos Mayores, se relevan costaleros…, pero Rute es en esencia el mismo. Le falta, eso sí, gente, presencias que ya solo vienen si las evocamos en la memoria. Es el tributo que la vida se cobra, cada año con más recargo. Por eso, conscientes de que en cualquier momento la suerte se torna, nos agarramos a lo que tenemos y tratamos de aprovechar de cada cosa su encanto y vivir el momento al máximo. Y agosto, aún, sigue sabiendo a fiestas del Carmen y a feria que baila de fecha pero se mantiene. Rute, por fortuna, continúa pareciéndose a todo lo que su nombre evoca. Es la infancia y es la adolescencia y lo sentido en este pueblo. Bien sabemos que en el pulso que mantenemos con el tiempo llevamos las de perder. Siempre vence él, pero todo lo que podamos robarle a las horas a su paso es nuestro. Lo que vivamos aquí, ahora, este agosto, no nos lo quita nadie. Ya sabemos que agosto corre más que otros meses, pero lo que en sus días quepa nos quedará para siempre en el recuerdo. No hay lugar para la rutina, aunque se repita lo mismo de todos los años. Siempre existe un rincón para lo imprevisible y un hueco para lo inesperado. Y hay sitio para los que vuelven a su pueblo y para quienes viven aquí todo el año y tienen la suerte inmensa de ver a diario cómo amanece por detrás de la sierra y cómo se pone el sol en “los Barrancos”.
Las fiestas invitan a salir y vivirlas, por más que se arrastren pérdidas o no acaben de cerrar algunas heridas. Necesitamos cada agosto ese empujón de vida, ese aliento que llena y reconforta y que nos da el reconocernos en lo que vivimos, en el suelo que pisamos, en la gente conocida que tiene una palabra amable que decirnos y compensa los mudos contactos que solo son un nombre en una lista alfabética del móvil. El alma busca incansable la realidad distinta de las vacaciones, el color diferente de los días sin obligaciones. Y encuentra, dichosamente, ese Rute que sigue siendo, en buena medida, como siempre ha sido y que, orgulloso, saca a la calle el 15 de agosto a su Virgen del Carmen, con esa cara que es imposible cansarse de mirar por más que se mire. Y quien más, quien menos, sentirá la dicha de estar vivo, presente, asistiendo un año más a nuestras fiestas de siempre, impasibles al paso del tiempo, resistentes. Le asaltará la sensación de querer parar las agujas y que el reloj se detenga en agosto, por más que sea cierto que la felicidad viste por lo general ropa de diario. Aún así, algo tiene agosto que quisiéramos detener como se quiere retener un sueño bueno y no despertarse y seguir soñándolo despiertos. Tal vez sea eso Rute: nuestro sueño recurrente dormidos y despiertos, lo primero que nos viene a la cabeza desde lo más hondo del alma cuando leemos o escuchamos su nombre, lo que no sabemos decir pero sentimos, esto que nos bulle por dentro, el deseo eterno de que siga siendo eso que tanto queremos, todo lo vivido en él y en este aquí y ahora al alcance de nuestros dedos; ese lugar único dispuesto para dejarse disfrutar siempre y, especialmente, en estas fiestas de la Virgen del Carmen. ¡Disfrutémoslas, ruteños!

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