Rute se reencuentra con sus señas de identidad carmelitanas en la procesión de la Patrona

  • La gente volvió a echarse a la calle para festejar su devoción por la Virgen del Carmen

  • Con la procesión del 15 de agosto culminaron los días grandes de las Fiestas Patronales

procesión
Hasta el tramo final del recorrido, ya en la calle Toledo, la multitud no dejó de acompañar a la Virgen del Carmen

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Reencuentro y originalidad, un bucle que se repite cada año, de forma cíclica, y en cada repetición se reinventa y se renueva. Hay un sentimiento de devoción que empuja a la gente a la calle cada 15 de agosto, pero también de búsqueda de su propia identidad. Se repasan las imágenes y se calcan de un año para otro los momentos más relevantes, aquellos lugares del recorrido de la Virgen del Carmen donde todo el mundo quiere estar: la salida, el paso por el Círculo de Rute, la subida a San Francisco de Asís, la bajada por el Cerro para contemplarla desde las peanas, el escorzo del trono en el llanete de San Pedro, la llegada al parque, el trayecto final de vuelta a su ermita, pasando por el Ayuntamiento… Cada cual tiene sus puntos elegidos y el resultado conjunto es que en todo el trayecto la multitud colma las calles y sus expectativas de ver a la Virgen. Completan el nutrido cortejo que conforman los representantes públicos, políticos y del clero, las autoridades y los miembros del resto de cofradías y hermandades ruteñas.

Así es un año tras otro, y sin embargo en cada ocasión hay un instante que queda en la retina porque guarda un elemento diferenciador. Puede que con el tiempo se olvide cuándo se produjo un detalle determinado: una petalada, una marcha, un cohete. Pero a quien lo vive no se le olvida que esa vez fue distinto. Con el paso del tiempo, de este año se recordará, con un suspiro de alivio, la incertidumbre inicial ante el temor de que la lluvia se afianzara en la noche del 15 de agosto. Después de semanas sin caer ni una sola gota, la tarde se había ido nublando y el miedo a una típica tormenta de verano era más que razonable. De hecho, cuando el trono cruzó la puerta principal de Santa Catalina el “chirimiri”, si no intenso, al menos sí que era palpable. Aun así, los miembros de la archicofradía se la jugaron. Los primeros minutos del recorrido no estarían exentos de dudas, de murmullos porque la Virgen no se movía y la llovizna, aunque intermitente, no se acababa de ir.

Contrastaba ese cielo encapotado al caer la tarde con una mañana que había amanecido soleada. Más luz aún dio en el comienzo la Banda Municipal con su diana. Después, vendría la solemne función religiosa, con la presencia de la Coral Polifónica Bel Canto. Y antes de que terminara la mañana, los gigantes y cabezudos pondrían la nota más festiva. En principio, nada hacía temer la lluvia y precisamente amenazó con hacerse ver a la hora de la salida procesional. Sin embargo, en esta ocasión, la perseverancia, o tal vez la fe llevaba al terreno meteorológico, tuvieron su premio. Tras esos instantes inciertos, la noche despejó de forma definitiva, y Rute simbolizó el triunfo de una devoción y de un pueblo entregado a su Patrona. Disfrutaron de verla en su trono, mecida a los sones de la Banda Municipal. Bajo la dirección de Miguel Herrero se sucedieron los himnos que, junto con los cantos de los Hermanos de la Aurora, conforman el imaginario sonoro del carmelita. El acompañamiento musical se remataba, abriendo el cortejo, con otra agrupación de campanillas, la de Nuestro Padre Jesús Despojado, de Jaén, que repetía después de su presencia en Rute el año pasado. Y aunque no esté presente físicamente, la voz de Diana Navarro sonando en la megafonía engrandece el momento en que el trono llega al Círculo de Rute.

Como las imágenes, los sonidos forman parte del inconsciente colectivo carmelitano. Con dos sentidos tan fuertes como la vista y el oído se reafirman los sentimientos. Por eso, gusta repetir esa experiencia que en sí misma se renueva. Imagen y sonido suman para dar como resultado emoción y estremecimiento: el que recorre como un escalofrío los cuerpos cuando las costaleras mecen a la Virgen. Primero, con la “Salve Marinera”, la de Cristóbal Oudrid. A continuación, con el genuino “Himno”, el que personificó en su letra para Rute Pemán, con música de Ramón Medina. Y tras los fuegos artificiales, en el regreso a la calle Toledo, la Banda Municipal, nuestra entrañable banda, “se recrea” con la música de sus paisanos. Encadena de forma consecutiva “Reina entre olivares”, de Antonio González Écija, y “Reina y Señora” de Francisco López, para repetir el “Himno” y dar al tramo final un punto vitalista que compense la melancolía de que el día grande se acaba.

La Virgen del Carmen enfila la bajada de “Los Barrancos” para volver a su ermita. Es una entrada técnicamente difícil, por las dimensiones de la puerta, por la estrechez de la calle, por sortear al público que se agolpa en este rincón tan personal y emblemático. Pero sus propios gritos son el aliento para que los costaleros acometan la empresa con éxito. Entre las habituales exclamaciones de “¡Viva la Virgen del Carmen!” o “¡Viva la Patrona de Rute!” se escapa otra más inesperada: “¡Viva el 15 de agosto!”. Sin duda, aquí no es una fecha más; es uno de esos días en torno a los cuales se conforma la idiosincrasia de un pueblo.

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