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La Molina volvió a ser un hervidero de gente que salió a saludar a quienes regresaban de la romería de Andújar en honor a la Virgen de la Cabeza
No importa que haya llovido bastante menos de lo esperado; que los campos estén más secos, que la gayomba apenas haya brindado con cuentagotas su inigualable aroma. Cuando llega mayo, en Rute hay otro olor y otra luz. No sólo la gente se viste de fiesta para recibir tras el último domingo de abril a los hermanos de Andújar. Como Sevilla, Rute tiene un color especial y parece que reluciera para recibir a quienes regresan del Cerro del Cabezo. En contraste con ese verde de La Molina y el naranja del sol que se pone por la Sierra de Araceli, la imagen de estos peregrinos del siglo XXI remite al blanco y negro. Son el testimonio de un tiempo en sepia, el de quienes pasaban vicisitudes para ir a tierras jienenses, a rendir honores a la Morenita genuina.
- La vuelta del Cerro del Cabezo anuncia la inminencia de las Fiestas en honor a la Morenita
Pese a la distancia, Rute y Andújar comparten un par estampas de esas que se agarran a las vísceras: una sierra que ha marcado su día a día a lo largo de la Historia y una devoción rayana en lo irracional por la Virgen de la Cabeza. Fe lo llaman. Su naturaleza no es empírica ni lógica, desde luego, pero sí palpable. Quizá por eso se recibe a los hermanos de Andújar como a quien ha visto algo en primicia, portavoces de lo que está por venir. Saben que las Fiestas de la Morenita no arrancan en Rute, porque hasta en eso son especiales. Se fraguan en Jaén, en la romería más antigua de España.
Con esa idea en la mente, han ido generaciones que han sucedido a las precedentes: del camino a pie a más de cien kilómetros en un burro o una carreta, de la carreta a un autobús y del autobús al automóvil. Sin saber de ellos hasta que volvían el lunes a última hora de la tarde, teniendo alguna noticia puntual con una llamada telefónica o viviéndolo en tiempo real a través de las redes sociales. Cambiaron los medios de locomoción y de comunicación, pero no cambió la filosofía. Los móviles captan ese tiempo detenido, ese tiempo que decide esperar un día más después del domingo de romería para reconstruir con más fidelidad lo que sintieron tantos antepasados.
La Molina es el escenario de ese reencuentro con el pasado. Son centenares los que se acercan movidos por la curiosidad a contemplar ese óleo atemporal en movimiento. Y conforme el movimiento llega a Rute como un soplo de primavera y se encamina al Llano, limpia incertidumbres y afianza valores y pertenencia: ese soplo se airea con las banderas y los pendones que tremolan, refresca como el aguardiente ofrecido en la entrada las gargantas, para que puedan cantar los himnos a la Virgen de la Cabeza, para secundar esos “vivas” que resuenan en cada esquina de San Francisco y ese “Morenita, guapa” que se jalea. La banda sonora del mayo ruteño ya ha comenzado a hacerse oír.