Recomenzando

A Sole Moreno.
A su familia, para que, de alguna manera,
encuentre esperanza y consuelo.

“¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo?”
Vincent van Gogh

Tras el paréntesis, siempre breve, de las vacaciones, vuelven las clases, el trabajo, la tarea interrumpida hace apenas unas semanas, lo cotidiano. El verano, ahora que ha pasado, parece haber sido un espejismo, un visto y no visto, un sueño corto que se acabó antes de lo deseado.

Y ha vuelto septiembre con un volcán enfurecido en Canarias y la lava sepultando todo lo que encuentra a su paso, aunque haya sido la obra de toda una vida. Deja gente en la calle, sin casa y sin sus cosas. Tendrán que empezar de nuevo, casi de cero, con las ayudas prometidas – que ojalá sean de verdad –  y poniendo a prueba a diario la inmensa capacidad de resistencia del ser humano, que pasa buena parte de su vida recomponiéndose. Lo hace cada vez que la vida le golpea y le deja noqueado. Se ayuda para ello de rutinas, como si, desconfiando de la felicidad con mayúsculas, se agarrara a la que destilan las cosas sencillas. Ante la realidad misteriosa, inexplicable, cruel y absurda algunas veces, no cabe más que la aceptación y armarse de valor para seguir adelante.

En Rute septiembre deja una vida joven interrumpida abruptamente y no hay consuelo ante una pérdida así. Tan solo cabe mantener la esperanza como se pueda, aunque sea a duras penas – nunca mejor dicho – y apoyarse en el cariño y la solidaridad de un pueblo que se vuelca con quienes sufren el dolor de la ausencia de una persona querida.

El caso es que vuelve el otoño, con su gama de colores y matices, y su eterno aire melancólico envolviendo los días más cortos. Vuelve también con temperaturas agradables, con planes y proyectos nuevos, que solo el futuro dirá si se cumplen. Empezamos con ilusión el nuevo curso, pero también con la conciencia de que la realidad es la que es y no podemos moldearla a nuestro gusto. Ponerse en marcha cada septiembre tiene mucho mérito. Por suerte, el ser humano sabe reinventarse a sí mismo y tiende a ilusionarse, dejando a un lado los chascos que se ha ido llevando con los años y que van minando su entusiasmo.

Por eso, aquí estamos, recomenzando, con la vista puesta en los meses que tenemos por delante. Parece que la pandemia va dando una tregua, aunque el virus no nos haya abandonado. Se relajan o eliminan algunas restricciones, se vuelve a viajar… Hay muchas ganas de recuperar la normalidad, aunque las mascarillas nos recuerdan que no estamos aún igual que antes de la pandemia. Pero, poco a poco, intentamos retomar el ritmo perdido y volver a la presencialidad, conscientes, ahora más que nunca, de que nada puede superarla. Ni las videoconferencias, ni la mensajería instantánea, con todas sus ventajas, pueden equipararse a lo vivo y en directo, a la cercanía física, al cara a cara.

El otoño llega y es como si, de alguna manera, hasta donde se puede, reiniciáramos nuestro sistema operativo. Como si nos activáramos y nos descargásemos por dentro, para el día a día, una aplicación que nos permitiera mantener viva la ilusión, a salvo del virus del desaliento, blindada ante la desesperanza, aleteando indemne frente a las decepciones que el vivir inevitablemente depara.

Este otoño puede ser, y así habría que verlo, una oportunidad única para hacer cosas pendientes. Es cierto que con superar cada día con sus afanes y sortear las dificultades que salen al paso ya hay bastante, pero siempre, mientras hay salud y vida, se está a tiempo de hacer algunas cosas que queremos hacer. No se trata de fijarse propósitos que no pasen de serlo, sino de ir, en lo posible, dando forma a algún que otro proyecto para no dejarlo abandonado, como un sueño roto. Frente a la inercia, a la tentación de no hacer nada que se salga de lo conocido – porque para qué…, si de todas maneras…-, ojalá seamos capaces de contraponer la voluntad indómita de no claudicar, de ser más fuertes que el miedo, más que la pereza y la desidia. Porque, quizás, aunque comprensible sea a veces rendirse, abatidos por las circunstancias, si hay algo que defina al ser humano es su fuerza para sobreponerse y resistir, ese levantarse, subir la persiana y volver a intentarlo. Ese saltar a diario al ruedo de la vida y mantener el tipo frente a sus embestidas porque en el fondo confía, sabe y espera que algo bueno puede asomar por cualquier esquina de los días, a pesar de las hojas ya caídas sin remedio en el sendero de la vida.

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