Rafael Martínez-Simancas se hace eterno en Rute a través del centro cultural que llevará su nombre para siempre

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Dos de los momentos más emblemáticos del acto llegaron con la entrega de una placa de recuerdo a los hijos de Rafael y la exhibición de su nombre en el centro cultural.

Rute no olvida a Rafael Martínez-Simancas. En julio del pasado año muchos lamentaron su marcha a título particular. Ahora han tenido ocasión de compartir juntos la tristeza de ese adiós y la alegría de haber conocido a alguien ejemplar. Las personas carismáticas tienen ese don: hacen amigos aquí y allá, y consiguen que sintonicen de inmediato nada más hablar de ese contacto común. Rute no quiere olvidar a su hijo predilecto y por eso la Corporación municipal decidió en su día que el edificio público de la Ludoteca pasara a llamarse Centro Cultural Rafael Martínez-Simancas. Como señaló el periodista Antonio Jiménez, si Rafael hubiera tenido que elegir entre que una calle de Rute llevara su nombre o dárselo a un centro cultural, “seguro que se habría quedado con lo segundo”. Ahora, la cultura y su pueblo natal están unidos a través de su nombre. Y él, su recuerdo y su presente, es el hilo conductor de esas dos pasiones que defendió a capa y espada.

El sábado, 14 de marzo, por la mañana, en esa mañana soleada como su añorado sur, no se asistió a la inauguración del edificio que llevará para siempre su nombre. Fue sólo la excusa para reencontrarse con el paisano y el amigo, con su palabra y su memoria. El acto tuvo los ingredientes necesarios para que quien no lo conociera se hiciera una idea de lo que Rafael representa para el periodismo, la literatura y su condición de embajador de Rute. Parte de esa trayectoria se repasó en un audiovisual producido por Radio Rute. Parte de ese legado fue contado por  algunos de sus amigos más cercanos: desde periodistas como Carlos Herrera o Tico Medina a políticos como el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, o el escritor Lorenzo Silva.

La banda sonora la puso la música de su querida Banda Municipal, deseo confeso de Lidón Safont, buena conocedora de lo que su marido habría deseado escuchar. La batuta de Miguel Herrero abrió y cerró con las notas de dos piezas que delimitaban fronteras en el horizonte sentimental de Rafael. En él no podían ser fronteras cerradas, sino el territorio afectivo donde tenía la certeza de poder refugiarse en cualquier momento de necesidad. El pasodoble a la Morenita le transportaba a su infancia, a su Paseo del Llano y sus Fiestas de Mayo. El himno de Andalucía señala los campos que marcan su vuelta a casa, el acento que nunca pudo (ni quiso) perder del todo. Entre medias, salpicando las intervenciones del acto, fragmentos de Simon y Garfunkel, “Ammerland”, de Jacob de Haan, y “La Misión”, de Ennio Morricone.

La primera intervención fue la del alcalde Antonio Ruiz. Recordó cómo en 2004 se había querido reconocer a alguien “que siempre llevó a gala el nombre de Rute”. En agradecimiento, de Rafael “todo el pueblo se sentía orgulloso”. Entonces “no hubo dudas” para nombrarlo Hijo Predilecto de la Villa, “ahora tampoco”. Ha habido la misma intención y el deseo de “manifestar el aprecio por una persona que engrandece la cuna donde nació”. Como ejemplo, su famosa “Guinda” en el programa “Herrera en la Onda”, de Onda Cero. Siempre presentaba esta columna radiofónica como “Rafael Martínez-Simancas… Y Rute”.

Tras las palabras del alcalde, se proyectó el citado audiovisual y a continuación hablaron tres personas que representan hasta qué punto Rafael se hizo grande más allá de su estatura. Con los tres compartió su trayectoria en otras tantas facetas, y siempre salió airoso ante la vida y el ejemplo. Con Antonio Jiménez dejó impreso su sello en tertulias radiofónicas y en su variante televisiva, incorporando un formato novedoso que, en palabras del periodista jienense, “se ha acabado implantando en todas las cadenas”. Al escritor David Torres le correspondió destapar la vertiente literaria del Hijo Predilecto de la Villa. Torres conmovió con un retrato estremecedor por lo que tenía de radiografía humana de Rafael. Como bien dijo, el reloj que la vida le había vendido debería haber tenido más horas, más días, más años. No extraña que quienes le conocieron se obstinaran en darle cuerda para que no se detuviera.

El tercer vértice de la personalidad del homenajeado lo representó Pascual Rovira: la amistad y la lealtad como filosofías existenciales. También podrían haber estado ligados por su pasión por lo surrealista, lo absurdo y lo irreverente como armas contra un mundo donde se impone la tiranía del caos bajo la máscara de un orden controladamente calculado. Ese inconformismo los reafirmaba en su convencimiento de que “Avutarda”, esa burrita que era la “tercera hija” del primer arriero de honor nacido en Rute, podía volar. La Asociación para la Defensa del Burro multiplicó su repercusión mediática gracias a la pluma de Rafael y sus contactos. Lo singular de la reserva ruteña satisfizo la querencia del escritor por la originalidad, por todo lo que rompiera con la vulgaridad de la rutina. La amistad entre ambos se había fraguado mucho antes. El resto fue una consecuencia. Si Rafael y Rute estaban unidos más allá del espacio y el tiempo, Pascual Rovira fue el lacre que selló esa unión para siempre, el cordón umbilical de los afectos.

Rigor profesional, talento creativo y amistad leal. Antonio, David y Pascual pusieron trazo y color al boceto de Rafael que existe en el inconsciente colectivo de sus paisanos. Si los tres coincidieron en reconocer sus excelencias, también se toparon con una misma dificultad: la de referirse a él conjugando el verbo en pasado. Cuesta trabajo decir que Rafael “era”, cuando el corazón reclama pensar que “es”. Lidón conocía el carácter irónico de su marido, su voluntad de reírse hasta de su propia enfermedad. De ahí que optara por huir de la sensación de pérdida. Sin embargo, como apuntó Mariana Moreno, conductora del acto, era inevitable que la jornada tuviera esa carga emotiva. No se pudo evitar cuando Víctor y Lidón, los hijos, recogieron la placa de recuerdo. No era una placa para recordarles quién era su padre, porque lo saben de sobra, sino para que no se les olvide nunca por qué este pueblo está en deuda eterna con él. Rafael Martínez-Simancas llevó el nombre de Rute a todos los lugares donde estuvo. Desde ahora, Rute lleva su nombre a través de un centro cultural. Antonio Jiménez llevaba razón. Seguro que es lo que él hubiera deseado.

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