Primavera, al fin y al cabo

                                                                                        A Mariana, con todo mi agradecimiento

  porque me dio la oportunidad de escribir 

    en el periódico del pueblo que tanto quiero.
                 …
“Que por mayo era, por mayo”  
                                               Manuel Altolaguirre  

El caso es que es mayo, pero se hunden embarcaciones casi a diario en el Mediterráneo. Mientras, la vida está que se sale, radiante. Los árboles, esqueléticos hasta hace unos días, no pueden con más hojas encima. Están verdes a más no poder y nos recuerdan que la primavera ha venido, aunque a veces no lo parezca. Porque la primavera es un canto a la vida y, sin embargo, en Nepal tembló la tierra y la muerte se extendió como una epidemia, por una sacudida de la naturaleza que acabó en tragedia.
Es primavera, sí. Pero algunas personas, sin esperanza en sus entretelas, deciden en estas fechas adelantar su esquela. Y el contraste entre la vida que quiere, rotunda, demostrar que lleva las de ganar cuando llega la primavera y la muerte que golpea y devasta cuando menos se espera, es brutal.
Sea como sea, es primavera y resulta difícil sustraerse a ella cuando llama a la puerta y nos recuerda que, por largo que sea el invierno, viene ella cada año para disipar tristezas y actualizar ilusiones caducadas, ahora en busca de una versión nueva.
Es mayo en muchos lugares tiempo de fiestas, que se abren paso por sí solas en las agendas. Porque nada más urgente, a veces, que mantener las fiestas. Los humanos,  sabedores de que la vida es un soplo, se agarran para no caerse a las costumbres de siempre que les hacen felices. Y en Rute, pase lo que pase, decir mayo es pensar en el Llano y la Morenita. Podrán pasar los años, cambiar los tiempos y las modas, y seguirá mayo siendo el mes de la Virgen de la Cabeza. Seguirá el pregón, la ofrenda, el calor primero en los Cortijuelos. Se agolpará la gente para ver en la calle por el día y por la noche a esa Morena de luz de luna, cada año más bonita. La bailarán, mientras le cantan los coros de romeros, y volveremos a dar rienda suelta a las emociones que surgen y acuden sin llamarlas en cuanto vemos a la Morenita. Y que cada año son más. Más las alegrías y penas acumuladas, más las ausencias que nos horadan y los móviles borrados de la agenda, porque en el más allá ya no hay cobertura alguna…
Es bueno que llegue mayo para recargar la batería agotada por el día a día y abrazarse a la vida, mientras la tengamos. Que mayo se hizo para disfrutarlo, seamos del barrio alto o del bajo. ¡Qué más da! Rute nos pertenece. Es nuestro de arriba abajo. Nuestras sus calles, que tanto paseamos, y sus cuestas. Y que no nos hagan optar entre una Virgen u otra. Que las dos son nuestras, como el acento que no podemos ni queremos limarnos. Que si la Morenita llena nuestro mayo, en verano es la Virgen del Carmen aquella sin la que no pasamos. De las dos se puede ser y somos. Porque es una sola Madre. Porque a las dos las llevamos dentro, repartiéndose el corazón a partes iguales.
A todo esto, estábamos en que es mayo, aunque la realidad se empeñe tercamente en empañarlo con noticias que quitan las ganas de feria. Pero nada se consigue amargándonos. El espectáculo debe continuar (the show must go on), aunque cada cual lleve su procesión por dentro, paso a paso. Celebrar las fiestas no es una frivolidad. Es una necesidad: de blandir la esperanza en medio del desconcierto y gozar de la vida. Porque no tenemos culpa del sufrimiento que acecha y surge inesperado y porque es una pena perderse los buenos ratos. Puestas en una balanza, quizás habría razones de peso para no tener cuerpo ni ganas de fiestas. Pero las de mayo (y cualesquiera) las debería de recetar el médico. Porque alivian pesares y hacen sentir que se está en la gloria. ¿O quién no ha creído el segundo domingo de mayo estar ya en el cielo? El sol dando de pleno en el Fresno, la Virgen bailando al son de los coros de romeros y nuestro Rute de fiesta. Son sólo unas horas, pero se nos antojan el paraíso eterno, insertado en nuestra realidad cotidiana, vestida más de una vez de negro. Y, sin embargo, luciendo siempre en Rute, por mayo, un traje de fiesta nuevo, cosido con puntadas de vida y hecho de recuerdos que se lanzan al aire, como pétalos, al paso de la Morenita.
Disfrutar lo bueno de la vida es casi un mandamiento. Y Rute lo pone fácil en mayo. Además, es primavera, al fin y al cabo… No conviene olvidarlo.
pasado…

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