Pescando bajo la lluvia

  • El entierro de la sardina vive una edición pasada por agua, con una urna para evitar ver al pez en remojo

  • Partieron sólo unos cuantos y, como quien recoge lo sembrado, se fueron sumando dolientes en el recorrido

Entierro sardina
A pesar de la lluvia, no faltó público que se sumara como doliente al funeral más irreverente del Carnaval

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Era un guiño del destino. Uno de los aspectos del Carnaval es su condición de repaso a la actualidad en clave de parodia. De alguna forma tenía que reflejarse que en el último año haya habido tres elecciones y… Había que proteger a la sardina en su funeral de las inclemencias de la lluvia. ¿Qué mejor que hacerlo con una urna, como si de otra cita electoral se tratara? Decía la canción “antes muerta que sencilla”. Y habría que añadir: muerta, pero con dignidad. Que bastante tiene el pez más carnavalero con fenecer para exponerse a la vista de todos hecha una sopa. Así que los herederos se pusieron manos a la obra para proteger a su fetiche. No se les ocurrió mejor idea que recreando otro entierro que ha de llegar un mes y medio después. Nada más que añadir.

  • Si los sepultureros originales han encontrado quien recoja el testigo, con los colegios el futuro de este peculiar funeral está asegurado
  • Los disfraces son los espejos deformes con los que la gente de a pie analiza la realidad

Mal año han tenido para su debut los nuevos sepultureros, que han heredado un oficio de más de dos décadas en Rute. Los promotores originales del sepelio más irreverente llevaban tiempo buscando el oro de su jubilación. Hace un año encontraron al fin a quienes les dieran el relevo y les permitieran pasar a mejor vida; terrenal todavía, eso sí, y que dure. No se sabe si su retiro será tan espiritual como el del fiambre al que idolatraron. Pero hasta el representante más acérrimo de la Troika aplaudirá su prejubilación, sin necesidad de que hayan cumplido 65 o 67. Han dado la talla, o como mínimo el alma carnavalera.

Si la tauromaquia se hubiera gestado en el mar, a los herederos les habría tocado un “Miura” en su primer envite. “¿Ser o no ser?”, se planteó Hamlet como un lema existencial mirando una calavera. Los nuevos sepultureros contemplaban su sardina y le preguntaban como una cuestión vital si salir o no salir. Pero el pez guardaba el mismo silencio de “Juan”, el amigo inaudible de la chirigota del “Selu”. La idea era que, salvo que diluviara y el móvil de Noe siguiera sin aparecer, se saldría. Y salieron; pocos, pero bien avenidos, al principio, recogiendo dolientes de camino, como quien recoge lo sembrado. Porque, ¿qué es la lluvia comparado con la eternidad?

Ya se sabe que en Rute somos muy cumplidos. Que cada vez se guarde menos luto en los disfraces no significa que se olviden las tradiciones. En este sentido, son bastante más respetuosos los niños. Dicen que siempre cuentan la verdad. Al menos, no olvidan que es un funeral y lo que representa el luto. Hay más negro en “la sardinita” de los colegios de por la tarde que en el entierro adulto de la noche. De igual modo, dicen que los niños son más valientes. No les faltó desde luego ese valor para desafiar a la lluvia y asomar siquiera un ratito para ofrecer el último adiós a su pez en versión diminuta. Si los sepultureros han encontrado quienes hereden su oficio, la cantera de dolientes está garantizada en las escuelas. También esto se enseña y se aprende.

Después, el cortejo etílico-fúnebre de jóvenes y adultos partió como está mandado del Paseo Francisco Salto, sin prisa pero sin pausa. “La sardina camina p’alante, la sardina camina p’atrás”. Avanzando, en suma, que aunque la lluvia no era un obstáculo tampoco invitaba a detenerse más de lo necesario hasta llegar a las estaciones de penitencia. En cada bar de paso se bebe una oración por el eterno descanso de la sardina. De camino, se le reza al ritmo de la charanga. Su presencia resulta fundamental para poner banda sonora de marcha fúnebre, más de marcha que de fúnebre. Susanita y su ratón, Raphael, con PH nada neutro, y su gran noche (¿así de intempestiva la imaginó? Pobre), se dejan ver por el pentagrama carnavalero, entre los dos himnos oficiales del funeral: “Carnaval, te quiero” y “Alcohol, alcohol, alcohol… Hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual”.

Mojados por fuera y regados por dentro, los dolientes completan el recorrido, convirtiendo las calles de Rute en el callejón del gato. Sus disfraces son los espejos deformes con los que la gente de a pie analiza la realidad. Ante lo patético de esa realidad, mejor reír por no llorar. Como ejemplo, mostrar las vergüenzas (o las posaderas) de la independencia catalana. Junto a la imprescindible representación clerical para dar la extremaunción al pez, hubo desde cheer-leaders, a bomberos, que nadie sabe si puede haber que atender alguna urgencia, o incluso quien salió de casa con la manta, sin saber si habría sepelio o no.

No faltó ningún medio que recogiera tan elocuente testimonio: ni los locales ni los aspirantes a futuros redactores de “El Canuto” o reporteros de “Andalucía Directo”. Todos participaron de este desfile de la vida que se mofa con una sonrisa de la muerte. Marcharon en paz y armonía hasta el Paseo Francisco Salto, donde se incineró a la sardina. No es una cuestión de modernizar los funerales, sino de revivir la ancestral tradición de la purificación a través del fuego. A la mañana siguiente, el espíritu de los dolientes volaría más libre. A algunos cuerpos, en cambio, les habría costado más levantarse de la cama.

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