Pasado y presente se unen para recibir a los Hermanos de Andújar

  • La tradición de salir a recibirlos a La Molina se remonta a cuando este peregrinaje se hacía a pie

  • El recibimiento anuncia que las Fiestas en honor a la Virgen de la Cabeza afrontan sus días grandes

Hermanos de Andujar
La inigualable luz de la Subbética y la Sierra de Rute recibieron a quienes volvían del Cerro del Cabezo

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Hermanos de Andujar 02
La riada humana confluyó en San Francisco para deshacerse en cánticos y “Vivas” a la Morenita

Eran las ocho en punto de la tarde. Un cohete sonó allá por Palomares, como el eco de un fervor antiguo. Eran las ocho en todos los relojes, los de centenares de ruteños que habían iniciado la caminata hacia la Molina, a esperar a los Hermanos de Andújar. A las ocho en punto de la tarde, el cielo había anunciado con ese cohete desde la aldea ruteña que venían de camino, que estaban llegando, que pronto se bajarían y andarían un trecho para recordar y homenajear a los antepasados, para revivir una tradición que a fuerza de repetirse en el tiempo se hace atemporal. Pero a diferencia del poema lorquiano, lo demás fue canto y sólo canto, un himno sostenido y continuo a la Morenita que arrancó en las entrañas de “La Montañesa” y penetró como la brisa por todos los recovecos de La Molina. Se propagó como los centenares de fotografías que se habían multiplicado por las redes sociales, dejando testimonio de la presencia ruteña en el Cerro del Cabezo. Eran pasado y presente inseparables en una misma y única devoción. Y en algún punto de la memoria y del trayecto entre Jaén y Córdoba, un año más abril se hizo mayo, con la inigualable luz anaranjada de la Subbética.

  • Durante siglos, los Hermanos de Andújar viajaban con frecuencia a lomos de un burro, o en camión los más afortunados
  • Cuando la riada humana se agolpa en La Molina, pese a estar en abril, en Rute ya empieza a respirarse el aire de mayo

Su explosión de color y calor se había fraguado en Sierra Morena un día antes, cuando más de trescientas personas colmaron la Casa de Rute en Andújar. La mayoría regresarían el mismo domingo, en la comodidad de sus propios vehículos; cosas del progreso, que facilita una romería a la carta. Pero hay una raíz cultural que les empuja a volver a por los que se quedaron, a salir a La Molina a recibirlos. Así se recibía antes, con honores de héroes locales, a quienes traían a sus espaldas alrededor de trescientos kilómetros, entre la ida y la vuelta. Viajaban con frecuencia a lomos de un burro, o en camiones llenos de gayomba los más afortunados. Incluso durante décadas fue un privilegio ocupar una plaza de autobús, los entrañables correos.

Hoy los autobuses ofrecen muchas más comodidades, pero al acercarse a Rute son recibidos por el mismo olor a gayomba que brinda aquí la primavera. Su llegada sirve además de puente entre tradición y modernidad. De sus puertas salen esos peregrinos del siglo XXI, los romeros que dan aún más color a una tarde soleada como pocas, para repartir pitos de barro y estedales. Quién sabe si a propósito o sin quererlo establecen un protocolo cronológico: primero, durante siglos se fue a pie, y los medios de locomoción a motor son un hecho relativamente reciente. He ahí el carácter simbólico de esta jornada, el sentido de caminar sin desfallecer cantando los himnos a la Virgen de la Cabeza. Se suceden hasta que entran en el pueblo y refrescan las gargantas con una copa de anís. Porque, como decía la copla carnavalera, en Rute “las voces se afinan con aguardiente”.

Con afluentes procedentes de los brazos de las calles, la riada humana concluye en el Llano, y en San Francisco se ondean banderas y se repiten todos los cantos, hasta rematar con el “Himno grande” y “Morenita y pequeñita”. Sus notas resuenan como el tic-tac de un reloj emocional; latidos de un tiempo atemporal, pasado que es eterno en el presente. Su mecánica ha ganado en precisión con la experiencia de la tradición, pero tiene su propio cambio horario. Cuentan que al cabo de los siglos han logrado programarlo para que se acelere en estas fechas, para que mayo se adelante a los últimos suspiros de abril. Un año más, fue a las ocho de la tarde. Eran las ocho de la tarde cuando en Rute se cambió de mes.

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