Otra primavera de pandemia

A la memoria de mi tía, Pilar Moyano Tenllado,
que, como tantos ruteños de su generación,
dejó su Rute para buscar un futuro mejor en Madrid y fue todo un ejemplo de esfuerzo y superación.

“En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante,
y detrás de cada noche viene una aurora sonriente.”
(Khalil Gibran)

El alma, durante el largo invierno, la espera y la sueña hasta que, con sus tardes alargadas y un sol que ya calienta, llega imponente la primavera, con cierta mala prensa de que es voluble y caprichosa y que en ella lo mismo se anticipa el verano que llueve o truena. Viene precedida siempre de su fama de que la sangre altera, haciéndola correr más fuerte por las venas. Y vuelve a venir este año, pero otra vez – ¡ay!- sin procesiones en la calle y sin posibilidad de viajar y salir y entrar con libertad. Por segundo año consecutivo, regresa y no podemos recibirla con los brazos abiertos del todo mientras tantos locales y proyectos de vida se clausuran y cierran. Las vacunas van llegando entre recelos y con retraso y, mientras tanto, no deja de haber contagios. Muy lejos se ve el día en que estemos todos inmunizados. La pandemia está siendo toda una prueba de resistencia que no todos soportan de igual manera. Sobre muchos cae la losa de la persiana bajada, del negocio definitivamente cerrado, o sobrevuela el despido anunciado o el siniestro futuro del paro. Otros tantos arrastran secuelas de una enfermedad malvada. En esas circunstancias, la realidad toma forma de cuesta empedrada y se cierne sobre todo la sombra de la desesperanza. La vida se ha vuelto renuncia y tristeza infinita por pérdidas anticipadas y definitivas.
Más de un año después del inicio de la pandemia, seguimos con mascarilla y con los movimientos restringidos, privados de infinidad de cosas que nos gustaría hacer y no podemos. Se han quedado aplazados, sin fecha concreta, muchos planes, pero, y pese a todo, aún cabalgamos sobre los días, aún albergamos ilusiones y deseos pospuestos, a la espera de que puedan tomar cuerpo. Tenemos todavía el regalo cotidiano de la vida como oportunidad real de hacer, decir y sentir aquí y ahora, mejor que luego, y resiste milagrosamente la esperanza de que la situación mejore pronto. Pero, entretanto, solo tenemos el hoy, el presente como único escenario porque el pasado ha huido y el mañana está siempre en el aire. La vida nos urge a no posponer lo que cada día, aun con restricciones, podemos hacer y a disfrutar de cada resquicio de libertad sin toque de queda y seguir aprovechando las posibilidades de comunicarse que nos ofrece la tecnología, aunque nunca puedan reemplazar la presencia cercana. Y conviene no olvidar que, pese a que la mascarilla oculte la sonrisa, los ojos también saben sonreír y es posible salvar distancias, mantener vínculos y, aun sin contacto físico, tocar de mil maneras el alma.

Por culpa de la pandemia, se nos acumula vida sin vivir, en “modo espera”. No sabemos de dónde vamos a sacar tiempo para recuperar los abrazos y besos relegados. Ojalá que el calendario nos indemnice de tantas renuncias que vamos sumando, aceptando con estoica impavidez ante el azar que la vida no es como se proyecta sino como se presenta, a la vez que hacemos lo que está en nuestra mano para que el paso ajeno y nuestro por este mundo sea, pese a los pesares, lo más grato posible. La vida – bien lo sabemos – puede tener y tiene mucho de calvario y de insoslayables cálices amargos, pero, como la primavera, se acaba imponiendo majestuosa y demuestra que, aunque muera la ilusión, tarde o temprano acaba resucitando y salpica de nuevo la vida de sábados de gloria y hace repicar por dentro campanas de alegría.
Aunque es primavera, ya ponemos los ojos en el verano pero, quizás, el próximo tampoco sea como los de antes. Mientras llega, ahora lo que procede es vivir la primavera lo mejor que se pueda, con precaución, sin desmadres que nos lleven directos a otra ola de contagios. Es tiempo de salir a la calle y ver cargados de hojas los árboles hasta ayer despojados de ellas y comprobar que a la primavera no la frena ninguna pandemia. Su resurgir cada año nos vacuna frente al pesimismo y la desolación. “La vida es bella”, decía el título de una película, aunque no se lo parezca a quienes en plena primavera lloran su pena. Pero ojalá encuentren consuelo en las cosas cotidianas, en los detalles de cariño que, por insignificantes que sean, pueden apuntalar una existencia. Ojalá la primavera nos resarza de tantas carencias sufridas durante la pandemia. Ojalá que sí. Que así sea.

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