No hay más que una

A todas las madres
y, en particular, a la mía,
Justa Navajas Sánchez,
por darme la vida
y llenar de sentido mis días.

Sus ojos son los primeros que vemos. Sus manos las primeras que nos dan la bienvenida a la vida. Las necesitamos desde que nacemos. Son imprescindibles las madres. Con ellas, nada nos falta. Ahí están siempre: al pie del cañón, al pie de la cama, al frente de todo, como timón de nuestra barca. Ven los defectos de sus hijos, pero que nadie se los diga. Son calor para el frío de los días y color para la vida, amor sin condiciones, refugio permanente, faro en las noches oscuras, sostén y guía, brújula que marca el norte, puerto de atraque en las tempestades, baluarte en las inclemencias del vivir… Ahí están para todo, siempre que se las necesita: la ropa dispuesta, el táper preparado, el consejo a punto, la entrega sin medida ni espera de recompensa. Su cariño está asegurado a todo riesgo, garantizado de por vida, sin caducidad prevista. No falla, no defrauda. No promete más de lo que da. Su cariño no es pan para hoy y hambre para mañana. Es constante, no sujeto a vaivenes del estado de ánimo, perenne y sólido, aunque se derrame a borbotones de ternura. Las madres no bloquean, no echan en saco roto, nos quieren a fondo perdido toda la vida. Madre no hay más que una. No podríamos querer así a más. Son consuelo y aliento, impulso para vivir, aliciente de las horas, desvelo permanente, alivio de pesares, perdón sin rencor, asidero en las curvas cerradas de la vida, paciencia infinita, inmejorable compañía… Estando ellas bien, lo demás es secundario. Nada iguala a su presencia, que todo lo llena. Por eso, en contrapartida, su marcha es el dolor que desgarra; su ausencia, la orfandad infinita, el mundo venido abajo; es ver resquebrajarse el suelo que se pisa, el vértigo más absoluto, verse abocado al abismo del absurdo de la existencia sin ellas.

Mayo es el mes de las madres y en Rute es también el mes de la Morenita, Madre de los ruteños, que recorre su pueblo siguiendo una tradición de siglos convertida en Fiestas de Interés Turístico de Andalucía. Rute no se entiende sin estas fiestas, ni sin las de la Virgen del Carmen en verano. En mayo la vida eclosiona en Rute, en el barrio alto, mientras suena la música y la algarabía de la feria, y la gente le canta y le grita “guapa y guapa” y le echa pétalos a la Virgen de la Cabeza. En Rute, en mayo, es fácil hacer las paces con la vida y dejarse embelesar por sus encantos cuando cae el sol de plano en el Llano y los ruteños se echan a la calle. Muchos tienen este día en el alma tatuado y hasta vienen de fuera a ver a su Virgen de la Cabeza. Rute está que se sale en primavera, con los patios engalanados y las fachadas adornadas para cuando pase Ella. El tiempo en Rute y en mayo parece pararse, aunque siga andando. Todo pasa a un segundo plano mientras la Virgen está en la calle y los romeros le van cantando. Como si solo importara estar allí, en Rute, esa mañana y por la noche, como si estar allí nos resarciera de los años de pandemia y compensara de forzosas ausencias todas las veces que no pudimos estar en Rute viendo a la Morenita y comprobando cómo se impone, rotunda, la primavera en el cielo y en el aire que se respira, abriendo los sentidos a la plenitud de los días largos que anuncian el verano. El paraíso está, sin duda, en Rute la mañana del segundo domingo de mayo. Es la primavera estallando sin reparos, es la luz imponente de mayo, como si la vida, al igual que en el poema de Karmelo Iribarren, pareciera decirnos “mira, aquí me tienes/vuelve a intentarlo”. Es la vida misma vestida de fiesta, esperándonos, la que nos convoca en Rute en mayo, invitando a dejar las preocupaciones de lado y volcarnos en la dicha de existir, disfrutando del momento y sin postergar lo bueno. Que no suelen volver los trenes que se pierden. Por eso, más vale cogerlos a tiempo y, desde luego, no dejar pasar el de este mayo que tenemos entre manos.

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Nota: Terminando de escribir este artículo, recibo la triste noticia de la muerte de D. Antonio Llamas Siendones, maestro de varias generaciones de ruteños, vecino, hombre bueno y querido. Me consta que leía estos artículos. He perdido un lector culto y educado, una persona querida toda la vida. Que descanse en paz y en nuestra memoria por siempre, entre nuestros mejores recuerdos. Y el pésame a mi querida Gabriela, su viuda, y a sus hijas, mis queridísimas Inma y Pilar Llamas Sillero, que han tenido la suerte de disfrutar, respectivamente, de un marido y de un padre ejemplar, al que nunca vamos a olvidar.

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