A la memoria de Antonio José Gómez Morillo,
músico, pintor, artista, carnavalero,
que tanto hizo por la cultura en Rute,
y que fue, sobre todo, un hombre noble y bueno.
Descanse en paz. Y siempre en nuestro recuerdo.
“… Abril para vivir
abril para cantar
Abril, la primavera floreció
Abril para sentir, abril para soñar…”
Carlos Cano
Llega, la primavera siempre acaba llegando en marzo, aunque se haga esperar y haya que atravesar el frío y los días cortos de invierno para que venga. Llega con su cohorte de encantos y también con la incomodidad que provocan las alergias. Altera la sangre y, a veces, la mente, y subraya las carencias. Quienes andan tristes y pesarosos sienten que con ellos no va una fiesta que les resulta chirriante y ajena. No siempre se renace en primavera, por más que se quiera.
La primavera trae el cambio de hora y, con su primera luna llena, la Semana Santa. Las calles vuelven a llenarse de incienso, de cera que arde, de capiruchos y velas, de promesas… Desfilan imágenes al son de marchas sublimes y saetas, escenas que representan la vida misma, con sus días de gloria, sus pesadas cruces, sus calvarios o sus gólgotas, sus cálices amargos que beber no se quisiera, sus resurrecciones, sus alegrías y sus penas.
La ropa se aclara y se aligera cuando llega la primavera y se rinden los cuerpos al sol que más calienta. La naturaleza muestra, de nuevo, su esplendor inmenso, mientras aguarda la lluvia, tan necesaria, que se resiste a caer en una tierra que se agosta y se seca.
Vuelve la primavera, como una ola que cada año arriba a la orilla de nuestra vida, como queriendo desempolvar tristezas y abrillantar ilusiones o hacerlas surgir al compás de los días, que se alargan buscando el verano. Llega, la primavera llega, normalmente alborozando el ánimo, pero también, a menudo, provocando astenia o falta de fuerzas, que a veces no responden al empuje incontenible con el que avanza la primavera. Aunque es difícil sustraerse al brío con el que se impone la luz en esta época del año y a la temperatura que invita a salir y disfrutar de buenos ratos, que los malos no avisan ni se dejan esquivar y, desgraciamente, sin saber por qué, llegan y desconciertan.
Ojalá que ahora que, como una metáfora y un símbolo de esperanza, las flores brotan, encontráramos, dondequiera que sea, razones para despertar de letargos y dejaran de hibernar los sueños que aún albergamos para encontrar su hueco en el calendario y volverse reales, tangibles y ciertos. Que abril sea, de nuevo, el abril para vivir y sentir que cantó ese granadino universal que fue Carlos Cano. Ojalá que sintamos dentro el impulso irrefrenable de la vida empujando por abrirse paso y sobreponerse a reveses y altibajos, pugnando por derribar las losas del sepulcro y resucitar en una primavera nueva, que tentadora se extiende ante nosotros para, en lo posible, disfrutar de ella y su incontestable belleza.
Nada detiene el ciclo de las estaciones. La primavera llega rotunda, cautivadora, espléndida, y en las ramas, hasta ayer secas, hay hojas verdes para sorpresa nuestra. Como un canto resistente de esperanza, la primavera llega; como un salmo que, incansable, canta la vida, como un milagro del que es fácil dar fe. Basta salir y comprobar que el aire huele de otra manera, que los abrigos ya estorban, que apetece estar fuera. Es como si una voz nos invitara a sacudirnos inercias y perezas y agarrarnos, pese a todo, a la vida como a un clavo que ardiera y nos mantuviera especialmente vivos en primavera. Vivos y ávidos de vida, de lo mejor de ella. Ojalá que la primavera nos dé motivos para seguir mostrando entusiasmo por vivirla, con esperanza que aletea, que se resiste a morir, que no se doblega. Que, como Antonio Machado, podamos decir “mi corazón espera/también, hacia la luz y hacia la vida,/otro milagro de la primavera.”