Miguel Luque presenta en Rute su libro, en un acto que se convierte en un homenaje a un médico querido por todos

“La Cuadra” se quedó pequeña para toda la gente que quiso  reencontrarse con el que había sido su médico, su compañero y su amigo

“La Cuadra” se quedó pequeña para toda la gente que quiso reencontrarse con el que había sido su médico, su compañero y su amigo

Se dejó sentir, y de qué manera, el calor meteorológico. Pero fue superior el calor humano, y mucho más llevadero. Ése con el que el pueblo de Rute recibió a Miguel Luque, casi treinta años después, el pasado sábado, 15 de junio. Como alguien comentó, casualidad o no, ha regresado en el aniversario de las primeras elecciones democráticas. Había ganas de saber qué cuenta “Guardianes de lo humano. Una opción involuntaria” (Ediciones El Páramo); de conocer por escrito cómo afrontaron él y María Dolores Navarro, Mari Lola en la memoria común, su experiencia única (o no). Pero sobre todo había ganas de reencontrarse con “Don Miguel”, el viejo médico, el compañero, el amigo, el vecino. A veces en la vida se detienen los tiempos. Durante unas horas, el tiempo y los ritmos de cada uno se detuvieron en “La Cuadra”. La emblemática sede de Adebo, lugar de tantos encuentros, fue de nuevo un punto de unión más allá del tiempo.

De conducir el acto se encargó Francisca Caballero. Quisca debía “poner palabras a algo muy hermoso, el reencuentro con alguien que parece que no se hubiera ido”. Bastaba con hacer algo que recomienda a sus alumnos: cerrar los ojos, para que los recuerdos vengan solos. Y la gente cerró los ojos para anular el tiempo, para agarrarse a “ese hilito que nos une aunque estemos separados” y ver con más claridad cómo era el Rute de hace tres décadas. En ese Rute estaban Miguel y Mari Lola, y en ese Rute crecieron sus tres hijos: Daniel, David e Iván. Fue ese hilo, tirado también por Miriam Amián, el que les dirigió a Córdoba a principios de febrero, cuando supieron que acababa de salir el libro. El mismo hilo que, cuando Quisca sólo tenía 12 años, la había llevado a la consulta de Miguel y éste le había propuesto ser su niñera. Ahí empezó una relación que llega hasta hoy. Fue entonces cuando conoció a Daniel, “la personificación de la bondad extrema”, a David, “la vitalidad y el optimismo”, y a Iván, “la paciencia y la calma”.

En aquellos años arrancó la relación con Magdalena Baena. La actual concejala repasó la parte del libro que habla de la estancia en Rute, lo que esa familia supuso en su vida, cómo se liberó de prejuicios y cómo en casa de Miguel y Mari Lola convertían en algo “normal” el hecho de militar en el Partido Comunista y a la vez ir a misa o rezar el rosario. Fueron también los años en que vino a Rute Miriam Amián, con dos nombres como referencia para situarse: el de “Conce” y el de Miguel. De éste iba a ser su compañera de profesión, pero además su amiga, igual que de su mujer y de sus hijos, hasta el punto de sumarse, con una pierna escayolada, junto a Mari Lola en el viaje de estudios de Daniel, por la atención que éste precisaba. Entre las muchas cosas que rememoró de esa relación, destacó la lucha de Mari Lola “como una tigresa” para empujar adelante a sus hijos; y de Miguel, su capacidad para ser alguien “cercano a sus pacientes, no alguien que se defiende de ellos, siempre al lado de los desfavorecidos”.

A continuación intervino Rafael Yuste, el jesuita responsable del prólogo, vinculado a la familia Luque Navarro desde hace 25 años. Trazó las líneas maestras que definen el libro y a su autor. Confirmando las palabras de Magdalena Baena, también apeló al sentido religioso-social, esa dualidad tan presente en Miguel Luque. Según Yuste, el evangelio y lo social “no sólo no se contradicen sino que se legitiman mutuamente”. En Miguel, aseguró, se dan a la vez “el sentido social y un profundo sentido espiritual”. Esta máxima es clave para entender cómo pudo afrontar la enfermedad de sus hijos, primero, y su pérdida o ausencia, después. Porque, partiendo de la muerte de quienes han estado cerca, “Guardianes de lo humano” es un canto a la vida, a la esperanza y la superación. En su “Ensayo sobre la ceguera”, escribió José Saramago: “Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”. Miguel y Mari Lola saben que lo que realmente son Daniel, David e Iván siempre va a estar presente. Que los tres estén o no físicamente deja en ese momento de ser la cuestión principal. Es más real y potente la sensación de tenerlos a los tres al lado. Y esa presencia la siguen percibiendo sus padres.

Aparte de la lógica y continua referencia al libro, la noche giró en torno a la estancia de Miguel Luque y su familia en Rute. Entre todos los intervinientes, esbozaron una semblanza de su huella en nuestro pueblo. También rememoró él mismo aquella etapa. Pero además, volvió a sentar cátedra con su palabra. Dejó claro que la diferencia no es sinónimo de inferioridad, que a cada persona se le presentan unas exigencias en la vida. Sus hijos son un ejemplo de cuánto puede llegar a apretar la vida. Por ello, apeló a la conciencia colectiva para ayudar a resolver, incluso en los tiempos que corren, esas exigencias que se les plantean a nuestros semejantes.

En esa misma línea se había expresado el editor, Manuel González. Fue, por cierto, suya la idea de anteponer “Guardianes de lo humano”, al que en principio iba a ser el título único del libro, “Una opción involuntaria”, inspirándose en el título “El guardián entre el centeno”. González no ocultó que vivimos “una gran mentira y una gran estafa”. Más adelante, Rafael Pérez-Unquiles, de vuelta también a Rute, recordaría cómo su propia hija tendrá, “con dos licenciaturas”, un sueldo inferior y peores condiciones laborales que él mismo. Y es que, en muchos aspectos, fue una noche para ajustar cuentas. Así lo hizo, antes de pasar a la parte exclusivamente musical, Agustín Lopera. El profesor de David rescató, 27 años más tarde, una carta que le había enviado su antiguo alumno tras marcharse de Rute. Lopera confesó que tenía alguna asignatura pendiente con esta familia y había querido recuperarla en esta ocasión tan especial.

Al término de todas estas intervenciones, se dio paso a la música. Ignacio Rovira, José Julián Tejero, Puri Ortuño, Mariano López y muchos más irían rescatando las canciones de Aute o Silvio Rodríguez. Los presentes corearon los estribillos que conformaron un inconsciente colectivo, el de una generación. Era habitual que muchas de estas canciones sonaran en casa de Miguel, de manera espontánea. Por eso volvieron a sonar en “La Cuadra”. Fue otra forma de que ese pasado que nunca se había ido del todo volviera a hacerse presente.

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