Miedos

He dejado de escuchar la radio por las mañanas y el telediario durante el día. Sobrecarga en la red, confieso. Y eso que soy de esas personas incapaces de soportar el silencio. En mi casa siempre hay algún sonido saliente de dispositivos estratégicamente colocados por las habitaciones para tal fin. No sé, quizá es algo que he heredado de mi madre. Guardo algún recuerdo sobre ello del piso de noventa metros en que me crié. Si alguna vez me desvelaba o si tenía que despertarme para estudiar sobre las seis de la mañana, antes que yo ya se había levantado a diario el murmullo de Radio Nacional que mi madre escuchaba cuando preparaba la vida de todos. Además, siempre he estudiado y leído con música. Quizá no tanto porque me arropase la dulzura de los temas, sino porque en ocasiones era la única forma de aislarme para concentrarme. Tal es así que mientras redactaba alguno de los exámenes de mi vida, podía recordar perfectamente la pista musical que se reproducía mientras estudiaba este o aquel tema. Y será por todo ello, repito, que no sé vivir el silencio.
Pero no es menos cierto que esta manía de conectarse a la radio nada más abrir los ojos, conlleva una conciencia a veces demasiado temprana de los problemas que deberían ser de todos los ciudadanos. También de actividades culturales y de ocio, ojo. Pero la cuestión por la que he dejado la radio es básicamente porque no sé convivir con la ansiedad que me produce cada vez que se habla de la falta de lluvia, del porcentaje de agua embalsada, de la necesidad agua para los regadíos y de la posibilidad de que, tras la pandemia y dos crisis económicas recientes, nos enfrentemos a una nueva situación histórica de sequía. Y no lo digo solo por la falta de agua, sino por las consecuencias directas e inminentes de la ola de calor veraniego en pleno abril. Lo hablaba con una profesora amiga y me confesaba que a ella, madre de dos hijos, le sucedía algo parecido cuando oía hablar de las temperaturas. Me comentaba que intentaba por todos los medios no hablar del calor inusual que está haciendo y llegaba a evitar conversaciones triviales sobre el tiempo porque, siendo una mujer de ciencia como es, no podía sino enfadarse cuando alguien bromeaba o faltaba a la verdad sobre el cambio climático. De hecho, ella puso nombre a algo que yo ni siquiera sabía que existía: la eco-ansiedad. Es decir, que hay incluso un trastorno provocado por la preocupación medioambiental y que viene dado por una sensación de incertidumbre continuada que se apodera de uno a diario. Yo no sé si mi preocupación llegaría a poder denominarse así, pero lo cierto es que desde que cambié las noticias por los podcast, voy al trabajo de otra manera. Bien es cierto que sigo preocupado y que mantengo mi compromiso con la información en la medida en que puedo, pero mi decisión ha ayudado a paliar ese nudo en el pecho por las mañanas. Además, hay muchos y buenos podcast que aportan diariamente información veraz sin toxinas.
Reconozco también que culpar a la radio es matar al mensajero, por supuesto. Sobre todo si lo que ustedes escuchan son las radios locales, quienes además de acercarles a una información vital para el día a día de sus pueblos, resultan un servicio público de incuestionable necesidad. Los trabajadores y trabajadoras del periodismo tienen el deber de informar sobre la situación, pero para el ciudadano, para el oyente, ha llegado el momento de poder elegir el cuándo y el cómo de la misma manera que sucede con nuestras redes sociales. En ellas, en las mías, mando yo. En cualquiera mantengo firme la disciplina del bloqueo por higiene mental. No tengo necesidad ninguna de despertarme con la horrible manía, lo sé, de mirar el móvil, abrir mis redes y encontrarme tan de mañana con las memeces y teorías conspiranoicas de según qué iluminado más listo que nadie. No hace mucho, recordarán las discusiones sobre si las mascarillas llevaban dentro tal o cual cosa; hoy, que el gobierno fumiga el cielo con no sé qué sustancias. Pero han sido muchas, muchísimas más. Qué inteligencias tan desarrolladas para la conspiración y qué tristemente desperdiciadas para la ficción. Y lo cierto es que tienen respaldo televisivo y hasta político, porque siempre hay quien por un puñado de votos es capaz de decir y hacer cualquier cosa. Al menos antes era con cierto pudor y secretismo, quiero suponer; el miedo es que ahora es en el congreso, a cara descubierta y bajo el beneplácito de partidos de siempre que son capaces de pactar con ellos.
En definitiva, estos son algunos de mis miedos que comparto con las únicas verdades en todo el asunto: este calor, el ascenso de las temperaturas máximas, el porcentaje de agua embalsada en los pantanos, la sequía y el afán de algunos políticos por restarle importancia al cambio climático. Y todo esto sin entrar a valorar la cuestión de Doñana, que ciertamente llevaba muchos años posponiéndose sin que encontremos explicación. Mucho menos, claro, estoy entendiendo que se pueda negar las evidencias que deberíamos compartir y trabajar para construir un futuro, porque lo contrario es el miedo ante la incertidumbre. Así que, si como yo suelen apagar la radio y el televisor de vez en cuando, recuerden al menos todo esto a la hora de votar.

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