METAS

“Nunca eres demasiado viejo para establecer otra meta o soñar un nuevo sueño” (C.S. Lewis).
“Si no sabes a dónde vas, probablemente terminarás en otro lugar” (Lawrence J. Peter).
Son las cinco y media de la tarde y ha acabado una etapa de ciclismo del Tour de Francia. Suponemos que ha terminado, y las televisiones dejan de emitir el programa cuando llegan los primeros. Pero la meta está aún algo lejos para algunos, los descolgados, que puede que arriben ya cuando haya finalizado le entrega de premios. Para ellos la meta es la misma, pero el objetivo tal vez sea otro. Para los primeros sería ganar, para los últimos, llegar.
La motivación es definida, precisamente a veces, como el conjunto de procesos dirigidos hacia una meta. Sería una suma de comportamientos que inician y mantienen una conducta empezada con un propósito para alcanzar un fin. Es algo que se relaciona con la energía que tenemos. Desde la psicología conductista, Hull incluso propuso una fórmula matemática en la cual la motivación era el producto del hábito, multiplicado por el impulso y por el incentivo. Mucho se ha estudiado sobre la fuerza del incentivo, o, dicho de otra manera, de la recompensa o gratificación, para mantener el esfuerzo que supone llegar a la meta deseada. Mucho se ha estudiado también de forma científica y empírica sobre la motivación intrínseca (aquella que tiene una persona por sí misma, sin recompensas) y la extrínseca (aquella que se refuerza mediante incentivos), demostrando que se obtienen mejores rendimientos y grados de satisfacción con la primera, con aquella que verdaderamente se origina con la voluntad de conseguir algo o hacer algo por parte de nosotros. Se ha estudiado también cómo las recompensas pueden intervenir sobre esa motivación intrínseca, y se ha corroborado también que si recompensamos de forma tangible (mediante regalos) la participación, la finalización o la ejecución de alguna tarea, disminuimos la motivación intrínseca, lo que es algo muy importante. Como ejemplo, ahora que todos los jóvenes se “gradúan”, regalar algo por el mero hecho de acabar un ciclo formativo, disminuye la motivación genuina para seguir realizando actividades similares. Sin embargo, estudios serios, mediante metaanálisis, también confirmaron que las recompensas verbales (agradecer el esfuerzo, reconocer el mérito, estimular la persistencia), sí aumentaron la motivación intrínseca. Creo que es algo para detenerse y pensar si lo estamos haciendo bien. Obviamente, no. En un mundo de carnaval y fiesta perpetua, se comprende esa situación, pero si queremos progresar verdaderamente a nivel intelectual, colectivo y personal, debemos valorar lo conseguido de otra manera, apostando sobre todo por la persistencia en el camino, la dedicación, el esfuerzo, y estar al lado cuando nuestros hijos, alumnos o amigos desfallezcan en el intento. El premio “a todo”, no solo no consigue estimular el crecimiento, sino que lo mengua irremediablemente.
Se ha relacionado también el grado de activación o de estrés con los resultados. Con mucha frecuencia se entiende que a mayor activación el resultado es también superior, pero en realidad no es así. El vínculo entre activación y rendimiento tiene una forma de U invertida, es decir, mirando hacia abajo, y nos informa que, alcanzado un nivel de excitación o dinamización, no sólo no aumenta el rendimiento, sino que disminuye. Creo que esto lo sabemos de forma más intuitiva, porque todos hemos tenido algunas fases en las que hemos estado más acelerados, y sin embargo no hemos sido capaces de llegar a buen puerto al realizar las actividades, ya que nos cunde menos, porque estamos saturados o confusos. Este axioma, debería ser más tenido en cuenta en entornos laborales, educativos y personales, ya que el descanso relativo por periodos en los trabajos que requieren gran gasto de energía (física o mental), favorece el rendimiento, y proporciona mejor salud a los trabajadores.
Una frase célebre de Les Brown decía: “Apunta hacía el infinito, ya que, aunque falles, aterrizarás sobre las estrellas”. Puede parecer muy positiva, catalizadora, auténtica y estimulante, pero según mi opinión, no deja de ser una metáfora soberbia que señala necesariamente los propósitos más exclusivos y elevados, algo que la mayoría no va a poder conseguir, y que otros, además, no queremos alcanzar. Porque otros, sencillamente, no deseamos esos niveles de consecución, nos conformamos con desafíos que nos gustan pero que no necesitan visibilizarse ni publicitarse, con objetivos alcanzables mediante la permanencia, que se van logrando día a día, gracias al refuerzo vigoroso que proporciona la sensación de control y competencia, aunque no sean inmediatos. Porque, no lo olvidemos, una de las fuentes de satisfacción y placer más intensas de esta vida es conseguir por nuestros propios méritos, con trabajo, perseverancia y esfuerzo, algo que nos gusta y que merece la pena. Además, haciendo un guiño irónico a la misma frase, podría añadir que el infinito no deja de ser un concepto inventado, inmaterial e imperceptible, y como tal, no se puede apuntar a él, ya que no sabemos dónde está. Y si cayésemos sobre las estrellas, teniendo en cuenta la elevada temperatura que tienen, nos volatilizaríamos muchos kilómetros antes, lo que no parece ser tampoco nada apetecible.
Propongo un diseño de nuestras metas partiendo de la inteligencia. Recordemos que no son carreras cortas, sino de fondo, y es necesario pensarlo detenidamente. Actuar con pasión y por impulsos, buscando la inmediatez, consigue un nivel de placer rápido pero fugaz, que conlleva inexorablemente a una conducta perniciosa y enfermiza, en la que el agrado o regocijo dura solo un instante y se origina a continuación el mismo problema.
Añadiría: “Apunta hacia una meta deseada, alcanzable, que se consiga en un tiempo determinado, que se pueda observar y que se pueda definir bien para que no te cree problemas” Pero, sobre todo, hazlo hacia algo que te guste, y que sirva.

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