¿META…QUÉ?

“Lo irreal, lo imaginado y deseado, resulta inesperadamente el factor capital de la realidad humana, y por tanto de la Historia”. (Julián Marías)
Los que pasamos de la cincuentena somos más incrédulos con respecto a lo que los mundos futuros añaden al disfrute de los presentes, aunque quiten los colores pastel y los sustituyan por un dentífrico tecnicolor apetitoso o, aunque los gurús o los CEO de las grandes empresas tecnológicas nos intenten engatusar con sus maravillosas ideas que revolucionarán la forma de comunicarse de los mortales de a pie, entre las que se encuentra una cada vez más presente, que llaman metaverso. Reconozco que me he tenido que documentar para escribir este artículo, porque es un concepto que no domino en absoluto, pero que me llamó la atención en el instante en que suponía un paso más en el camino distópico y ucrónico en el que nos deslizamos durante este intervalo temporal caracterizado porque los “mileniales” son los dominantes, y los dominados.
La disponibilidad de teléfonos llamados inteligentes, curiosamente, y de otros soportes informáticos, ha agrandado la posibilidad de que la mayoría de los usuarios caiga rendida en una infinita red de contactos y de fisgoneos superficiales y vacuos, una enorme pérdida de tiempo y una ingente desinformación creciente, que sin embargo parece empoderar con un aire de conocimiento en el que cualquier situación es discutible desde la mera opinión, aunque sea sin conocimiento de causa. Y ya se sabe, todo el mundo puede opinar (lo contrario iría en contra de nuestra querida y necesaria libertad), pero no todas las opiniones son igualmente veraces, contrastadas o acertadas.
El mundo virtual iniciado con los videojuegos o la realidad aumentada, se ensanchará sobremanera con este metaverso en el que los humanos interactuarán, se relacionarán e intercambiarán experiencias virtuales (no reales) exageradas mediante el uso de avatares (un muñequito que no existe pero que los representará), en unos entornos ficticios que simularán el mundo real, pero que no serán reales, ni tienen sus limitaciones. Es decir, dejarán expresar la imaginación y los deseos humanos, tanto aquellos callados y dormidos como también los originales, aventureros y visionarios, aparentemente en un contexto lúdico y desenfadado, pero probablemente proyectado y orquestado con fines oscuros, siempre con el Poderoso Caballero como origen último del proceso.
Ya tenemos demasiados metaversos, me decía un abuelo recientemente. Y me explicaba que estamos metidos en un sistema financiero que no entendemos, que nos cuentan con embustes, porque muchos especulan con dinero que en realidad no existe jugando a cambiar el precio de las cosas, con una ética borrada de su diccionario y con unas explicaciones por parte de los que nos gobiernan y de los medios de comunicación encargados de informarnos que escapa de la verdad y obedece intereses económicos abyectos y malvados. Eso, supongo que siempre ha sido así, pero la tecnología actual aumenta las posibilidades del engaño. Me contaba también que en su juventud se inventaron guerras necesarias para satisfacer el orgullo patrio, engrandecer la unidad nacional o ganar a los malos (siempre nosotros somos los buenos), cuando en realidad se iniciaron desde las sombras de proyectos competitivos, mezquinos, egoístas y codiciosos en los cuales se decidió sacrificar una parte de la juventud para que algunos orondos mayores siguieran bebiendo champán del bueno aunque hubiesen perdido las batallas, equilibrando los juegos geopolíticos y estratégicos del momento. Me enseñó asimismo a hacerme la pregunta de quién salía beneficiado de la contienda, porque casi siempre el origen de ese mal está muy cerca de los que ganan, o de algunos de ellos. Las guerras existen aún, teniendo en la mente una que nos está desquiciando, a la que están culpando desde Occidente de las iras y truenos de Pandora actuales, mientras apreciamos certeramente que en todos los niveles intentan salvar negocios o beneficios subiendo precios que necesariamente disminuirán el consumo, y nos están llevando a la mayoría a unos ingresos meramente de subsistencia, lo que remeda épocas pasadas de subdesarrollo y ambición.
El sufrimiento aquí era antiguamente vanagloriado ofreciendo un paraíso en el más allá en muchas creencias, con el objetivo de evitar sublevaciones y cambios en el statu quo; surgieron novelas durante y tras la Segunda Guerra Mundial, británicas sobre todo, que ofrecían mundos fantásticos donde evadirse durante un momento crítico adverso; y la cultura(y negocio) del entretenimiento nos ofrece el caramelo de un mundo feliz actual, en el que el tique de entrada es renunciar a nuestra genuina esencia e intimidad, pasando a ser poco menos que un monigote, que como marioneta vigilada y controlada, conceda sumisión y gozo a aquellos dueños de esas empresas postmodernas que nos ofrecen la postverdad de la misma vida, prostituyendo la realidad en una inmersión peligrosa, y tal vez, irremediable, yendo hacia escenarios aparentemente inofensivos, pero siempre enmascarados, avaros y aviesos.
Mantengamos algunos el seso despierto, antes de que el inconsciente colectivo lo subvierta y lo haga macilento, demudado y sometido. Aun, iluso, confío en ello.

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