Me llevo una

Pongamos que a partir de ahora, solo voy a hablar contigo. Pongamos que, cuando escriba estos artículos, voy a intentar imaginarte y vamos a tratar de mantener un diálogo. Porque no por pertenecer a mi imaginación dejas de ser menos real, créeme —quien lea mucho sabrá que todas las realidades caben en esta nuestra—. Y, pongamos por caso, que te llames Cris. De donde venga tu nombre queda entre tú y yo, así como tu raza, tu orientación, tu sexo, tu religión o ausencia de ella, tu color de pelo o de ojos, el trabajo de tu familia o tus aspiraciones personales e incluso sentimentales. Si aparecen, será porque ambos así lo decidamos. Pongamos también, que tienes… ¿cuántos? Dieciséis para diecisiete, claro; acabas de terminar primero de bachillerato. Con una para septiembre, ya.
Bueno, Cris, lo primero, no hagamos dramas. Llevar una para septiembre no debe suponerlo, desde luego. Y menos que nunca en tu nivel de bachillerato, bien lo sabes. Sé que has aparecido por esta puerta para que lo hablemos. Y también sé el esfuerzo que ha supuesto para ti este curso de semipresencialidad y mascarillas. Sé que has trabajado de forma más o menos regular, así como también que tenías trabajos y muchas entregas, que por eso no has atendido a todos. Soy plenamente consciente. El profesorado se ha reunido de forma periódica para exponer su método de trabajo y hablar de las características de todos vosotros. Nosotros, y me refiero a tus profesoras y tus profesores, trabajamos para hacer que tú apruebes.
Otra cuestión es que un suspenso nunca es un castigo. Cada asignatura es —o debería ser— una propuesta doble de objetivos que, en parte, son compartidos con el resto de tu clase y, en parte, son los tuyos personales para con la asignatura. Los de la clase, más o menos son los estandarizados, los que se publican en la ley y los que todo el mundo puede encontrar en la web del IES. Cuando se asigna un suspenso a un alumno/a es porque se considera que no se han conseguido esos objetivos, ya sean unos, otros o ambos. Por eso es tan complicado evaluar con números. Técnicamente la diferencia que hay entre un cuatro y el cinco es nimia, pero a efectos prácticos marca la línea que separa la consecución de los objetivos o no. Y en muchos casos, bien lo sabes, esta separación es muy muy borrosa y nos toca decidirlo salomónicamente. Es por eso que ahora la pedagogía está intentando hacerlo con otro método que sistematiza todos esos objetivos por cumplir en criterios de evaluación, estándares y demás palabrejas que vienen a decir que no se debe poner un cinco o un cuatro, sino que hay que evaluar muchas de tus capacidades para decir si la asignatura está aprobada o está suspensa. ¿Cómo? ¿Que al final seguimos igual que siempre poniendo notas numéricas? Pues tienes toda la razón, es un trabajazo para acabar evaluando como siempre. E igual buscar alternativas en ese sentido haría, desde mi punto de vista, que tú también vieras esto no como un fracaso, sino como una oportunidad de mejorar tus notas, de adquirir unos conocimientos que no sean vomitados en un par de exámenes y listo, de verte crecer en un segundo intento.
Ser bueno en algo significa equivocarse muchas veces mucho. Es necesario fallar alguna vez para darnos cuenta de lo perfectamente capaces que somos. Es cierto que dar con clave de algo y hacerlo bien a la primera nos proporciona una visión hermosa, pero no menos sesgada del mundo, aquella que nos dice que somos capaces de todo, que somos invencibles y que, si nos esforzamos, podremos con cualquier cosa. Pero lo cierto es que no siempre es así. Aunque no es tu caso con esta asignatura, no somos capaces de todo. No al menos siempre a la primera. Errar en alguna ocasión nos ata a la realidad y nos dice cuánto camino nos queda, cuántos objetivos deberíamos marcarnos esta vez y, sobre todo, de qué manera influye nuestro método de trabajo en nuestro resultado.
Nadie nace sabiendo, que dice mi abuela. Y posiblemente, nadie acabe sabiéndolo todo, que digo yo. Pero lo que sí sé, Cris, es que si esta charla te hacer replantearte algo en que pudieras haber fallado durante el curso —quizá la organización, quizá el hábito de estudio, quizá otras tantas cuestiones—, habrá valido la pena. Piénsalo, por favor. Tienes tiempo de sobra, sobre todo para el descanso en estos meses. Pero usa la cabeza y empieza a plantearte la vida como un espacio donde también caben fallos y aciertos a la vez, esfuerzo y rutina, aburrimiento y motivación, gran cantidad de aprobados y una asignatura para septiembre entre amigos, sol, playas y planes de verano.

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