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Es el tema de fondo de la novela de esta autora manchega “La biblioteca de fuego”, Premio Azorín, que ahora se ha presentado en Rute de manos de la concejalía de Cultura
A buen seguro que desde que María Zaragoza publicó en 2022 “La biblioteca de fuego” ha promocionado su libro en multitud de sitios del país, cada uno con un marco propio; más si cabe teniendo en cuenta que lo hacía con el marchamo de haber sido galardonada con el Premio Azorín de novela. Sin embargo, asegura que ninguno “tan bonito” como Rute. No regalaba el oído al auditorio ni a su anfitriona: lo ha hecho en el multipremiado patio de Aurora Sánchez. La presentación del libro en Rute no ha sido singular únicamente por el entorno. A su vez, se ganó al público por el formato elegido. Antes, por la mañana ya había cautivado a los estudiantes del IES Nuevo Scala, centrándose en este caso en “El infierno es una chica adolescente”, más reciente y sobre todo más empático con el alumnado del instituto.
No faltó tampoco público joven por la tarde en el patio, savia nueva para complementar las diversas generaciones que coincidieron en el patio. De introducir el acto se encargó la concejala de Cultura, Dolores Ortega, como delegación que patrocinaba el evento. Ortega dio unas pinceladas de la biografía de la autora, subrayando que escribió su primer libro con apenas 17 años. La concejala recordó reseñas de estas dos obras, “un libro de relatos para adultos sin adultos”, el que atrapó a los estudiantes, y “una novela sobre el amor a la cultura” para definir el que mereció el Premio Azorín.
- María Zaragoza se pregunta cuánto nos hemos perdido por la censura, “porque alguien pensó que algo no se debía saber”
Entre este esbozo y el núcleo del acto, una alumna del instituto, María Serrano, leyó el “Preámbulo”. A continuación, más que una presentación al uso, se entabló un diálogo entre el profesor y escritor ruteño Francisco David Ruiz, promotor de la idea, y la propia autora. A los dos les une su paso por la Fundación Antonio Gala. Durante un rato conversaron y reflexionaron sobre la realidad de los libros y la de la vida, tal vez no siempre paralelas o convergentes. Ruiz le preguntó cómo había influido La Mancha en su narrativa y su forma de ver el mundo. En efecto, María Zaragoza creció en Campo de Criptana, pueblo típico manchego conocido por alumbrar a María Antonia Abad, para el mundo del cine y el arte Sara Montiel.
Más que el lugar físico en sí, la escritora recordó su infancia en el bar de carretera de la familia. Le llamaba la atención la calma de los clientes leyendo el periódico y los imitaba, antes aún de saber leer ella misma. De este modo, se acostumbró a fabular desde pequeña. Desde entonces su trayectoria la ha conducido a una quincena de libros publicados entre otros muchos proyectos, como su guion de “Cuentas divinas”, nominado en los Goya 2024 al mejor cortometraje de ficción.
En cuanto a la gestación de “La biblioteca de fuego”, surge como confluencia de varias ideas. Ante todo, confiesa que siempre le ha llamado la atención todo lo relacionado con la censura, en especial lo que las personas se han perdido “porque alguien pensó que algo no se debía saber”. Esa inquietud volvió a aflorar al leer en la hemeroteca de ABC una noticia real sobre una quema pública de libros en 1939. El tercer vértice del triángulo creativo la creación en la República de bibliotecas de acceso público para acabar con el alto índice de analfabetismo que había en la España de la época. Muchos de sus responsables acabarían rescatando libros prohibidos en una suerte de sociedad secreta, la “Biblioteca Invisible”.
Sobre una base real se construye la ficción de Tina Vallejo, la joven protagonista que, junto a su amiga Veva, se introduce en ese mundo, igualmente auténtico, de quienes arriesgaron sus vidas para salvar los libros de la guerra y la censura. Realidad y ficción no sólo se entrelazan en la trama. También conviven personajes imaginarios con otros que sí existieron. María Zaragoza asegura que hay historias que por sí solas darían para una novela, como la de Blanca Chacel. No le ha sido fácil encontrarlas. El proceso, primero de documentación y luego de escritura, se prolongó cinco años. Había casos “rastreables”, pero otros no, porque no sabían nada ni las familias de quienes emprendieron la quijotesca tarea de salvar los libros de la pira del fanatismo.
En este sentido, Ruiz cree que es un libro que también habla del silencio. Para su creadora, la conclusión es que al cabo de décadas no hemos aprendido. Como muestra, recordó que la novela vio la luz coincidiendo con la invasión de Rusia en Ucrania. Entonces se cancelaron traducciones y presentaciones de libros de autores rusos. No entiende qué culpa pueden tener Tolstoi o Dostoievski de los delirios de un megalómano. Por eso, su compañero sentenció que leer “siempre es revolucionario”.