Tenía pensado escribir para este mes algo que me resuena últimamente por distintas fuentes cotidianas, tenía incluso el nombre del artículo, un latinajo con el que Hobbes nos recordaba cómo somos habitualmente en las relaciones con los demás (“homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre), pero he decidido cambiar de tema y hablaré hoy del amor, tras estar presente, también en estos últimos días, en varios lugares y momentos en los que he visto que algunos pueden echar el pulso a ese lobo, sin la necesidad de ser ningún cordero. Recordaré pues el amor, ese sentimiento del que los poetas tanto han escrito, con el que el cine nos ha enredado mediante fotogramas eternos, con el que nuestra imaginación ha transitado por los caminos más coloridos del universo…Bendito amor.
El amor se ha definido de bastantes maneras a lo largo de los tiempos, aunque erróneamente en nuestra época muchas veces se ha reducido solo al amor romántico, que tiene unas características específicas. Incluso los psicólogos se han devanado los sesos para encontrar variables y causas que expliquen sus mecanismos, han formulado teorías y han hecho estudios en parejas para extraer conclusiones que puedan generalizarse. Sternberg inventó la teoría más conocida, según la cual hay tres componentes fundamentales en el amor: la intimidad, la pasión y el compromiso. La intimidad la define como sentimiento de cercanía, unión y afecto hacia el otro, el deseo de promover bienestar, dar y recibir apoyo emocional, el cariño que nosotros llamamos. La pasión es un estado de excitación mental y física. La atracción y el deseo sexual son una parte de este componente. Se caracteriza por una activación fisiológica y el deseo de estar unido a la otra persona en múltiples sentidos. El compromiso a corto plazo sería la decisión de que uno quiere a alguien. A largo plazo, que es el mejor entendido, es la determinación de mantener ese amor. Estos componentes previos no van necesariamente unidos. De la combinación, surgen distintas tipologías de amor. En el cariño, solo hay intimidad. En el encaprichamiento, solo pasión. En el llamado amor fatuo, pasión y compromiso, como cuando dos personas se casan al poco de conocerse. En el amor compañero, intimidad y compromiso, predominando la preocupación por la felicidad y el bienestar de la otra persona. En el amor vacío, solo compromiso. En el amor romántico, intimidad y pasión, pero sin compromiso, como por ejemplo Romeo y Julieta. Y en el deseado amor completo, los tres componentes. Este, último es al que la mayoría de la gente aspira, al menos en sus relaciones sentimentales. Suele ser difícil de conseguir y más aun de mantener. No buscamos este amor en todas las relaciones, sino en aquella o aquellas que significan lo máximo para nosotros, sobre todo las relaciones duraderas de pareja.
Sternberg también ideó una teoría de la inteligencia con tres componentes, siendo una de las más aceptadas. Le gustaba el tres. Yo creo, sin embargo, que debemos huir un poco de las rigurosas definiciones de los eruditos y perdernos en los caminos de las sensaciones y sentimientos que notamos en nuestra vida amorosa, para luego encontrarnos y darnos cuenta de la felicidad que nos producen. La práctica en las emociones siempre fue delante de la teoría y resumir en escasos componentes todas las experiencias vividas no hace sino quitar brillo a estas historias.
Máximas, relatos, poemas, libros, citas y versos nos lo han contado, con ilusiones, desvelos, palpitaciones, suspiros, miradas, abrazos, besos, roces y ruidos lo hemos vivido en su fase de enamoramiento, pura pasión. Al principio incluso, muchos notamos una atracción instintiva hacia otras personas, que casi no elegimos, sino que notamos o sentimos (otra vez se hace palmaria la fuerza de las emociones), sin que la razón cribe ese torbellino o lo frene. A medida que la relación avanza, nos percatamos de las similitudes y las diferencias de personalidad, de las aspiraciones y de las ambiciones, aunque no siempre se hagan explícitas. Una vez pasada la fase de apasionamiento inicial y los primeros años, muchas parejas no siguen adelante con el matrimonio, más del 50% en España a largo plazo. Groucho nos sacudía con que la principal causa del divorcio es el matrimonio, y se apuntan hoy la falta de compromiso y de escucha, el egoísmo y la falta de atención a las necesidades recíprocas como los motivos más frecuentes de las separaciones. En otras generaciones pasadas, el machismo hizo que las mujeres vivieran en una especie de amor carcelario, siempre truncado y capado por una sumisión no deseada. Los matrimonios de conveniencia, con frecuencia en sociedades no occidentales, aun hoy echan de menos ese grado de felicidad que añade la elección no condicionada. Casanova disfrutaba de la fase primera de seducción y la siguiente puramente fogosa. Otros se dedicaron a desear una ilusión imposible no correspondida como Dante, convirtiendo ese platonismo en un foco de sufrimiento y desengaño. La mayoría de nosotros también hemos tenido momentos arenosos que no deslucen aquellos que fueron enjalbegados con la cal. La continuidad no es fácil. La felicidad no es un estado constante ni perpetuo. Los fastidios son frecuentes e interminables en nuestra vida cotidiana, el estrés y la prisa quitan posibilidades de éxito y las distracciones provocan una falta de comunicación necesaria.
En los últimos días, como dije al principio, he visto nuevos amores de parejas maduras que apuestan por estar juntos, he visto el amor de una despedida a un familiar por parte de los suyos hecho llanto por su partida, he presenciado una boda deseada que ha emanado un elixir sincero y estentóreo, comprometido, irradiante de gozo y unión. Y, desde mi alma desnuda, puedo deciros que solo el amor me ha dado fuerza (bueno, el jamón también), para superar la adversidad, crecer y disfrutar de la vida. Ese amor extensivo a la pareja, a la familia, y también a aquellos que se lo merecen, que son muchos.
Amad, amaros y apostad por el amor. Creo que es un antídoto necesario para la sociedad en que vivimos…
¡DESTACAMOS!