Encuentro ciertamente tóxica la queja sin fundamento. Critico el hecho repetitivo, no el derecho, porque es tan legítimo quejarse como no hacerlo. Pero encuentro cierto tufo en aquellos que, sin profundizar en cosa alguna, someten la realidad de todos en continuas ocasiones al aguijón de su ponzoña. Y no voy a referirme solo a la política. No esta vez, al menos. Les recuerdo que suelo hablar de educación y que en eso, los políticos, no salen de su caverna más que para proponer nuevas leyes —y seguramente sí, escoradas ideológicamente— cada cuatro años. Pero estaremos de acuerdo en que la política es la mejor muestra de cómo envenenar la res pública, incluso aquellos asuntos que convienen a todo el mundo, para sacar rédito electoral.
Es cierto que la nueva ley educativa trae a todos los docentes de cabeza. Y soy capaz de escribirlo así, sin ambages, porque ya he hablado de esto en anteriores artículos. Quiero pensar que no lo es por la ley en sí —se trata de una más y, en teoría encadenada con las anteriores hacia un modelo estadounidense de enseñanza-aprendizaje—, sino más bien por la implantación sin ningún tipo de mapa para el profesorado. Ya les conté en aquella ocasión que estamos recibiendo formaciones a marchas forzadas, aunque no obligatorias, por lo menos hasta el momento. Incluso con las mismas, que debían haberse tenido antes de la implantación y no de esta forma atropellada, resulta muy difícil aplicar criterios comunes a todas las materias. No es igual una clase de Inglés que una clase de Matemáticas, sencillamente porque donde una intenta equilibrar la gramática con la aplicación práctica de los saberes—me disculpen mis compañeros de la materia si es reduccionista la afirmación—, la otra requiere dosis de absoluta y necesaria abstracción lógica, alejarse por momentos de los conocimientos rentables en el día a día. También es necesario, algunas veces, aprender a mirar más allá de lo que necesitamos. Así se mira a las estrellas, por ejemplo.
Sin embargo, la nueva ley educativa plantea, entre otras mil cosas, lo que llama Situaciones de aprendizaje, es decir, un acercamiento del profesorado al alumnado, colocándolo en el centro y tratando de entender sus intereses para favorecer el aprendizaje. Ahí es nada. Creo que convendremos en entender que este “acercamiento” del que hablamos no debería asustar a nadie. Hace años que la educación está poniendo al alumnado en medio de todas sus cuestiones porque entender la enseñanza como el hecho de exponer los conocimientos en clase de forma magistral para que se redacten exactamente igual que se explicaron en un examen resulta, como mínimo, de otra época, aunque no por ello sería menos necesario. No va a desaparecer nada de esto, simplemente porque este tipo de clases también se contemplan junto a las dinámicas, las que se acompañan de nuevas metodologías y la formación en conocimientos digitales. No se pretende sustituir la clase tradicional por una serie de juegos educativos. No creo que sea así como debería entenderse el asunto. Al menos en mi opinión, que no es ley.
Y volviendo al principio, claro que necesitamos quejas fundamentadas para mejorar la situación, por supuesto. Y foros donde también se escuche de una vez por todas al profesorado. Porque si alguien nos hubiese preguntado podríamos decir, por ejemplo, que hablar de competencias en educación nos acerca al lenguaje capitalista de la empresa; que el modelo agotado de los estadounidenses nos llega sin asumir críticas; que no existen formaciones previas que se supondrían de un pacto de estado serio y basado en el consenso que ya ni la sanidad pública es capaz de soportar; que no está demostrado que un mundo digital colabore precisamente a una mejor calidad del aprendizaje; que enseñar conocimientos que solo tienen que ver con su propia utilidad práctica nos hace débiles de entendimiento y seres teledirigidos hacia la más absurda plutocracia. Y estas, solas, entre otras cosas.
Hay mucha tela que cortar. Pero es nuestra tela y yo de mi capa sé hacer un sayo. Día tras día intento primero escuchar, acercarme al alumnado con la misma curiosidad que les exijo e intentar enfocar mis esfuerzos en que lo que enseño se parezca a las cosas que al final nos gustan a todos. Dice en uno de sus poemas Luis García Montero: “Nadie olvide los tiempos, pero nadie se engañe:/ al final sólo importan el amor y la muerte”. Y cerca de esto que también puede ser una metáfora, intento poner sobre la mesa los contenidos y construir con ellos un artefacto que contenga las cosas que a mí también me gustan. Porque yo también estoy en clase, porque me gusta estar sobre las cosas mismas y no en mi mesa reposando el conocimiento, yo que sólo sé algunas pocas cosas sobre Literatura. Por eso intentaré acercarme a esta nueva ley, con la conciencia en guardia sí, pero asumiendo también que es mi labor pública intentar trabajarla y no dejar que sea ella quien se acerque si puede, a la manera en que siempre se han hecho las cosas. Porque no, no le han cambiado el nombre a lo de siempre. Creo que esta vez sí nos equivocamos. Y tampoco vamos a atar los perros con longaniza con la LOMLOE, pero debemos entendernos en consenso antes de que, a pie del cañón, tengamos que convivir en aquella frágil línea en que vivían los virreyes americanos cuando decían aquello de “la ley se acata, pero no se cumple”.
¡DESTACAMOS!