Las contradicciones de un simio aparentemente menguante

Estamos y creemos no estar en Navidad, en estas fechas señaladas que todos los años muchos de nosotros anhelamos que lleguen para pasar unos días de felicidad, descansar y estar junto a nuestros familiares y seres queridos. Así lo recuerdo y así lo hemos vivido durante muchos años. Los dos últimos, sin embargo, estos deseos se han visto truncados por el desarrollo de una pandemia deyecta y mefítica para la que no estábamos preparados, que ha hecho temblar los cimientos de la sanidad pública y ha ocasionado muchas dudas con respecto a cómo desarrollamos nuestra existencia, lo que somos, e incluso dónde vamos, cuestiones metafísicas que nos acompañan desde que el hombre es hombre.
Aunque el origen último (o primero, según se mire), nos es desconocido realmente, las teorías más modernas que sostiene la Ciencia reniegan del creacionismo y abogan por la gran explosión primigenia y, ya desde hace tiempo, por la teoría de la evolución natural. De esta última no hay ninguna duda. Mi pregunta es si esta convicción materialista nos ha llevado a unas mejores condiciones de vida o a una forma de ser y de comportarnos mejor que antes. No sé si somos ahora más o menos egoístas, aunque estoy convencido de que lo somos al menos desde que dejamos de subirnos al árbol y desarrollamos habilidades más finas, acompañados de esa facultad llamada pensamiento voluntario, desprendido de nuestros más ancestrales instintos. Es aceptado universalmente que todos nosotros tenemos la tendencia a procurarnos defensa, supervivencia y lucha por la descendencia antes que a los demás. No es criticable. Sí lo serían algunos medios para conseguirlo.
Desde el hombre primitivo, con sus adoraciones representadas en las pinturas rupestres, pasando por las sociedades politeístas iniciales, las monoteístas posteriores o las religiones orientales, todas las épocas y culturas han tenido una necesidad espiritual de intentar explicar algo que se les escapa, que no entienden y que les hace falta. Nosotros, los que vivimos en Occidente, estamos en el año 2021 por el hecho de que contamos nuestra era desde el nacimiento de Alguien muy especial. Es lo que celebramos estos días. Creo que no importa que las fechas elegidas concuerden al final con otras paganas, cuando lo que muestran es la llegada de una ilusión redentora. Creo que no podría existir la Navidad sin entender el significado de ese nacimiento, de novedad, de cambio a una sociedad nueva, de intento de mejora en las actitudes humanas, de ordenar la mente y las vidas, de intentar defender y hacer el bien, de buscar la paz y de respetar a los otros. Una Ética avanzada describe casi todo lo anterior solo desde las capacidades humanas, pero, por desgracia, no ha conseguido enseñarse adecuadamente, aunque históricamente se ha intentado adoctrinar en éticas perversas llenas de sevicias y estigmas vitriólicos. Esto no quiere decir que algunas personas no la hayan podido alcanzar individualmente.
Muchos de nosotros, aunque no lo digamos, vivimos una contradicción persistente entre lo que creemos creer, lo que queremos creer y lo que sentimos. Por un lado, la parte de la ciencia nos lleva inexorablemente al camino de la ética, y, sin embargo, las emociones nos llevan a la necesidad de la búsqueda de Dios. Que me perdonen Tomás de Aquino y Descartes. Muchos ateos han rezado y rezan ante grandes problemas en la vida, hacen promesas y dudan sobre su ausencia de fe. Algunos creyentes dejan de serlo, al menos temporalmente, tras sufrir alguna tragedia. Otros no tienen estas dudas. Ante tal disonancia, la ejemplaridad de la conducta se convierte en una forma irreprochable de evaluación por los demás y por nosotros mismos. Ya hemos llegado muchos a una fase en la que no nos pesa tanto la opinión de los demás. Lo que hacemos lo realizamos de una forma sincera y honesta, genuina, sin perseguir la aprobación de otros, pero sí pensando en el bienestar de esos otros.
Aunque parezca, dadas las malas noticias que aparecen en televisión, que somos cada vez peores o que aumentan los desastres y penalidades, hay mucha gente que hace las cosas bien, que se levanta por la mañana pensando en trabajar y hacer todo lo que puede para que su familia siga adelante, hay niños que dejan de soñar para ir a aprender, hay mujeres que deciden dar vida para que pueda persistir nuestra vida misma, hay personas mayores que siguen cuidando y otras que necesitan ser cuidadas y hay muchos que cuando se sienten estos días en el hogar, echarán en falta a otros que se fueron. Estas conductas merecen apostar aun por un simio evolucionado que no ha llegado a ser decadente. Tal vez no lo sea porque no está solo en el camino. Hay otras personas llenas de luz, llenas de amistad, y llenas de amor. Hay otros que hacen el bien. Cristo preconizaba fundamentalmente dos cosas, hacer el bien y cuidar de los demás. Mientras hagamos eso, seguiremos siendo cristianos, y creo que perduraremos como verdaderas y mejores personas. Voy a recordar una aparente necedad, reiterada en todas las épocas ante problemas o conflictos variados: “lo que conseguimos, depende de todos, y lo que todos llegamos a ser, depende mucho de lo que todos somos capaces de hacer”. Por eso, hemos de rememorar, también esta Navidad, que debemos enterrar el cáncer de la soledad, el odio o la codicia, desprendernos de las máscaras superfluas que engordan nuestra existencia y dirigirnos hacia un camino, aunque zigzagueante, que nos lleve a creer que podemos llegar a ser mejores para nosotros y para los demás. Ese, creo que fue parte del mensaje de Alguien que nació hace casi dos mil veintidós años.
Por eso no pienso que mengüe nuestro futuro. Hay cada vez más humanos comprometidos con la supervivencia mejorada de los demás, que notan el brillo que desprenden las horas de estos días, y que no olvidan el mensaje que por acuerdo hemos otorgado a estas fechas en ningún momento del año.
¡Brindo por vuestra ilusión, brindo por vuestra luz!

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