De lápices, comprensión lectora y empatía

Siempre digo a mi alumnado que no se escoge igual un libro para la playa que un libro para un domingo de invierno en casa, por poner un ejemplo que valga. Es distinto porque para lo primero se necesita una lectura que a uno no lo requiera demasiado activo, una historia en que uno pueda dejarse llevar, atrapar por unos personajes y una acción trepidante. Por supuesto, estoy generalizando, todo depende del tipo de lector y de la necesidad que cada persona tenga. Pero es cierto que para lo segundo, para una lectura, pongamos, más literaria, nos hace falta la tranquilidad del silencio y la compañía de un lápiz. Esta es una manía que intento inculcarles y que a mí me mostró un viejo profesor de filología: <>, nos decía. Por eso, cuando intento desgranar una obra literaria en clase les muestro un camino, una serie de pautas que sirvan como señalización para guiar su lectura. Subrayar es la principal, porque supone un ejercicio de síntesis interna muy necesario a la hora de intentar comprender un texto.

Sin embargo, resulta evidente que el camino hacia los clásicos supone un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a recorrer. Y cuando digo esto no lo hago desde el resentimiento, evidentemente, sino desde la confianza en que todos podemos acceder a ellos como lo han hecho cientos de generaciones antes que nosotros —eso si se nos proporcionan los medios y si somos capaces de combinar ese pasado escrito con nuestro más vivo presente—. Así, que la vida sea sueño, por ejemplo, no debería alejarnos de los influencers, ni de Instagram. Del mismo modo que Sobera no deja de ser una alcahueta celestina, ni su espectador el idéntico lector que antaño se relamía con los juegos de amor de Calisto y Melibea. Sí, ha pasado tanto tiempo que las palabras que decimos nos suenan a un lenguaje distinto. Pero, ¿acaso no seguimos diciendo lo básico del mismo modo? Quién no se ha puesto becqueriano, cernudiano o incluso tanganesco para acabar diciendo que libertad no conoce sino la libertad de estar preso en alguien, que volverán las oscuras golondrinas o que es ingobernable el amor de sus amores…

Comentaba con mi alumnado hace un tiempo que el castellano no ha cambiado tanto. Hemos sido nosotros quienes lo hemos hecho y también nuestra capacidad de encontrar todos los significados que esconden nuestras palabras. Eso es de lo que evidentemente se aprovecha la clase política para realizar contraposiciones de términos tan simplistas como las que se están haciendo en sus últimas campañas. Contraponer la libertad a cualquier cosa que se les ocurra supone un ejercicio tan vago y tan superficial que me hace pensar que va dirigido, precisamente y con razón, a esa sociedad a la que previamente ha dejado por los suelos el informe PISA en comprensión lectora. No buscan votantes, sino followers. Y en su cuestionable forma de dirigirse a todos y todas obvian que la otra mitad no tiene por qué estar al otro lado de la libertad sino en la libertad misma de elegirles o no. A eso, pongamos por caso, es a lo que todavía algunos llamamos democracia.

Al fin, intentar comprender un clásico es un ejercicio de responsabilidad y madurez que yo pretendo enseñar con un lápiz a mi alumnado. Pero siempre me quedo con las ganas de aportar un dato más: cuando uno está acostumbrado a realizar ejercicios de asimilación y síntesis, de comprensión y adaptación, en definitiva, de entender algo nuevo que a priori no sintonizaba con el mundo que uno conoce, aprende a mirar de otro modo a quien inmediatamente no le rodea. Y siento mucho decirles que a cierta clase política ruin les fallará la comprensión lectora porque en su castellano, esa neolengua donde ya nada es lo que parece, donde ellos leen MENA yo sigo subrayando niños, como mis alumnos y alumnas, como aquellos a los que llegaron a nuestro instituto sin saber decir ni hola y hoy son ruteños por derecho con una lengua más y una experiencia vital que ninguno quisiéramos vivir. A esto, pongamos también por caso, es a lo que llamamos empatía, que no es un sistema político, no, pero es una forma de mirar y una forma de conciencia que hace que nos entendamos los unos a los otros.

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