La violencia nunca es la opción

Sí, así de claro y contundente: la violencia nunca es la opción. Ni aquí, ni en Cataluña, ni en Siria, ni en la parada de autobús, ni en la puerta de tu casa. Nada justifica esta actitud ni por cuestiones ideológicas, ni de opinión, ni de sentimiento, ni de pensamiento, ni de obras. Rotundamente no. Porque cuando recurrimos a la violencia de cualquier tipo, física o verbal, para defender nuestras ideas, sencillamente estamos haciendo que pierdan el mucho o poco valor del que podían gozar.

Sin entrar a debatir cuestiones políticas que no vienen al caso en esta columna, lo que hemos vivido en las últimas semanas en Cataluña no podemos aprobarlo de ninguna de las maneras. No voy a enfrascarme en el debate sobre la necesidad o no de mayor autoridad por parte del Gobierno en esta comunidad o a las consecuencias negativas que estos hechos han supuesto ya para nuestro país, me refiero a que carece de justificación el hecho de que varios centenares de personas inunden el centro de Barcelona, Tarragona u otras ciudades catalanaspara quemar contenedores, asaltar comercios o sembrar el pánico. ¿Realmente estos vándalos sienten que sembrando el terror van a lograr el fin que pretenden?

La violencia no solo es un camino moralmente incomprensible, sino que es completamente ineficaz. No vamos a lograr que alguien cambie de opinión o ceda a nuestras peticiones por el hecho de comportarnos vandálicamente. En el mejor de los casos, coaccionando a alguien con tal actitud de terrorismo, podemos llegar a alcanzar una especie de ‘pacto para aplacar los miedos’ pero no por ello nuestro oponente va a pensar como nuestra razón dicta.

La violencia no es el camino. Y ésta ha de ser una afirmación que debemos sembrar en nuestras nuevas generaciones desde la cuna: en casa cuando nos agotan y levantamos la voz, en el colegio cuando no reprobamos una pelea al considerar que es “cosa de niños”, en el parque cuando nuestro hijo pretende hacerse con el balón de su amigo, en la tienda de la esquina cuando el cliente habla mal al tendero y hacemos caso omiso.

El fanatismo de cualquier tipo también nos hace caer en actitudes violentas: la exacerbación por un partido político; la furia por un amor no correspondido; la rabia por no entender que el de enfrente también tiene una opinión, la suya, y es tan válida como tu pensamiento. Es imprescindible vivir apasionadamente y apasionarnos con aquello que amamos, pero no bañarnos en cólera cuando vemos a nuestro prójimo como un rival y no como una persona con su manera de pensar, actuar y ser.

Si tuviésemos el amor en el centro de nuestras vidas, todo sería bien distinto. El amor a nosotros mismos, a las personas que nos rodean, a la vida… Incluir este ingrediente estrella en nuestros platos principales de la jornada nos aportaría otra visión de las cosas. Porque es muy bonito decir “actúa como te gustaría que actuasen contigo”, lo difícil es llevarlo a cabo.

Riamos más, soñemos más, hablemos más, amemos más. Vivamos más y mejor, porque sólo tenemos una oportunidad y no dejemos que la avaricia, la crueldad, la venganza, el odio, el rencor y la intransigencia protagonicen nuestras vidas. Nuestra lengua cuenta con más de 90.000 palabras, ¿te animas a utilizar aquellas que pueden hacerte mejor persona?

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