La vida en otoño

A mis amistades del parque de Rute:
por los buenos ratos de charla y risas
compartidos cada verano.

“las calles recién regadas,
el aire fresco,
limpio,
el olor a cruasán de las cafeterías,
la locura
de los pájaros…
Como si la vida
te dijese:
mira, aquí me tienes,
vuelve a intentarlo.”

Karmelo Iribarren

Acaba de empezar un nuevo curso. Hace nada estábamos disfrutando del verano y ya estamos inmersos en la rutina y atareados. Un curso que empieza suele traer cosas nuevas y ocasiones para intentar hacer algo que no se ha hecho y aún es posible. La vida se puede contar por cursos. Unos cuantos llevamos ya superados, por más que todavía nos queden asignaturas pendientes. El caso es que la vida se reinicia cada septiembre. En realidad, recomienza cada mañana al levantarnos, cuando despertamos del sueño y tenemos que enrolarnos de nuevo en lo cotidiano, que también tiene su encanto. Puede gustar lo extraordinario, salirse de lo corriente, pero el grueso de la vida está hecho de días normales, muy parecidos unos a otros, aunque no iguales. Son esos días de negro en el calendario, pero que pueden colorearse si los pintamos con entusiasmo. La normalidad no tiene por qué ser una rutina aburrida. ¡Bendita rutina! A menudo, si se rompe, es por algo no deseado: una enfermedad, un ingreso hospitalario, alguna pérdida insoslayable, un sobresalto. Frente a eso, es preferible seguir a nuestra rutina abonados. La felicidad, tan buscada, toma con frecuencia forma de una mesa camilla y unas zapatillas de casa, de café recién hecho, de siesta en el sofá… El poeta alemán Bertolt Brecht dedicó un poema a los placeres cotidianos. Son muchos para quien sabe reconocerlos y apreciarlos: un café, un libro, un paseo, un rato de conversación… Son esas cosas que aligeran el peso de los días y ayudan a echarse los problemas a la espalda. Algunas cuestan muy poco o incluso nada. Ver despuntar el día es un placer y un auténtico espectáculo gratuito y diario, como lo es ver anochecer. Son momentos así los que salvan cada día. Buscamos fiestas y puentes en el calendario, pero lo “fuera de serie” puede suceder un día cualquiera, sin mayores pretensiones. La felicidad no llega precedida de platillos y trompetas. Se presenta sigilosamente y se convierte en ese estar a gusto con uno mismo y con la vida, aunque no nos agrade todo de ella. La felicidad no suele vestir de gala. No le hace falta. Por las rendijas de cualquier día, se puede colar algo bueno inesperado. Por cualquier entresijo de las horas, se desliza el milagro. Y el otoño es siempre una oportunidad para recuperar la ilusión y que se parezca a aquella de cuando estrenábamos cuadernos y libros forrados. Hay mucho por hacer, mucho por decir y disfrutar este otoño, mientras nos damos cuenta de que es agradable el sol cuando menos calienta e insuperable el ocre del paisaje.
Ahora que el verano recién pasado se repliega en la memoria, otra estación comienza y es posible llenarla de experiencias nuevas.Toca vivir este otoño nuevo que la vida nos regala y hacerlo lo mejor que sepamos. Bien es verdad que no son muy halagüeñas las circunstancias: que todo está cada día más caro, que la guerra de Ucrania no ha terminado, que el coronavirus sigue coleando. Pero, aún así, mientras vamos camino del invierno, podemos disfrutar de días sin frío ni calor, de los frutos de otoño, de una gama de colores impresionante en los parques y en el campo. La vida no es menos vida cuando se viste de otoño y acortan los días, y nos hace abrigarnos y nos lleva a buscar el rayo de sol que hasta hace poco rehuíamos.También eso puede tener su lado positivo y evita la monotonía de la ausencia de cambios.
La vida, en definitiva, especialmente en otoño, viene a ser un volver a empezar continuamente, un sobreponerse a muchas cosas y tirar para adelante, aprovechando el presente, que es lo único cierto. Este aquí y este ahora es todo lo que tenemos. Vivir es subir la persiana cada mañana, con más o menos ganas, y comprobar que siempre amanece, por oscura que haya sido la noche. Y eso anima a afrontar el otoño como oportunidad y comenzar el curso con ganas. Que en todo lo que empieza hay algo mágico – como dejó escrito Hermann Hesse, el premio Nobel de Literatura alemán -. Que mágico y único es ya de por sí vivir la estación que acabamos de estrenar y no hay que dejar que se desprendan de nosotros sin más, como hojas secas, las ilusiones que albergamos y nos alientan. ¡Vamos! Que todo un otoño nuevo y por recorrer, provisto de posibilidades y alegrías nuevas, nos espera.

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