Se produjo. Ocurrió. Ya estaban avisando. Nos quedamos a oscuras.
Se paralizó casi todo. Hubo miedo, incluso pánico.
Se dijo que nos saboteaban otros, como siempre.
No nosotros, soberbios infalibles.
Y no nos dijeron lo que pasaba de verdad, esa verdad olvidada.
Esa verdad que sí me daría luz.
No funcionaban las cosas. Algunos se quedaron atrapados,
otros colgados, y muchos, asustados.
Los nervios afloraron corriendo al supermercado.
Funcionaban las radios antiguas, casi inexistentes ya.
Se buscaban velas y linternas. Ya no hay candiles ni quinqués.
Los explicadores necesarios, los pagados, enmudecían,
mientras, pergeñaban y rumiaban su relato,
que construían para intentar convencer desde la duda.
No somos tan fuertes. Nos miran desde fuera con sorpresa.
Comienzan a desconfiar de nuestro progreso o avance.
Se resiente nuestra marca. La seguridad retrocede.
Precisamos controles, mecanismos de ajuste de las oscilaciones,
y no nuevas peleas de interesados políticos.
“La energía ni se crea ni se destruye”, nos dicen.
¿Dónde se fue ese día? ¿Y, por qué?
Se puede contar de otra manera, pero hoy escojo una prosa breve.
No por desidia ni letargo, sino para que se vea.
Porque por encima de voltios, generadores y amperios,
más allá del barullo de las calles y del ruido,
hay también formas de encontrar otras luces.
Otros modos.
Cuando no se ve, yo te escucho cerca, vibra el aire,
se nota el calor cercano que se templa,
te cojo la mano y tú aprietas,
consigo pensar que me miras y sonríes. Porque así lo quiero.
Veo cuando no veo con los ojos que estás ahí.
Veo que me ves también cerca, que nuestro nido no se cae.
Veo con la luz que tú me das.
Y tú sabes quién eres…
¡DESTACAMOS!
















