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Un año más el pueblo de Rute dio su último adiós al pez fiambre, en un sepelio con un cortejo de sepultureros renovado y constituido formalmente como asociación
Renovarse y morir. El entierro de la sardina es tan peculiar en Rute que la vieja disyuntiva se diluye. En su lugar, las dos ideas se complementan en el funeral más irreverente del Carnaval. Y es que son varios los cambios que ha traído este año el sepelio, sin que se evite en cualquier caso que el pez fiambre termine igual. Antes de darle su último adiós en pleno miércoles de ceniza, ya se había rezado en “el velatorio” del martes por su eterno descanso. En un caso y en otro, se vertieron muchas lágrimas por su pérdida, pero no de tristeza sino de alegría.
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Más que un funeral, el entierro de la sardina es todo un ritual de purificación, una catarsis en que la pena y el gozo son vasos comunicantes, y que termina con el pez incinerado. Aparte del efecto purificador del fuego, es una forma de adaptarse a los tiempos. Porque el cortejo fúnebre de Rute, en efecto, sabe renovarse. Lo ha hecho con colorido, tanto en la versión infantil de la sardinita, como en la adulta. Es una forma de no perder fieles, puesto que cada vez son más los dolientes que deciden no asistir al entierro vestidos de luto. Pensarán que el sentimiento, como la bebida, va por dentro. Hay que adaptarse a sus gustos.
Ello explica que la sardina se haya metamorfoseado en una versión multicolor, como el país de la abeja “Maya”, uno de los muchos himnos que entonan las charangas y el público en este día como un reverso de las saetas. Otro tanto ocurre con los bares, antítesis de las estaciones de Penitencia que están por venir, cuando la Cuaresma y la Semana Santa (“Capitán Veneno” dixit) “nos devuelvan al llanto y al dolor”. Así que ni la lluvia, literal, aguó esta fiesta tan singular que es capaz de unir hedonismo y lamento.
Tan sólo hizo que la sardinita infantil no pudiera recorrer las calles de Rute, desde el colegio de partida de este año, Ruperto Fernández Tenllado, hasta el “cementerio” del Paseo del Fresno. En su lugar, como había comunicado el centro, fue trasladada “en un coche fúnebre”. Después, a cubierto, bajo la carpa, se le tributó la correspondiente despedida, respetando sus últimas voluntades.
Después, por la noche, como si de una procesión se tratara, hubo que activar el “paso lluvia” para acelerar el recorrido, pero pudo completarse sin incidencias. Así transcurrió el estreno del nuevo cortejo de sepultureros que se encarga de organizar la comitiva fúnebre. El entierro de la sardina es tan particular que han tenido que pasar más de tres décadas para que se constituya formalmente una asociación para tal fin. Si alguna vez se corrió el riesgo de que el pez se quedara sin un último adiós en condiciones, ahora hay un compromiso de que pueda siempre descansar en paz. Larga vida a la sardina.