LA IMPORTANCIA DE UNA AUTOESTIMA EQUILIBRADA.

“Usted mismo, tanto como cualquier otro en el universo entero, merece su amor y afecto” (Buda)
Con frecuencia hablamos de que la pandemia nos ha debilitado física y emocionalmente. Al haber coartado nuestras ansias de libertad, viviendo tiempos que se han podido interpretar como símiles carcelarios, salimos como victorinos desde los toriles, a veces incluso sin un rumbo fijo, pero con anhelos y pensamientos fuertes de disfrutar con acontecimientos, paisajes y momentos diletantes y entretenidos. Huimos de la pena pasada e intentamos adaptarnos a un nuevo escenario no escogido, ante el que hemos elegido una transitoria navegación hedonista, resbaladiza, pero tal vez necesaria. Cuando son muchos los que optan por algo, posiblemente no estén equivocados, aunque no siempre ocurra así. Vemos los bares, los restaurantes, los aeropuertos, las playas y las plazas repletos de gente, como si no hubiera un mañana, tratando de compensar miedos recientes y aceptando la vida como un viaje muy pasajero que nos ha enseñado nuestras debilidades. No seré yo quien devalúe la importancia de disfrutar de los placeres de la vida, a pesar de no haber sido nunca un sibarita, pero sí contrabalanceo la necesidad de seguir remando también en otros sentidos necesarios, como las rutinas diarias, el trabajo y los cuidados de familias y personas dependientes.
Me han dicho algunos amigos que han salido con una baja autoestima de la pandemia, que necesitan reafirmarse en sus convicciones y su futuro, que se esfuerzan por recuperar el rimo de actividad anterior, para volver a creer en sí mismos, para tener otra vez la fuerza que manejaban. Algunos han ojeado los cada vez más habituales manuales de autoayuda, que prometen milagros modernos haciendo 5, 10 o 15 cosas que se prometen fáciles, siempre bajo la fórmula mágica de nuevos chamanes del éxito y el bienestar, que obtienen un buen pecunio con su empresa. También hay otros libros más labrados, escritos por autores formados, que, desde la experiencia, aconsejan algunos remedios para que no nos dejemos llevar por un menguado autoconcepto. Estos últimos tienen unas conclusiones o recomendaciones más científicas, basadas en estudios serios, aunque no siempre extrapolables a cada persona.
La autoestima depende de muchas variables, influyendo en ella lo que ocurre a nuestro alrededor, pero también la manera que tenemos de interpretarlo. No es algo estable, sino que cambia con el tiempo, con nuestra forma de hacer las cosas, de pensar y de lo que hemos aprendido. Tienen también más autoestima, aquellos que de niños no fueron excesivamente dependientes de los padres. Pero es la forma con la que interactuamos en nuestros distintos entornos (laboral, familiar, social…), lo que afecta más directamente a la misma. Algunas formas de pensar son más proclives a mejorar o preservar nuestra autoestima. Evitar el pensamiento rígido es una de ellas, ya que el entorno y yo mismo no tenemos que actuar de una determinada manera. Ayuda también no ver las cosas como blancas o negras, sino añadir matices amplios de “grises”, obviando en lo posible el perfeccionismo excesivo, lo que nos hace ser más
flexibles, sin juzgar de forma rigurosa o haciendo algo que de otra forma no haríamos por miedo a no conseguirlo. No interpretar una situación particular como algo general evita sesgos. Saber que mi bienestar no depende de otros, sino de lo que yo pienso y hago, es algo que me protege a largo plazo. Es necesario responsabilizarse de los problemas que cada uno tiene y no dejar esa carga para los demás, ya que esto último solo proporcionaría seguridad a muy corto plazo. Tampoco somos responsables de los problemas o el malestar de otros. No podemos culparnos de las desgracias de los demás. Debemos aceptar nuestros fallos, y, sobre todo, saber que vamos a errar. La vida está llena de probabilidades y de casualidades, que esquivan el control que nosotros ejercemos sobre ellas. Pretender la ausencia de fallo es una fuente de decepciones. También tenemos que aceptar que no le vamos a caer bien a todo el mundo, sino que no vamos a ser aceptados ni queridos por muchos. Eso nos ayudará a vencer la congoja ante la crítica o el rechazo. Es mejor seguir siendo como somos, con nuestros valores y nuestras creencias, que supeditarnos a los deseos de los demás para agradarlos.
Por otro lado, cómo interpretamos los logros en nuestra historia de vida también afecta a nuestra autoestima. Tener una forma de afrontamiento de los problemas y unas atribuaciones internas, globales y estables de estos éxitos, nos ayuda a fortalecerla. Si tendemos a atribuir nuestros éxitos y fracasos al exterior, a los demás o a las circunstancias, no valoraremos nuestros logros y no seremos capaces de aprender de los fracasos.
Dejar de maltratarnos, pensar positivo en lo posible, darnos tiempo, pararnos cuando lo necesitamos, dejar de compararnos con los demás, no atarnos al pasado y descargar los lastres, ponernos metas alcanzables, conocernos, aceptarnos y perdonarnos, querernos (y querer a los demás) son algunos recursos para ayudarnos a mejorar nuestra autoestima.
Buscar sentido a nuestra vida, como nos contó y enseño Viktor Frankl, puede ser el inicio de una bonita vereda…

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