La felicidad viste de diario

A la memoria de Teresa Córdoba,
emprendedora y adelantada a su tiempo,
a pie de obra hasta última hora,
carmelita hasta la médula.
Sirva de ejemplo
y quédenos siempre su recuerdo.

Ido el verano, la vida retoma su ritmo habitual de colegios y trabajo, y, sumergidos en horarios apretados, a menudo olvidamos que lo extraordinario puede suceder un día cualquiera. Instintivamente, buscamos puentes y pensamos en las próximas vacaciones que traiga el calendario. Pero también tiene su encanto volver a lo cotidiano y ver cómo la vida recomienza cada mañana, cuando amanece y se alzan las persianas, aun sin saber qué nos traerá la jornada. Incluso en un día corriente acontecen milagros. El de ver amanecer y anochecer está asegurado. Y ese sofá esperándonos, y el periódico, el café…, todo eso que, por más que se repita todos los días, no nos cansa porque nos gusta. Incluso esos mensajes que llegan dándonos los “buenos días” o las “buenas noches”, que a algunos pueden cansar, pero que demuestran que alguien se acordó de mandárnoslos. Es difícil pasar sin nuestra emisora de radio y sin todas esas pequeñas alegrías a las que Bertolt Brecht se refería en su poema “Placeres” (Vergnügungen): “la primera mirada por la ventana al levantarse (…) el cambio de las estaciones…”. Porque somos, al cabo, nuestras costumbres, esas que nos van conformando. Eso no impide que tengamos siempre el alma abierta a lo bueno que pueda venir, a las sorpresas dulces que el azar depare. La rutina puede ponernos orejeras y cegarnos. Para evitarlo, conviene abrir los ojos a lo que nos rodea y comprobar que la vida no necesita vestirse de fiesta para cautivarnos. ¡Bendita rutina!, que tanto añoramos cuando un contratiempo la quiebra. Además, no hay dos días iguales. Por suerte, cada uno trae su afán (Mt. 6, 34).
Al acabarse las vacaciones de verano y decirle a un vecino que había que volver resignadamente a la rutina, me contestó: “Teniendo alegría y salud, se puede con todo”. Lo decía un hombre que lleva años sufriendo la enfermedad de su mujer con el mejor ánimo. Y es que la gente sencilla nos da lecciones de vida a cada paso. Por eso, no importa que los días acorten, si se lleva dentro alguna luz que nos oriente, una llama viva que no se apague y que sobreviva al tedio, al cansancio que sobrevenga, al desaliento. Parafraseando a Eleanor Roosevelt, más que maldecir las tinieblas, hagamos por encender una vela, la nuestra. Que por nosotros nunca quede. Es lo que, literalmente, suelen hacer en países del norte de Europa, donde en otoño e invierno anochece muy temprano. Encienden velas en las casas y dicen que lo importante es llevar el sol dentro, aunque fuera esté nublado.
Lo ideal es tener algo que nos motive a levantarnos con ganas. Porque, a decir verdad, muchas veces vamos por la vida en modo automático. No madrugamos porque queramos ir al encuentro de la razón de nuestra existencia, sino porque no nos queda otra alternativa. Y en esa inercia son de agradecer los detalles que se cuelan sin esperarlos y alivian el peso de las horas. Una palabra oportuna puede bastar para sanarnos. No perdamos las alegrías diarias aguardando la felicidad con mayúsculas, como nos advertía Pearl S. Buck, Nobel de Literatura en 1938. La felicidad suele transitar a nuestro lado vestida de andar por casa, sin grandilocuencia. La da la gente que nos quiere y queremos o viene cuando se hace lo que llena o se sabe ver el lado bueno de las cosas. Y no elige sólo el verano para hacerse presente ni es exclusiva de los fines de semana. Aparece sin avisar, incluso entre los pucheros, donde Santa Teresa veía a Dios. Y lo hace sin alharacas ni estruendo, silenciosa, dulcemente. Es ese estar razonablemente conforme con la vida, pese a lo que nos arrebata y a no entenderla bien. Es agradecer la oportunidad que nos da cada día de disfrutar de lo que nos gusta, sin hartarnos jamás. Es pensar que, quizás, lo que digas o hagas puede agradar a alguien. A más no aspiramos, pero con menos no debemos conformarnos. Estamos aquí para aprovechar todo lo bueno que los días traigan. El ayer se fue y el mañana no ha llegado, pero este día de hoy no se debe ir sin vivirlo al máximo. Y, así, viviendo con esa actitud, nada ni nadie podrán quitarnos lo vivido y disfrutado a diario.

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