La exaltación del Abuelito se tiñe de lirismo en la palabra de Manuel Caballero

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Manuel Caballero ofreció todo su discurso con la sola iluminación de las velas, y tras el acto se entregó el báculo a los hermanos.

Dos fines de semana antes del Viernes de Dolores, fiel a su cita, la hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y la Soledad de Nuestra Señora celebraba la exaltación de sus titulares. Diecinueve ediciones van ya de esta exaltación del Abuelito, como es conocida en su forma abreviada. El encargado este año ha sido alguien muy cercano, en el sentido emocional y el físico. Manuel Caballero creció en el número 1 del Cerro, justo frente a la ermita de San Pedro. Se presentía que sería una noche especial desde el principio. El presidente de la cofradía, Pedro Antonio Aguilera, admitió que se iba a salir de lo convencional al contar “la fábula del mendigo”, una historia sobre la humildad y los valores realmente importantes. A continuación, dio paso a Juan Manuel Arcos. Más que el presentador de Caballero, es su amigo íntimo. No escondió, pues, que suponía “un privilegio y un orgullo” tal tarea. Arcos esbozó el perfil de alguien “que va de frente y sin pelos en la lengua”. Pero ante todo lo definió como “un cofrade convencido”. En buena medida se debe a su familia, desde su mujer a sus padres, “que le metieron el gusanillo de la Semana Santa”. El presentador terminó su introducción animando a su amigo a que diera cuenta de todo lo que siente.

Acto seguido, se hizo la penumbra, siguiente novedad. Se apagaron los focos y Manuel Caballero comenzó su intervención con la única iluminación de las velas. El auditorio pensó que sería algo introductorio, puntual. Se equivocaron. Todo su discurso sonó a media luz, con un marcado tono intimista. El otro toque original fue el de la guitarra flamenca de Juan Manuel Guerrero, “El Cabra”, apelativo artístico por ser de la vecina localidad. Su música dio un aire de recital al pregón, no sólo en las partes en que el exaltador recurría a las estrofas rimadas. Y dentro del tono lírico general, fueron muchos los pasajes en que, como él mismo dijo, Caballero habló “rezando en verso”.

Su alocución giró en torno a la narración de “un sueño”. En él, mantenía una conversación “sobrenatural”. Dialogaba con el Dios hecho hombre que le pedía que hablara a los ruteños “con fe, con la sinceridad de un niño que aprendió a vivir desde pequeño el mundo cofrade”. Con esa fe apeló “al verdadero pregón”, el de la gente que lucha día a día, “con esperanza, para seguir adelante”. Si antes se había hecho la penumbra, ahí se hizo el silencio. Y entonces se entendió el porqué de esa puesta en escena. Sólo en esa penumbra y en ese silencio se podía escuchar la voz humilde del Abuelito. Según Caballero, ése es “el lenguaje de la belleza”.

No sólo se refirió al Abuelito. En su discurso onírico también aparecía la Soledad de Nuestra Señora, que pasea el Jueves Santo por las calles de Rute “en segundo plano, siguiendo los pasos de su hijo”. Es un recorrido simultáneo por su memoria, por sus vivencias, ligadas a las de muchos cofrades con los que creció; un recorrido que tiene banda sonora propia. Las imágenes se mecen basculando entre el compás de las marchas y el de la saeta. Las marchas marcan el paso, la saeta es el recogimiento, “un dolor gozoso” que alcanza la trascendencia en la garganta de Julián Estrada. El cantaor pontanense es la voz del Jueves Santo ruteño, la voz de esta noche de exaltación. Por eso, volvió a venir en esta ocasión tan especial, a cantar en vivo, a pelo, sin más acompañamiento que el del silencio. Estrada es, en fin, la voz de San Pedro, más que un barrio. En palabras del exaltador, el corazón lleva el nombre de San Pedro, no sólo el escenario de su sueño, sino un actor principal.

El otro escenario de su memoria es el Barrio Alto. En el Llano está su otra devoción, la Virgen de la Cabeza. Caballero rememoró cómo sus dos pasiones se funden cuando el Abuelito y la Soledad de Nuestra Señora pasan frente a la puerta de San Francisco de Asís, la parroquia que cobija a su Morenita. De pronto, interrumpe el devenir de su discurso. Son las siete de la mañana “de un sábado cualquiera, suena el despertador”. ¿Termina el sueño? No del todo. El sueño que ha contado Manuel Caballero cada vez le parece a él mismo más real, porque le lleva a lo que ha sido y lo que es. Ahora está convencido de que el Abuelito no se va, se queda en los corazones. Su humildad es “luz y camino, santo y seña”. Por eso, “pasarán los siglos y seguirá aquí”. Si el sueño de Manuel Caballero quedaba suspendido, el de María Emilia y Luis Manuel Porras acaba de empezar. Ellos han sido los elegidos este año para ostentar el cargo de hermanos mayores de San Pedro.

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