“En la adversidad una persona es salvada por la esperanza”.
Menandro de Atenas
Hace nada estrenábamos año y ya estamos a las puertas de una nueva primavera. El tiempo no para ni espera. Si miramos afuera, al mundo, el panorama inquieta. El país más poderoso del mundo está en manos de un dirigente cuyas declaraciones y maneras de proceder preocupan. Más de cerca, las noticias dan cuenta a diario de presuntos casos de corrupción judicializados, del abandono en el que siguen muchas víctimas de las inundaciones de Valencia del otoño pasado, de la larga espera de quienes han solicitado la dependencia. En muchos aspectos, se mire hacia donde se mire, la realidad es bastante desoladora y no parece haber muchos motivos para albergar esperanzas. Cada cual intentará encontrar los suyos. Lo cierto es que, con alicientes o sin ellos, todos los días hay que hacer frente a la vida, a lo que viene, a obligaciones ineludibles, a las tareas pendientes. La realidad se impone, guste o no, y hay que salirle al paso, como se pueda, de la mejor manera. Hay veces que desborda, como una ola que nos envuelve y no nos quiere soltar, que nos lleva y nos trae, a su merced. Como una dictadura, sin contemplaciones. Y no queda otra que seguir adelante. Todos conocemos ejemplos de gente que se sobrepone a sus circunstancias o, sencillamente, las acepta y lleva lo mejor que puede. La realidad es incontestable y, frente a ella, solo tenemos nuestra fuerza de voluntad, aunque en evidente inferioridad de condiciones, como un David que nunca fuera a vencer a Goliat. Pero es digna de admiración la capacidad del ser humano de levantarse, de recomenzar, de seguir…, aunque a veces se sienta que faltan las fuerzas o falten de verdad.
Hace años, en mi residencia universitaria de Múnich, coincidí con una chica de Shanghái, trabajadora como ella sola. Más de una vez salían en nuestras conversaciones temas tan profundos como el sentido de la existencia, para qué estamos en el mundo, qué habrá después… Y ella, con visión realista y pragmatismo, terminaba la conversación diciendo que lo único cierto era que al día siguiente, al sonar la alarma del despertador, teníamos que levantarnos y ponernos en marcha de nuevo. Y así es. Por muchas elucubraciones que se hagan, quizás no haya verdad más cierta que esa de tener que levantarse cada día y salir al paso de lo que venga. La vida es un no parar hasta llegar a la meta. Mantenerse dignamente en pie, resistiendo a los vaivenes, es ya una victoria plena. Rendirse no debería ser una opción porque hay cosas que, por fortuna, hacen los días llevaderos: placeres cotidianos, buenos ratos… Se trata de ver lo positivo en lo que nos rodea o de procurarnos momentos y compañías que nos insuflen energía. Porque hasta en el día más oscuro sale el sol más allá de las nubes. Y cada mañana se echa a andar el engranaje de la vida y ahí seguimos, en la brecha. Cada día, aunque en ocasiones cueste verlo así, es una oportunidad y un regalo, un espacio en el que puede suceder algo agradable e inesperado. A menudo, conforta el solo hecho de asomarse a la ventana y ver el día que despunta, escuchar las persianas de los negocios de la calle alzándose, ver a los niños que van al cole, a la gente con su andar ligero camino del trabajo, a los que madrugan para ir a andar… La realidad, por dura que sea, que lo es muchas veces, no debiera empañarnos del todo la mirada ni cegarnos a lo bueno que acontece, incluso en las circunstancias más dolorosas y adversas. Puede ser que a veces no haya ganas de nada porque la enfermedad, alguna muerte próxima, la soledad o el infortunio asedian o golpean sin clemencia. Y es legítimo en esos trances no estar para nada ni para nadie. Pero, aún así, seguro que hay algo, aún en la hondura de la pena inmensa, que anima y alivia, que impide tirar la toalla, que sostiene, que alienta. Esas cosas a las que agarrarse como a un clavo ardiendo, como el náufrago a su tabla; cosas que salvan de hundirse, que de la tristeza rescatan. Abramos los ojos y los sentidos para que nada hermoso nos pase desapercibido. Busquemos en lo cercano y lo cotidiano refugio ante las inclemencias de fuera. Mantengamos la esperanza despierta. Que no se pierda. ¡Y menos en primavera! Porque la vida puede sorprendernos gratamente cualquier día, cuando menos se espera. Y ojalá lo haga esta primavera que empieza, que nos reaviva y despereza. Y nos hace aguardar algo bueno, por si viniera… Que venga.
















