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El alumnado de María del Mar Somé cierra el XXII Festival de Ballet con un canto pacifista a través de diversas culturas del mundo
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“Pido la paz y la palabra”, rezaba el memorable poemario de Blas de Otero. No hay arte si no cuestiona y reivindica un mundo más justo. Como disciplina artística, María del Mar Somé aplica esa máxima a su Festival de Ballet, pero pocas veces lo ha hecho como en la edición número 22. En plena noche de San Juan, su alumnado de la Escuela de Danza derramó sobre el teatro al aire libre Alcalde Pedro Flores arte… y paz. No importó que el escenario se quedara tres veces a oscuras por un fallo eléctrico. Faltaría corriente, pero no la luz que alumbra el talento. Y María del Mar lo tiene a raudales.
- Con la coreografía final, pidieron la paz como mejor saben, bailando
Ambas ideas, arte y paz, conviven en armonía en sus clases. Conviven niños y niñas en menor proporción de lo que quisieran ella y Carlos Aguilera, director de la Escuela Municipal, porque aún pesan muchos prejuicios sobre el varón que quiere practicar ballet. Pero hasta en eso está derribando barreras con sus dotes docentes. Y es que el equilibrio va de la mano del arte, incluso cuando es transgresor. Lo que puso en escena fue eso y más: porque es más la gente que se implica en el vestuario, el decorado y las ideas que hacen del festival de Rute un espectáculo apetecible en otros pueblos.
También hay equilibrio entre la savia nueva y antiguas alumnas que vuelven por una noche para presentar a sus compañeras. Y por supuesto, hubo proporción entre baile clásico y contemporáneo. La hubo hasta en los cinco números de la múltiple coreografía final. Con ellos, subrayó una ex-alumna, pidieron la paz “como mejor saben hacerlo, bailando”. Cinco danzas de otras tantas culturas para certificar que la suma enriquece más que cualquier exclusión.
Quedaba la despedida. Lo había avisado la profesora. Se sabe de un año y otro que bajo su chistera guarda alguna sorpresa. Da igual: siempre habrá un instante en que la mirada del espectador se distraiga lo justo para no advertir el truco. Esta vez fue el virtuosismo de Francisco Luis Molina a la guitarra. Creyeron que la sorpresa “sólo” era eso. Y nadie reparó en que un ángel sobrevolaba Rute para dejar caer su voz sobre el teatro. Cuando volvieron la vista al escenario esa voz ya había adquirido las facciones de Laura Trujillo.
Cantaba una vieja canción de Perales, convertida en himno infantil de la paz. Cantó, en efecto, por los que no tienen paz, los de aquí y los de allí, porque la solidaridad, reverso del egoísmo, no entiende de fronteras. Y su canto se alzó junto a los cientos de manos que poblaban el escenario y el auditorio, para decir adiós a otra noche inolvidable. “Que canten los niños”… y que bailen, “que en ellos (y en el arte) está la verdad”. María del Mar y sus pequeños pupilos usan la danza para expresar su verdad artística y pacifista.