LA BONITA ACEPTACIÓN DE LA FEALDAD

Tras la barahúnda, el zurriburri etílico, el jolgorio y la algarabía carnavalescos, ante los cuales prevalece la parte taciturna de mi carácter, me apetece hablar hoy de un tema que preocupa cada vez más: el complejo que sufren algunas personas porque se sienten feas al compararse con otras, y el estigma que les ocasiona, menguándoles la salud muchas veces, y acongojándoles el alma otras muchas.
Sin entrar en conceptos técnicos, parece mentira que, en un mundo aparentemente avanzado y evolucionado, la tiranía de lo bello ejerza tal influjo malvado y parece mentira también que sigamos siendo tan superficiales, alejando y acorralando a los que el grupo seleccionado cree menos agraciados. Esto se inicia en la infancia, y es la educación y el ejemplo paterno lo que puede hacer lisar la inclinación vituperante de los compañeros de clase. Los profesores muchas veces no se enteran de esta persecución al diferente, al feo, al que lleva gafas, al gordito o al que saca buenas notas. Y como los compañeros de clase son los mismos durante muchos años, el problema de exclusión de ese grupo tiende a perpetuarse. Eso lleva a que el feo a veces se incline ante el bello, y bajo su sumisión, haga o dé cosas que no estaría dispuesto a hacer siendo libre. En la adolescencia, el problema se sufre incluso más intensamente, ya que la identificación con el grupo es muy importante y el desprecio de aquel es percibido más profundo. Es en esta etapa cuando se notan más los complejos, llevando a algunos chavales y sobre todo a algunas chicas a dejar de comer bien para perder peso, a iniciar operaciones quirúrgicas o pincharse sustancias en la cara para recomponer su autoestima, lesionada en esa confrontación previa con el estándar de moda presente. Algunas comienzan una carrera irreparable hacia la cirugía, que se convierte pronto en una obsesión cuyo origen es una agresión al autoconcepto. Podemos pensar que es fácil distanciarnos de lo que piensen los demás, de lo que nos digan, de lo que quieran conseguir hiriéndonos, pero hay edades en que actuamos instintivamente, automáticamente, y la falta de filtro racional nos empuja a tomar unas decisiones que pueden deformar nuestra anatomía en un intento precisamente de reconstruirla para el beneplácito de los demás.
La belleza física siempre se ha dicho que es una bonita carta de presentación. Pero también dijeron que “la belleza exterior no es sino el encanto de un instante “(George Sand), que “cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla” (Confucio), también que “la belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora “(Ortega y Gasset), además de que “la belleza no mira, solo es mirada” (Einstein), y así un largo etcétera, en el que cada autor, cada persona, puede sentir lo bonito según sus ideales, experiencias, querencias o momentos. La belleza no ha sido siempre algo positivo, porque a veces se persigue de forma enfermiza por aduladores, y esa aureola que acompaña a los famosos desprende un afán de amarillismo atroz, que acaba cercenando la tranquilidad de la soledad anónima escogida.
El balance de la vida ofrece también cosas bonitas más allá del cascarón de entrada, cuando llegamos al interior de las personas, abriéndose un manto de posibilidades amplio a explorar, a conocer y a comprender, pudiendo conseguir mucho más que una mera contemplación fútil e instantánea. Ese concepto debería imprimirse en el cerebro de nuestros hijos, desde pequeños, porque da mucha más felicidad y ofrece respeto, además de proporcionar verdad de los otros. La superficialidad de la belleza externa, sin embargo, acaba casi ahí, en el envoltorio. Por eso, es necesario actuar cuando antes en este tipo de problemas de bullying (acoso), anorexia, bulimia y complejos con respecto a la imagen corporal que llevan a muchos adolescentes a tener y mantener problemas psicológicos de los más graves, que se trasladan a la vida adulta. Desde aquí hago un llamamiento y una queja a nuestros responsables políticos, por no hacer un abordaje adecuado de estos problemas, cuando ya se cuenta con suficiente experiencia para su tratamiento, que solo precisa medios, priorización, interés y atención.
¿Podemos hacer algo? Yo creo que sí. A nivel individual, personal, hay que reforzar la autoestima. Eso se consigue con ayuda especializada y paterna, pero también cuando nosotros pensamos que no somos malos ni inferiores por ser feos, y nos lo creemos. No tenemos que demostrar nada en otros aspectos, solo hacer las cosas como se hacen habitualmente, no debemos mostrarnos sumisos porque no le debemos nada a nadie. Si nos ven más débiles, van a intentar dañarnos más. Hay gente perversa, sin duda. A nivel colectivo, se debe realizar un plan de educación transversal que abarque todas las etapas, y que incluya a padres y profesores. A nivel jurídico, se deben establecer leyes que protejan al débil, y que se cumplan. A nivel poblacional, se debe evaluar la consecución de objetivos, mediante seguimiento de casos y disminución de complicaciones. Y a nivel político, ejecutivo, hay que financiar tratamientos, contratar profesionales expertos, pensar en hacerlo, y hacerlo.
Yo, que soy feo, no creo que a lo largo de mi vida haya sentido pena por serlo, aunque seguramente ligué menos que otros, porque nunca me he considerado inferior (porque no he sido inferior), porque no me he dejado llevar por el estigma tramposo que tiende la comparación y porque no he entrado en ese trampantojo escurridizo de la moda. Uso gafas, veo mal, estoy sordo (por lo que hablo a voces a veces), y estoy gordo. Más allá de las connotaciones relacionadas con la salud, me siento bien, y feliz.
Aconsejo que paseéis dentro de vuestro propio plan de vida, siéndoos fieles a vosotros mismos, huyendo de modas, bellezas ideales y comparaciones. Vuestras arrugas serán señales de inteligencia y vida, serán preciosas, porque marcarán los caminos de vuestros sentimientos y sensaciones pretéritos. Y se me olvidaba, acabo, de darme cuenta de que he pasado por el espejo de mi casa, me he visto reflejado, y haciendo un guiño le he dicho: ¡Qué bonito, pero qué bonito soy!

Deja un comentario