A quienes se atreven a vivir venciendo al miedo.
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“El miedo no evita la muerte. El miedo evita la vida.”
Naguib Mahfuz (Premio Nobel de Literatura, 1988)
Los ciudadanos asistimos entre sorprendidos, indignados y con inevitable resignación a la situación mundial. En las últimas semanas se habla de rearme, de búnkeres…, palabras que creíamos desterradas y sacadas de una película o una novela de ficción y que ahora están en el fondo de pantalla de nuestras vidas, que siguen su curso, entre malos presagios, noticias alarmantes y preocupaciones diarias. Inquieta escuchar hablar de rearme, de aumento de dinero para defensa (aunque se diga con eufemismos), de alistamientos en el Ejército, del regreso del servicio militar obligatorio en algunos países. La humanidad parece haber avanzado bien poco. El hombre, como dijera Hobbes, sigue siendo un lobo para el hombre y su ansia de poder es un pozo sin fondo. Unida a la maldad, explican la situación actual. En el fondo, fue siempre así, si miramos atrás en la historia.
En otros tiempos, era habitual que se fuera la luz y se tenía siempre a mano una vela o una linterna, tal y como ahora nos aconsejan. Se nos recomienda hacernos con un kit de supervivencia que contenga lo necesario para sobrevivir siquiera tres días: agua, cerillas, un transistor, etc. Que, si sobreviene el fin del mundo, nos pille, al menos, bien provistos. Se suele decir que el miedo es libre, en el sentido de que no se decide tenerlo o no. Se siente y lleva a protegerse y ponerse a salvo, aunque, si es desmedido, aprisiona. Por tanto, no conviene fomentarlo. Dice un proverbio escocés que “no hay medicina para el miedo”, pero hay que mantenerlo a raya e impedir que cuatro desalmados nos lo inyecten en vena. No se pueden ignorar los riesgos reales que nos acechan, pero tampoco alentar el miedo porque paraliza y genera impotencia. La gente de a pie está inerme ante los tejemanejes de quienes gobiernan el mundo. Al ciudadano preocupado por sacar a su familia adelante, pagar sus facturas, etc., le desborda el panorama internacional. Ya tiene bastante con atender lo que tiene entre manos. Los hilos de la política y la economía a nivel mundial los manejan individuos poderosos y, a menudo, con pocos escrúpulos, que son capaces de cualquier cosa con tal de seguir manteniendo su poder, sin importarles el daño que causen. Ante eso, es difícil oponer resistencia, salvo la de denunciar los abusos y los atentados a los derechos humanos y al Derecho Internacional. La reacción armada debería quedar descartada.
Pese a que a veces puede tenerse la sensación de que controlamos todo, como si de deslizar el dedo a nuestro antojo por la pantalla del móvil se tratara, hay que ser muy ingenuo o prepotente para creer que es así. Es la vida la que nos tiene a nosotros y es frágil. Pende de un hilo. En ocasiones, basta la decisión de algún político inepto y prepotente o un desastre natural para que nuestra realidad cotidiana cambie bruscamente. Y por ello nos instan a tener preparado un kit de emergencia. Si lo estimamos oportuno, metamos en ese kit lo necesario; también, figuradamente, esas cosas y esas personas que nos ayudan a resistir los embates de la vida. Porque vivimos a la intemperie, en un mundo convulso, en una realidad que se nos escapa y no está de más construirse un refugio imaginario en el que guarecerse. Un espacio en el que sentirnos al margen de la vorágine y del bombardeo de augurios desagradables. Una burbuja en la que aislarse, siquiera un rato al día, y hacer cosas que nos complacen. Una zona de confort en la que estar a gusto y creernos seguros. Pero sin que eso signifique vivir en un búnker aislados, recelando de todo y de todos, temiendo horrores que acaso nunca lleguen, pero que amargan la existencia con solo imaginarlos. Que ya decía Roosevelt que “a lo único que debemos temer es al miedo”. Vivir es de por sí arriesgado, pero otra no queda que armarse de valor y seguir adelante, salir al encuentro de la vida cada mañana, aunque no sepamos qué guarda el día en su manga. Porque la vida es corta y no compensa vivirla asustados ni atenazados por el temor a lo que pueda ocurrir en cualquier momento. Si el mundo se acaba, que nos pille entretenidos, en nuestras cosas, con nuestros afanes. No le demos a otros el poder de asustarnos y dejarnos bloqueados. Lo que tenga que ser, será. Pero, entretanto, vivamos a nuestro aire, sin temor y sin consignas. Que nadie nos hipoteque la vida. Plantémosle, en lo posible, cara al miedo porque no se puede vivir permanentemente con el freno puesto. Que nuestra ilusión y nuestro coraje logren siempre vencerlo. Nos va la vida en ello.
















