-
Ainhoa Gutiérrez refuerza la presencia del género que mejor domina, con ocho de las diez coreografías centradas en alguno de los palos o sus fusiones
Galería IV Festival de La Faraona
Durante muchos años se atribuyó a “The New York Times” un lema para describir a Lola Flores, “La Faraona”. Dicho lema promocional rezaría: “No sabe cantar. No sabe bailar. No se la pierdan”. Con el tiempo se supo que el medio americano nunca había tal publicado tal sentencia, pero quedó para la posteridad esta forma de intentar definir el arte inclasificable de la jerezana. En Rute, “La Faraona” es Ainhoa Gutiérrez. El apelativo le viene de su abuelo. La llamaba así cariñosamente y ahora que ya no está para ella es una forma de recordarlo.
- La profesora ha afianzado su apuesta por el flamenco, desde los palos más bailables, como las alegrías, a otros más atrevidos, como la farruca
No hay registro de que la ruteña haya cantado en público. Sin embargo, en los últimos cuatro años ha dejado constancia de que bailar sí que sabe. No sólo domina todos los pasos del baile flamenco, danza española, baile moderno y ese híbrido que dio en llamar fit dance. Además, ha demostrado con creces que sabe trasmitirlo y enseñarlo a su alumnado. Por eso, es bueno no perdérsela. Una buena muestra se pudo ver en el IV Festival “La Faraona”, celebrado el pasado sábado 21 de junio. Las tablas del Teatro al Aire Libre “Alcalde Pedro Flores” acogieron el segundo de los festivales de verano justo el día en que se estrenaba la estación.
Ainhoa reparte su enseñanza entre Rute y localidades vecinas como Cuevas de San Marcos o la aldea prieguense de Las Lagunillas. En conjunto, suman en torno a un centenar de alumnas (son chicas casi en su totalidad). La mayor parte participaron en las diez coreografías que incluían el festival, amén del saludo final. En estas cuatro ediciones la profesora ha afianzado su apuesta por el flamenco, hasta el punto de que ocho de los diez números llevaban este sello.
Como remarcó Toñi Pulido, presentadora del festival junto a Ana Medina, el abanico de las interpretaciones iba desde la despreocupación de las pequeñas al atrevimiento de las jóvenes. Junto a esta dualidad, destacaba la apuesta por la profesora por no ceñirse a los palos más bailables, como los tangos o las alegrías. Es también atrevimiento apostar por que sus discípulas ejecuten pasos al compás de una farruca o una caña.
Y con el aliño de un par de números de corte moderno, se llegó al remate con otra pequeña osadía: la de poner en el tramo final en primer plano a niñas de apenas siete u ocho años. Era una forma de reconocerles su evolución y mejora en el último año, y una declaración de intenciones: el baile requiere disciplina, pero tiene su recompensa en forma de premio. Para la guinda, único número en que la profesora se unió a sus alumnas más avanzadas, de nuevo primó el flamenco.
El título de esta última coreografía era igual de elocuente: “El tiempo vuela”. Es tan cierto como la coletilla que añadió la presentadora: “Pero el arte permanece”. Quedaba el saludo de despedida, el intercambio de regalos entre profesora y pupilas, y el baile final conjunto. Como no podía ser de otra forma, culminaron con ritmo flamenco, por rumbas con la versión de Lola Índigo de “Verde, que te quiero verde”. El del poema lorquiano no es sólo el color de la esperanza. Es además el color que mejor define a esta tierra, la tierra del flamenco, la tierra de Ainhoa Gutiérrez, “La Faraona” que sabe bailar y enseñar su amor por el baile.