Inteligencia artificial, sí, pero…

A la memoria de Julián Sánchez Cruz, ruteño bueno, sencillo y risueño,
hermano fiel de la Aurora y carmelita entusiasta,
que en paz descansa ya y por siempre en el recuerdo.

“El corazón tiene razones que la razón ignora”.
(Blaise Pascal)

Siempre pensamos que era propia y exclusiva del ser humano la inteligencia, esa capacidad de entender y relacionar ideas tan difícil de medir y definir y, acaso, tan desigualmente repartida. De un tiempo a esta parte, la inteligencia artificial ocupa cada vez más ámbitos de nuestra vida. No podemos demonizarla. Ha llegado para quedarse y sus beneficios pueden ser múltiples en campos tan diversos como la medicina, la prevención de la delincuencia, la empresa, el conocimiento en general, etc. Bienvenida debe ser siempre que venga a facilitarnos la vida y a ahorrar tiempo en tareas y operaciones que, sin ella, serían tediosas o, sencillamente, imposibles.

Tal vez la inteligencia artificial pudiera incluso determinar qué personas nos son más afines para ser nuestra pareja o amigos. Pero en muchas cosas no podrá desbancar nunca a la inteligencia humana. Ni Las meninas ni Don Quijote ni La voz a ti debida de Pedro Salinas, ni ningún otro gran libro de prosa o poesía podrían haber sido fruto de la inteligencia artificial. Porque, necesariamente, a las creaciones propias de la inteligencia artificial les falta vida. Para pintar, escribir, etc. hay que sentir y saber expresar lo que se siente. La capacidad de razonar lógicamente, de relacionar ideas, la originalidad, el ingenio, la creatividad…, no pueden ser  meramente el fruto de una combinación de algoritmos. Nunca podrá la inteligencia artificial sustituir la brillantez, la chispa, el toque personal, el sentimiento que sale de otra persona y nos pellizca al alma o la diversidad de timbres y los infinitos matices y entonaciones de la voz humana.

Es absurdo posicionarse en contra de la inteligencia artificial y los avances que reporta, pero hay que seguir reivindicando la humanidad. No se debe perder del todo el trato humano y cambiarlo por otro deshumanizado. Eso nos llevaría a considerar que muchas profesiones son prescindibles. ¿Para qué haría falta un profesor si es posible acceder a contenidos multimedia en internet? ¿Para qué contratar camareros si un robot puede servirnos el café?

Es evidente que no todos los aspectos de la inteligencia artificial son positivos. También puede ser utilizada para cometer delitos, para manipular vídeos haciendo montajes falsos y poniendo en boca de otros lo que no han dicho (los llamados ultrafalsos o “deepfakes”), etc. Tampoco pueden desdeñarse los efectos que en el ámbito criminal puede tener la realización de conductas delictivas mediante inteligencia artificial y la compleja delimitación de responsabilidades a que puede dar lugar.

A menudo confiamos en exceso en la tecnología, pero el día que falla nos deja literalmente abandonados a nuestra suerte, paralizados, incapaces de hacer nada, inermes y a la intemperie. Por eso, no se debe renunciar del todo a lo tradicional. Está comprobado, por ejemplo, que escribir a mano (evidentemente no todo, ni todo el tiempo) facilita la asimilación y retención de conceptos. Además, conviene recordar que la soltura en el manejo de la tecnología está muy bien, pero es necesario que vaya acompañada de la reflexión y el razonamiento. Sería bueno mantener un deseable equilibrio a la hora de usar la tecnología: la inteligencia artificial debe ser una herramienta, pero no acaparar ámbitos en donde debe seguir primando lo humano, si no queremos ser una sociedad cada vez más fría, tecnologizada hasta el extremo, sin corazón. Es cierto que la inteligencia artificial procede de la natural. Detrás de ella está la inteligencia humana, pero no es menos verdad que aquella adquiere vida propia y puede acabar colonizando todos los espacios de nuestra existencia, relegándonos a un segundo plano. Por tanto, y como conclusión, podríamos decir sí a la inteligencia artificial, que es tanto como decir sí al futuro, que ya es una realidad presente en nuestra vida cotidiana. Sí al progreso y a las ventajas que pueda conllevar, pero con el convencimiento de que hay terrenos que la inteligencia artificial no debe ocupar, entornos que no debe invadir, en los que debe seguir prevaleciendo el ser humano con sus limitaciones, pero también con su talento y su grandeza, con su inventiva, su entusiasmo, su coraje y su tesón, con la fuerza de su voluntad, con su manera única e intransferible de encarar la vida y afrontar las situaciones que se le presentan; con su inteligencia natural, impregnada de su pulso, hecha de lógica, latidos y sentires, que ninguna inteligencia artificial podrá sustituir jamás.

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