El innegable poder de la elección

Hace un par de semanas, un amigo de Iznájar me comentó que nunca un tuareg haría una piscina. Podríamos pensar que están acostumbrados a vivir con poca agua, que su vida en el desierto los condena a no poder disfrutarla y que su nivel adquisitivo en rara ocasión le permitiría construirla. Sin embargo, la decisión está tomada desde un punto de vista mucho más filosófico. En efecto, están habituados a la escasez. Por eso la respetan, y no la malgastarían.
En nuestro mundo actual, tecnológico, algorítmico, casi cibernético, en el que la prisa, la velocidad y el estrés han purgado muchas veces el pensamiento sosegado y libre, cosificando la conducta humana, nos desenvolvemos con inercia inconsciente en demasiadas ocasiones, sin ser verdaderamente los auténticos dueños de nuestro destino. Y ya no decir capitanes de nuestra alma, como decía aquél.
Poder elegir es un avance enorme en países democráticos y a nivel de desarrollo individual. Saber elegir es un don, pero se puede aprender.
Podíamos pensar, recordando al tuareg, si en nuestra provincia o región hacen falta tantas piscinas privadas con la escasez de agua que hay, si precisamos tantos cultivos intensivos y pozos personales que están haciendo desaparecer los acuíferos subterráneos, si de verdad se hace un ejercicio equilibrado del consumo de los recursos. ¿Acaso se está enseñando a los profesionales, en cada rama, los peligros de agotarlos? ¿Se están tomando las medidas necesarias para frenar el cambio climático? ¿Estamos decidiendo apagar nuestras redes sociales y hacernos invisibles para poder mejorar la salud con nuestro descanso? ¿Se están vigilando los datos que las compañías tecnológicas venden de nosotros? ¿Estamos protegidos de las alimañas modernas?
Nuestra vida es un recorrido lleno de continuas decisiones, elecciones, algo que hemos conseguido en la evolución de todas las especies animales anteriores. Esa capacidad de elegir es una gran libertad de los humanos. Creo que debemos aprovecharla.
En nuestro tiempo, en estos días que transitamos, podríamos decidir seguir disfrutando de las fiestas como si tal cosa, o tomar medidas de seguridad personales y colectivas, teniendo en cuenta la realidad del maldito coronavirus. El empuje innato nos llevaría a lo primero, mientras la respuesta deliberada nos haría inclinarnos por lo segundo. El poder hedónico es enorme, las energías que mueve, inconmensurables. Las consecuencias, a veces, penosas. No obstante, podemos anteponer, ante la posible superbia, la sencillez, ante la superchería y la mentira, la verdad, ante la demagogia y la logomaquia, la decisión de tratar y resolver el asunto en sí, ante la sinecura, la dedicación y la productividad. Todo son elecciones, como veis. Con el paso del tiempo hemos aprendido que no podemos cambiar el plan elegido por los poderosos de verdad, pero sí podemos tomar pequeñas decisiones en nuestra vida diaria, que, a largo plazo, no son tan pequeñas, sobre todo cuando muchos lo hacen. No podemos doblegar el curso de la historia, pero sí podemos mejorar nuestros planteamientos actuales, integrando los conocimientos pasados rigurosos. No podemos mitigar la vorágine económica mundial, pero sí podemos tomar decisiones microeconómicas al decidir en qué gastar lo que ingresamos, o si lo ahorramos, por ejemplo. Podemos comer bien y sano, o dejarnos sobornar por las multinacionales de comida rápida. Podemos desconectar pantallas y andar, hablar, conversar, pasear y besar. Podemos seguir amando, de verdad, sin prisas, también en este escenario tecnológico y moderno. Podemos parar el paso, respirar despacio, mirar y observar, escuchar al oír, ver…y sentir. No todo tiene que ser automático. Aun podemos intervenir nosotros.
Podemos, también, orientarnos a conseguir objetivos individuales, por intereses solo propios, u optar por cometidos compartidos. El primer enfoque lleva al éxito, reconocido en todos los tiempos y también en el nuestro, que liga a la memoria colectiva grandes nombres o hazañas. El segundo puede pasar inadvertido a veces, pero conlleva mayor crecimiento general de la población. Creo que el individualismo que hemos alcanzado en occidente nos ha hecho perder la posibilidad de prosperidad que lleva aparejada una buena estructura social, culta y evolucionada (como los países escandinavos, por ejemplo). No me refiero a sociedades colectivistas, obviamente, que sería otro tema. Al habernos dejado seducir por lo primero, nos hemos vuelto demasiado egoístas, y se ha perdido casi por completo la compasión.
Pero el ser humano puede elegir también mirar despacio la mirada del otro, coger el lazo en vez de la correa, avanzar la mano tendida en vez del puño, respetar…
Vi hace poco una referencia a la entrevista que Víctor Amela realizó en 2007 a un tuareg, en el que, contestando al occidental, decía: “Tú tienes el reloj, yo tengo el tiempo”.
¿Qué estáis escogiendo vosotros?

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