In memoriam

He reflexionado mucho sobre el tema del artículo con el que cerrar este año que nos abandona, pero creo que era inevitable empezarlo con la despedida en las letras, mi materia desde hace unos años ya, de la gran Almudena.

No solo tuve oportunidad de conocer a Almudena Grandes, sino que en alguna ocasión pude compartir alguna charla acerca de su trabajo sobre la memoria histórica, nuestra memoria compartida. Asistí a más de una conferencia —recuerdo especialmente la primera de sus presentaciones que pude ver en Granada, la de El corazón helado, cuya introducción corrió a cargo del también desaparecido profesor Juan Carlos Rodríguez—, pero además estuve presente en algún sarao posterior a un acto donde, siendo un estudiante, apenas me atreví a pedirle una foto que hoy guardo con ternura. En el momento de aquella presentación yo era pupilo de Luis García Montero, quien me enseñó «Federico García Lorca y la Generación del 27». También por entonces cursaba asignaturas como «Imaginario femenino en la literatura española», materia en la cual elegí los personajes de aquel libro de Almudena para someterlos a un análisis pormenorizado desde una perspectiva literaria y de género. Más que un trabajo, fue un verdadero placer que además devino en muchas alegrías. También fue en aquella presentación donde conocí a una de las autoras que tanto marcaría mi personalidad literaria, mi maestra y amiga Ángeles Mora. Después de esto, claro, quién podría decirme que aquel día no lo iba yo a recordar el resto de mi vida, que aquellas palabras sobre memoria histórica no me perseguirían para escribir después mi primera novela.

Lo importante de recordar a Almudena Grandes es principalmente eso, recordar, un verbo que viene del latín recordari, formado por re (‘de nuevo’) y cordis (‘corazón’). «Recordar» quiere decir mucho más que tener presente a alguien en la memoria o en la cabeza. Significa ‘volver a pasar por el corazón’, con todo lo que eso conlleva. Por eso mismo, alguien que ha dedicado gran parte de su vida a hacernos sentir la historia de los perdedores y las perdedoras de nuestro propio país, merece ser pasada por el mismo tamiz que ella usó, el del corazón —helado o no—. Será por ello que se llenaron las redes de muestras de cariño o que el estadio del Atlético de Madrid, su Atleti, guardara un minuto de silencio por una escritora. Nadie hubiera apostado por que el mundo del fútbol y el de la literatura, tan separados aparentemente, pudieran unirse así en un silencioso luto por una escritora. No conozco a nadie de nuestra época que haya creado tanto consenso en tantos ámbitos.

En Francia, Macron rindió un homenaje de Estado el pasado septiembre por la muerte del gran actor Jean-Paul Belmondo. Claro que Francia no es España. El cuidado de la cultura francesa se toma como eso mismo, una cuestión de Estado. En nuestro país, bueno, qué quieren que yo les diga. No se volverá a matar a Lorca, ni a exiliar a Machado —al menos eso espero—, pero seguimos tratando a nuestros escritores, pensadoras, historiadores, poetas, etcétera, como bienes de segunda. En el país de Galdós hemos olvidado ya a Galdós. Cómo iban nuestros políticos a ponerse de acuerdo en un reconocimiento unánime y un homenaje en forma de título póstumo a una escritora de esta talla.

Pero el problema no es de un país entero —¿cómo podría serlo?—, el problema es que una parte sigue mirando el mundo para verse solo a sí misma y, cuando se encuentra, no ha de reconocer un país plural y diverso, abierto y nuevo, sino uno pobre y escuálido y beodo, más hoy de un vino malo: la sangre de su herida. Una herida trágica que no habremos de cerrar sino con la memoria compartida. Una memoria de muchos colores, unida no con el hilo de las banderas, sino con el del consenso y el diálogo.

No es esta una cuestión ajena a nuestra localidad. Aquí pudimos tener desde hace décadas una ruta literaria con un nombre del que muy pocos pueblos pudieran haber presumido. No han sido escasos los intentos tumbados por rescatarlo no ya de la desmemoria, sino de la damnatio memoriae a la que había sido sometido. Desde los personalismos tan innecesarios hasta el miedo a levantar viejos recelos hicieron que tardáramos demasiado en darnos cuenta de que la cultura, también la literaria, crea imagen, movimiento y dinamismo en un pueblo. Es por ello que hoy, para cerrar el año, vengo a recordar a tres de los mejores alumnos que he podido tener: Juanfran, Lucía y Francisco Javier. Ellos trabajaron para un concurso europeo de educación en el rescate histórico y cultural ajenos a las polémicas en un magnífico trabajo titulado Cuaderno de Rute: la transición en la figura de Rafael Alberti. Para mí, que lo guardo como un tesoro, resulta un digno trabajo de ser publicado en alguna ocasión. De allí salió la primera ruta que el alumnado del IES Nuevo Scala trazó en 2019 por los lugares del poeta en nuestra localidad. Pero lo importante fue que lo vivieran como algo novedoso porque, casi 100 años después, el poeta seguía siendo un nombre más en un libro de literatura. Ellos dieron cuerpo y voz de poeta, presencia al fin, a toda una promoción que se marchó sabiendo que si no había nada para recordar, habría que imaginarlo.

Decía Galdós, el tan admirado Galdós de Almudena, que «nuestra imaginación es la que ve y no los ojos». Yo siempre imaginé a mi alumnado, pero nunca llegué a verlos como aquel verano —sí sí, verano— en que tres jóvenes nos presentaron a tres profesores un trabajo de memoria local libre de prejuicios. Recordar también nos ayuda a tener este tipo de presente y, por supuesto, un futuro próspero, más centrado en lo que nos une que en lo que nos separa, más diverso e igualitario, con la proyección cultural que merece un pueblo como este.

Lean mucho en este descanso que nos ofrece el final de año e iniciemos el que nos viene recordando que somos nosotros los encargados de crear el presente para encontrar el futuro. Felices libros y muy feliz 2022.

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