Historias de la Morenita

  • Al cabo de casi cinco siglos, las sucesivas generaciones han transmitido una devoción por la Virgen de la Cabeza que culmina en el segundo domingo de mayo

Multitud de recuerdos y emociones se agolpan entre quienes asisten a “la bajada” de la Virgen de la Cabeza del altar

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Cuentan que hubo una vez un pastor llamado Juan de Rivas, natural de Colomera (Granada), que acabó cuidando el ganado en Sierra Morena. Cuentan que una noche, atraído por unas luminarias y el son de una campanilla, descubrió en una concavidad en un cerro la talla de una Virgen de tez morena y pequeño tamaño. Cuentan que en esas dos palabras tan gráficas, “Morenita y pequeñita”, se resume la fe que floreció a raíz de ese hallazgo cerca de Andújar; que aquel episodio paralelo al del propio Jesús, adorado en una cueva por pastores, como metáfora de la sencillez, caló y se extendió a los cuatro vientos.

Cuentan que unos caleros de Rute se enteraron y decidieron compartirlo con sus paisanos, trayendo una imagen para crear una cofradía filial en el pueblo. Mucho tiempo después, hace ya más de tres décadas, sería canónicamente coronada. Y ahora sus feligreses quieren que sea nombrada alcaldesa perpetua. De lo que pasó en Andújar hace ya casi nueve siglos. De lo de Rute, más de cuatro y medio. Pero en ambos lugares se mantiene intacta la devoción original, como si se regenerara en cada primavera, entre finales de abril y primeros de mayo. Cuentan que, como cualquier río, este torrente de fe nace a los pies de una sierra, no importa que sea el Cerro del Cabezo o la Sierra de Rute. Como el agua que fluye, es igual y distinta en cada sitio. Por eso, una misma devoción se puede vivir de dos formas tan singulares.

Son historias que se eternizan en la Historia: “Me lo contaron mis padres, y a mis padres mis abuelos”, rezaba la letra de unas sevillanas. Cuentan que en un cajón del tiempo se guarda una vieja foto de papel en blanco y negro, anterior a los móviles, cuando la única red social era el boca a boca. Muestra a un costalero de la Morenita que sostiene junto al varal a un hijo que aún no ha aprendido a hablar, pero que puede reconocer los acordes del “Himno grande”. No habla, pero ya es consciente de lo que significa el segundo domingo de mayo en Rute. Su padre lo ha aproximado a la Virgen de la Cabeza y llegará el día en que el hijo le hará sentirse cerca de su Morenita, mucho después de que dejara de llevarla sobre sus hombros durante un cuarto de siglo, día y noche, sin relevo.

Han pasado los años, y uno y otro han vivido esa riada humana del sábado por la tarde para la ofrenda de flores a la Virgen. O han visto cómo antes, por la mañana, el Llano se llena de menores jugando, porque en la naturaleza de estas fiestas está su alegría. Y es que, llegado el fin de semana, se palpa un hervidero de impaciencia por que amanezca el domingo y la Morenita salga a la calle. Cuentan que cuando se asiste a “la bajada” del altar de San Francisco muchos lloran de emoción: unos, por sus propias vivencias; otros, porque se acuerdan de quienes no pueden estar allí en ese momento para revivirlo.

Cuentan que en Rute se disfruta este día de la única romería urbana de Andalucía, que sus calles se engalanan para acompañar los cantos de los coros romeros, que hay emigrantes que llevan 25 años sin venir y se prometen que tardarán menos en volver, que todo el Barrio Alto es una fiesta, desde las calles Priego y Nueva al Paseo del Fresno, hasta llegar a los Cortijuelos. Cuentan que allí el tiempo se detiene y el corazón late con ritmo propio, el del himno “Morenita y pequeñita”, porque en esa cortijada de las afueras, cuentan, vivían aquellos caleros que hicieron posible todo esto.

Cuentan que este año se ha inaugurado la nueva casa de hermandad, un futuro museo para guardar el patrimonio de la Morenita. Que los costaleros de la mañana bailaron a la Virgen al son del “Himno grande”, y una bandada de palomas completó la coreografía entre pétalos y lágrimas. Y que los hermanos de varal de la noche no se resistieron a girar el trono al pasar por allí, para que la Virgen de la Cabeza viera otra vez la nueva casa. Y entonces se reavivó la alegría y no paró hasta el final. Porque la procesión nocturna tiene un aire más solemne, con las mantillas y la presencia de cofradías y autoridades, pero no pierde el tono festivo, con petaladas y cohetes en todo el recorrido.

Cuentan que el lunes se agolpan estas y otras imágenes en la retina. Se están procesando para convertirse en historias que se transmitan a quienes todavía no las sepan. Cuentan que en alguna esquina entre la calle Fresno y el Llano, entre los cohetes de la subasta de los regalos que se han llevado a la mesa, se cruzan los ecos de los cantos y los vivas del día anterior: “un murmullo surca el aire, qué pena que esto se acaba”, que diría la Salve. Son, en fin, historias que se cuentan; pero que cualquiera que las haya vivido al menos una vez las siente como verdad.

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