La hipocresía reciente de algunos representantes políticos de fama y alcance nacional me hace recordar la dejadez persistente que lleva a muchas personas de nuestro tiempo a confiar en la solución externa de sus problemas, manutención y salud. Mientras Occidente hace temblar el Estado de Bienestar desviando fondos públicos a rearmes organizados y agendas insostenibles e inalcanzables mediante buenas intenciones, la cruda realidad nos alecciona de que la deuda y el déficit engordan desmesuradamente hasta llegar a unas cifras que difícilmente van a dar la vuelta atrás, llevándonos a aceptar casi de forma obligada contratos comerciales que no siempre nos benefician, y a asumir unas prebendas bancarias usureras y abusivas con aquellos que nos fían o nos avalan, en nuestra supuesta y falaz necesidad. En relación con este desastre mantenido de planificación y gestión, la atención sanitaria actual ha cambiado rápidamente en nuestro país, y los que aún trabajamos en la parte pública, asistimos atónitos al desmantelamiento que sufre, intentando analizar algunas de sus causas, siempre complejas, y adelantarnos a las nefandas consecuencias, que vendrán, y que se están viendo como avanzadilla de una escasez real y de un desconcierto permanente. Sé que desde varias concepciones políticas polarizadas podrán no estar de acuerdo con lo que voy a argumentar, y asumo mi propia opinión como falible o posiblemente equivocada.
Supongo que ya se han dado cuenta de que el tiempo de espera hasta que se atiende por parte de los especialistas del hospital ha aumentado, de que las pruebas complementarias se eternizan, de que los puestos de urgencias no se cubren siempre en la totalidad, de que faltan muchos días más de la mitad de los médicos de Atención Primaria, e incluso, de que da la sensación de que las consultas están vacías. Esto último es erróneo en los centros de salud, porque los médicos estamos, pero rellenando documentos o atendiendo a pacientes por teléfono. Toda esta inacción no ocurre de la noche a la mañana. Desde hace muchas décadas no se ha tenido en cuenta en España que los médicos se jubilan e incluso morimos, y que, si no se abren las facultades para preverlo, indefectiblemente mermarán los mismos. No se tuvo en cuenta y no se tiene aún, que, si los contratos que se hacen son abusivos e incluso esclavistas, algunos se irán a otros lugares donde sean tratados mejor. Se olvida que las mentiras continuadas hacen desconfiar de una administración insolente, fría, lejana, mendaz y fullera, que intenta ofrecer los mejores servicios, siempre de forma interesada en la búsqueda de los votos para mantenerse en poltronas embellecidas de un poder ficticio, inmerecido muchas veces. Y creo que desconocen que los mismos centros de formación, las facultades, se convierten en organismos elefantiásicos de autocomplacencia, y, bastantes veces, adolecen de programas jurásicos no adaptados ni a las necesidades actuales ni al propio desarrollo de los estudiantes. Teniendo en cuenta este histórico maltrato a los médicos en este país, ha surgido sobre todo en los últimos años un elemento que ha modificado de forma sustancial, y tal vez de manera irreversible, el ejercicio de la medicina. Me refiero a la entrada global y fuerte de las empresas privadas, y de la posibilidad de que los médicos ejerzan, con mejores condiciones laborales, mejor salario y mayor consideración y respeto su ejercicio profesional. Habrá quienes piensen incluso que lo anterior debería prohibirse, desde sus planteamientos intervencionistas y totalitarios, contrarios a la propiedad privada y a la elección libre, en la cual ellos ni siquiera creen en la práctica, como vemos todos los días cuando los hechos se alejan años-luz de sus palabras. Para ellos, los médicos deberíamos estar atados, con malos contratos, de forma continua, y atenazados además de amenazados, para que la sumisión y la obligación se conviertan en un continuo de sometimiento al poder. Yo he vivido esa situación durante muchos años, con contratos por horas, sin posibilidad de opositar y sin que existieran concursos de traslados. Tampoco la medicina privada es una panacea. Con el tiempo, con un desarrollo parecido al del palo y la zanahoria, llevará a la competencia, y ésta a la competición por conseguir mejores resultados ante la empresa, que se convertirá a la vez en divisoria para los empleados con el objetivo de mejorar sus beneficios. Empresas de medicina privada atraen profesionales del sector público y buscan beneficio económico mientras que la sanidad pública persigue beneficios en salud con el mínimo coste.
Queda por describir el ejercicio completamente privado de la medicina, en el cual el profesional no depende de ninguna compañía ni hospital privados y atiende por sus medios a los pacientes. No tengo nada que objetar a esta situación, porque nadie está obligado a elegirla. Mi experiencia me demuestra, que la mayoría de las veces, se aprecia la ética médica, acompañada de conocimientos, pero no siempre, y también me doy cuenta de que algunos anteponen el pecunio a la calidad, y la palabrería a la idoneidad, cambiando tratamientos habituales de los pacientes para justificar lo que cobran, e incluso añadiendo otros sin evidencia demostrada o contraindicados, por no tener en cuenta que los pacientes son algo más que la causa por la cual los atienden.
Ante este panorama me pregunto: ¿qué puede hacer una persona que se sienta enferma? Obviamente, aún es posible acudir a su médico o a urgencias dentro de unos plazos razonables, y desde ahí buscar la orientación, porque el inicio de la búsqueda de una solución no puede partir de la superstición, la charla infundada, la vecina que comenta, o las redes sociales alarmistas e indocumentadas. Y esto se lo recomiendo también a personas que por su condición laboral o pertenencia a ADESLAS, MUFACE, ISFAS u otras compañías, puedan acudir asiduamente a los especialistas desde el principio, ya que hace falta un pequeño director de orquesta que los conozca y los tenga en cuenta como conjunto, y como persona, no sólo como un órgano o aparato. Aunque no se lo crean, después de las vacunas y el acondicionamiento de la salubridad del agua potable y residual, tener siempre el mismo médico de familia es lo que consigue disminuir de forma más notoria la mortalidad. Prescindir del que te conoce y te trata con frecuencia origina innumerables pruebas, tratamientos y recomendaciones innecesarios. Después, en función de las necesidades, se derivaría a un especialista hospitalario o no, o incluso se recomendaría que acudiesen a algún servicio privado para adelantar pruebas o diagnósticos que se demorasen. Obviamente, yo respeto por encima de todo, la decisión de cada persona y si elige acudir por su cuenta a algún profesional por circuito privado no tengo nada en contra. Tal vez yo tenga el sesgo de ser defensor de la sanidad pública de calidad.
Me gustaría comentar ahora otras cuestiones muy importantes para usar bien los servicios sanitarios, asumiendo que son y serán cada vez más deficitarios en el acceso libre. Por ejemplo, en temporada de catarros, tengo que volver a decir que los resfriados se quitan solos en una semana, que los mocos verdes o la fiebre no indican necesidad de antibiótico y algo que olvidamos, la gripe y los resfriados se contagian por el aire. Si estamos cerca de alguien que la tenga, posiblemente la cogeremos. Todavía se pueden utilizar las mascarillas para prevenirla, sobre todo en ambientes concurridos. Las diarreas se pegan al tocar algo que ha tocado el que la tiene por descuido, pero no por el aire. El frecuente lavado de manos disminuye la incidencia de ambos cuadros. El dolor crónico o de la artrosis no se quita, pero no siempre es el mismo, empeora con el frio y otros factores y mejora después. La duración del dolor es variable. No todas las personas pueden tomar los medicamentos que ayudan más a aliviar el dolor. Las que padecen del corazón, del riñón, de hipertensión o diabetes, deben evitar los antiinflamatorios, por ejemplo. Y las vacunas de la gripe y del covid siguen siendo buenas para aquellas personas en las que están indicadas. La del covid también. Desde la ciencia, tenemos que huir de aquellos “conspiranoicos” y de la habladuría equivocada que no la aconseja. Si no hubiéramos tenido la vacuna durante la pandemia, iríamos muchos más a los cementerios en estos días para ofrecer flores a parientes y amigos. Ya hubo demasiados, para seguir desconfiando aún de un notable avance que hemos conseguido gracias a la tecnología.
Añadiré también, que olvidamos nuestra responsabilidad a la hora de prevenir y disminuir las enfermedades más prevalentes de nuestro tiempo. La falta de ejercicio, el sobreúso de los móviles, estar mucho tiempo sentados, descuidar la alimentación, engordar, fumar y abusar del alcohol y de algunos alimentos, sobre todo azúcares y grasas, conducen a la diabetes, hipertensión y aumento enorme de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. El abuso de antibióticos, muy demandado en nuestra zona, llevará a que cuando verdaderamente hagan falta habrán perdido efectividad, teniendo en cuenta además que en la actualidad se están desarrollando muy pocos antimicrobianos nuevos. El consumo elevado de pastillas para dormir y para la ansiedad nos provocará algo más de sosiego a corto plazo, pero evitará que intentemos resolver la causa, y asumir, que muchas veces la ansiedad y el insomnio, no son sino un aviso de que nos sometemos a un estrés excesivo e innecesario, que hay que atajar en el origen y no en la consecuencia. Además, debo recordar que estas pastillas pierden efectividad con el tiempo, requiriendo aumentar la dosis, lo que provoca más efectos secundarios, como atontamiento y somnolencia excesiva, aumentando la posibilidad de caídas y de demencia. No debemos medicar los problemas ni los enfados, sí la enfermedad. Asumir lo que nosotros podemos hacer, en un futuro próximo en el que las prestaciones sanitarias gratuitas disminuirán, es un baluarte de salud que se debe potenciar todos los días. No hablaré del abuso de los sistemas sanitarios por temas baladíes, porque creo que no me corresponde.
Recordaré también la idoneidad de distribuir más aparatos DEA (desfibriladores automáticos) en varios lugares públicos, incluido este pueblo, que la gente sepa dónde están, y que se enseñe y aprenda a usarlos. Se debe reforzar la importancia de la atención de los iguales, familiares o vecinos hasta que llegue la asistencia sanitaria.
Sé que antes o después, a los médicos de Atención Primaria nos dejarán a los pies de los caballos, exigiéndonos una dedicación, horarios y resultados que no podremos asumir. Nosotros también somos personas que necesitan descansar para poder rendir, y que sufrimos y enfermamos. Dormimos habitualmente mal, debido a las guardias, y muchos morimos jóvenes, por los efectos deletéreos de un estrés continuado.
Espero que no lleguen nunca o que se retrasen el máximo tiempo posible los algoritmos de inteligencia artificial en los centros de salud, que nieguen la necesidad de atender a las personas por los médicos de cabecera y nos sustituyan por una voz fría que no nos dé las manos, no nos dé los buenos días, no nos mire a la cara, nos hable con un timbre impostado y decida sin explorarnos, porque, estoy convencido de que los errores tenderán al infinito. Hoy por hoy, un robot no puede escuchar empáticamente, no puede ofrecer respeto y no puede comprender el alma de una persona, un enfermo o un amigo. No puede sentir como un humano, simplemente porque no es humano. Y ningún programa informático podrá sustituir los sentimientos y emociones humanas, aunque ya se esté trabajando en ello.
Recordar la película El Séptimo Sello, del siempre difícil de entender Ingmar Bergman, me lleva a meditar sobre lo que podemos hacer para retrasar el final de la partida en que la parca siempre nos da jaque mate, y no puedo dejar de pensar en que nuestro autocuidado es el conjunto de peones, cultivar el entretenimiento sano son nuestros caballos, hallar apoyo y consuelo en familiares y amigos representaría nuestros alfiles, conseguir una independencia que nos aleje de la opresión construiría nuestras torres, y poder amar, siendo felices con ello, nuestra reina. A pesar de todo eso, ya que se va olvidando recitar el “Don Juan Tenorio” en estas fiestas, pediré, cuando irremediablemente pierda la partida, que no me paseen por la calle al mismo tiempo que otros celebren con máscaras oscuras la fiesta de Halloween…
¡DESTACAMOS!
















