El Festival de Ballet se desprende de etiquetas

  • En su vigésimo tercera edición se ha centrado de forma exclusiva en el alumnado de Rute, al tiempo que profundizaba en el mestizaje de géneros de baile


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María del Mar Somé se reafirma en el mestizaje. Aunque el XXIII Festival de Ballet Clásico mantiene ese adjetivo localizador, hace mucho que la profesora de la Escuela de Danza pivota con su periscopio artístico a todo tipo de géneros. Con él echaba el cierre el 28 de junio el curso académico en el teatro al aire libre Alcalde Pedro Flores. Días antes se había clausurado la parte instrumental con las audiciones de la Peña Flamenca. En ambos casos, el balance es más que satisfactorio para su máximo responsable, Carlos Aguilera. Idéntica opinión sostiene la profesora, que tan sólo lamenta seguir hablando en femenino de su alumnado, con una representación de nuevo testimonial de varones. De las setenta matrículas que ronda la escuela, este curso sólo ha habido dos chicos.

  • El número final mostró el baile como ese instinto primigenio que lleva al ser humano a expresar lo que siente a través del movimiento

Es un lunar (ajeno) en una escuela cuya puerta no traspasan los prejuicios. Lo reconoció la concejala de Cultura, Ana Lazo, ensalzando la figura de Somé. En cada edición abre nuevas fronteras a los sentidos a través de la melodía y el movimiento corporal. Si la música tuviera color, el repertorio habría orecido una policromía similar a la del escenario recreado en el teatro. Con tiras de plástico y mucha imaginación, reflejaba el trabajo anónimo que arropa la puesta en escena. Ese envoltorio visual albergó once coreografías, menos que otras veces, porque sólo estuvo presente el alumnado de Rute.

Paradojas del arte, en su versión más local el festival ha ampliado más aún el crisol de géneros que Somé teje en cada baile. La profesora sumergió a sus alumnas en las aguas atlánticas para empaparse de los ritmos de Cuba (con Celia Cruz) y Brasil, con samba y la “Lambada”. También del otro lado del océano llegaba el tango y hasta el “Calypso” de Luis Fonsi. Pero si las palabras ballet y clásico van ligadas más allá del nombre del festival, había que hacer honor a tal adjetivo en la figura de Johann Strauss y dos de sus populares polkas. También tenía ese toque el guiño a dos bandas sonoras emblemáticas: “La lista de Schindler” y “Titanic”, sazonada ésta de aires celtas.

Como marca de la casa, el colofón supondría el cénit de la noche, con mezcla de niveles incluida. Con Hevia, el reinventor de la gaita, y su “Busindre Reel” sonó la voz de la tierra. Cual tigresas dando zarpazos artísticos, las alumnas de nivel medio y avanzado se erguían del suelo para liberar el baile como instinto, ese instinto animal primigenio que lleva al ser humano a expresar desde sus entrañas lo que siente a través del movimiento. Quedaba el saludo final y la despedida a las que dejan Rute en busca de la Universidad. Se les dijo hasta siempre con otra banda sonora, “Forrest Gump”. Como la pluma que vuela al viento desde el libro del pequeño Forrest, sus vidas volarán lejos de la escuela, pero con sus páginas impregnadas. Con esa idea se brindó  bailando al ritmo de Soraya “por el nuevo día”, el que traiga la savia de quienes den el relevo a las que ahora se van.

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