Familias

Leo con estupefacción un artículo que afirma que la institución —de instituciones, añado yo— que es la familia sobrevive en crisis los últimos tiempos. Quedo completamente anonadado cuando pienso en la palabra crisis. Busco en una web de etimologías su origen que reproduzco aquí: «La palabra crisis viene del griego krisis y este del verbo krinein, que significa “separar” o “decidir”. Crisis, así, es algo que se rompe y, porque se rompe, hay que analizarlo. De allí, el término crítica que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio, y de allí también criterio, que es razonamiento adecuado. La crisis nos obliga a pensar y, por tanto, produce análisis y reflexión.» Cuánto amor guardo, por cierto, a mis clases de Latín y Griego que tanto conocimiento del mundo me dieron.
Empecemos entonces diciendo que si la familia «está en crisis», como decía dicho artículo, podemos estimar que es algo que se rompe, primero, y luego algo que haya que analizar. Por eso, ahora me planteo la posibilidad de sobrentender que se omitiera información en aquel artículo. El modelo que se rompe, digo yo, era aquel que defendiera desde un primer franquismo Pilar Primo de Rivera, quien fue nombrada por Franco como Delegada Nacional de la Sección Femenina. Su modelo de familia—como afirma la investigadora y doctora en Historia Contemporánea, Begoña Barrera—, estaba basado a su vez en un patrón femenino cuyo canon emocional obligatorio resultaban ser el sacrificio, la abnegación y el silencio. Y, sin embargo, muchas de las mujeres que vivieron el franquismo habían sido educadas en otra libertad que comenzaba a abrirse. Sobre esto decía Almudena Grandes que nuestras abuelas solían ser más modernas que muchas de las madres de la generación de la suya, puesto que, sin haber sido este país nunca el adalid de las libertades, habíamos pasado de ser aquel donde Josephine Baker pudo haber bailado únicamente con su falda de bananas, a convertirnos en uno donde se impondría la misa, el recato más monacal y la violencia estructural contra todo lo que se saliera de la norma. Por tanto, sí, en aquel artículo donde se hablaba de «la crisis de la familia en la actualidad» me gustaría entender que el único modelo en crisis es aquel basado en la tradición más rancia.
Solo si entendemos el modelo familiar no como un constructo indivisible que imita lo religioso, sino como un conjunto de personas unidas a través de lazos afectivos y de cuidado, entenderemos que el modelo de familia es plural, abierto y moldeable según las circunstancias que se plantean en una democracia del siglo XXI. Esto lo digo desde la vertiente profesional de educador que se enfrenta diariamente a numerosos tipos de familias, que debe entender las circunstancias de su alumnado y que, en muchas ocasiones, es capaz de asumir que no todos los niños y niñas tienen no ya papás o mamás, sino tan siquiera un núcleo de protección y cuidados. Es por eso que en muchas ocasiones, usamos la palabra «familias» para referirnos a su realidad. Es por eso además que celebrar el día de las familias sería más adecuado que celebrar el día de la madre o del padre. Pero claro, las implicaciones políticas que se presuponen al decir esto van a imponerse siempre, incluso, a la protección del alumnado. Y no, para nada es así. Les puedo asegurar que la realidad de un instituto público —es decir, del presente y del futuro— está siempre apoyada en equipos educativos que están en contacto constante con el mundo que rodea a nuestro alumnado, ya sean sus padres o madres, los profesionales de instituciones como la Fundación Juan de Dios Giménez, abuelos y abuelas, tíos y, algunas veces, hasta vecinos que se han convertido en refugio o simplemente en familia.
En otro orden de cosas, y para terminar, el artículo aquel hablaba de «soluciones drásticas» para referirse a la separación de un matrimonio o al aborto. Como si en la realidad en que vivimos, no hubiéramos asumido ya que muchos de aquellos matrimonios que duraban toda la vida —y que tanto empeño se pone desde instituciones reaccionarias en que así vuelvan a ser—, en ocasiones también escondían situaciones de sometimiento o de silencio. Y claro que siempre hubo familias estupendas, no me vayan a poner el punto sobre esas íes. Pero no nos engañemos, todos recordamos aquellos reportajes de “mi marido me pega lo normal”. Muchas mujeres huían de sus padres para refugiarse en sus maridos, y a veces encontraban una cárcel aún peor. Y entonces, se les negaba el divorcio. Sacrificio, abnegación y silencio, que diría Barrera. Ojo, a ellos, a los hombres, también se les negaba. Casarse también podía convertirse en una cárcel para cualquier hombre que ya no se entendiese con su pareja. Una solución drástica no fue entonces el divorcio, porque no existía, sino seguir adelante con una farsa que hacía aguas por todas partes y que, para colmo, mostraba a los hijos una forma de relacionarse en pareja que nada tiene que ver con salud mental. ¿Solución drástica ahora? Lo drástico sería hacerle ver a mucha gente que, en un mundo civilizado, puede haber divorcios y seguir manteniéndose el afecto y el respeto mutuos, que muchas personas han aprendido a tener otro tipo de familia y, sin embargo, a ser personas con emociones en orden precisamente debido a que hay muchos tipos de divorcio. Y en cuanto al aborto, es que me resulta harto imposible pensar que quien toma esa decisión lo haga como una cuestión trivial. Yo no sé qué imagina mucha gente —bueno sí que lo sé, porque de hecho lo gritan en periódicos y televisiones, pero también frente a las clínicas—. ¿No queda claro de una vez que si una mujer toma esa vía es porque el resto le son todavía peores o, simplemente, porque ejerce un derecho de voluntad contemplado por la ley y por la ciencia?
**Adenda: Mientras concluyo este artículo, salta a las noticias que Ana Obregón acaba de comprarse un hijo en EEUU. Definitivamente, si hay algo en crisis no es la familia sino el modelo capitalista capaz de devorarlo todo. Si hemos llegado al punto en que hasta los seres humanos pueden venderse y comprarse —aunque de esto ya nos enseñó algo el franquismo—, es que definitivamente algo se ha roto y necesitamos, desde el sosiego, una profunda y conjunta reflexión como sociedad.

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