-
Su cámara captó la efervescencia cultural de la Córdoba de los 80 y retrató a artistas de la talla de Ana Curra, el guitarrista Vicente Amigo o el cantaor Enrique Morente

El pasado viernes 6 de junio fallecía a los 60 años Juan José Romero. Nos dejaba cuando aún estaba vigente su última exposición “La sobra al acecho”, en la galería “La Inaudita” de la capital cordobesa. Allí mismo se tributó un postrero homenaje a un artista único, inclasificable y sobre todo con voz, o mejor dicho, mirada propia. Nacido en Rute en 1965, creció culturalmente en la Córdoba de los 80. La capital tuvo su propia “Movida” con locales de referencia. Si en Madrid tenían el “Penta” (Pentagrama) como pub epicentro de las nuevas tendencias musicales, en la Judería tenían el “Varsovia”. Y allí Juan José fue cronista visual de un tiempo irrepetible.
De Córdoba daría el salto a otras tierras a partir de su exitosa participación en la revista “Boronía”. Artistas como Ana Curra (Parálisis Permanente), Los Evangelistas (proyecto paralelo de Los Planetas y Antonio Arias, de Lagartija Nick) o el cantaor granadino Enrique Morente se pusieron delante de su objetivo. También lo hizo el guitarrista cordobés Vicente Amigo. Su disco “Tierra” lleva las imágenes captadas por la cámara del fotógrafo ruteño.
- Sus fotos reflejan los demonios internos de su adicción a la heroína, pero también tienen la luminosidad de alguien con una gran pasión vital
Juan José siempre tuvo una mirada especial, particular. Su primera tentación fue expresarla a través de la pintura. Sin embargo, pronto descubrió que le faltaban cualidades para extrapolar esa pasión primigenia al pincel. En cambio, podía canalizarla con unas lentes y un carrete. Aun así, en sus fotos siempre quedó subyaciendo la huella de su afición a la pintura. No deja de ser llamativa esa querencia en alguien que solía expresarse mejor en el blanco y negro. En la escala de grises el ruteño encontró la forma de expresar sus contradicciones interiores, sus luces y sus sombras.
Su adicción a la heroína le convirtió en cronista del lado salvaje. Sus imágenes reflejan sus monstruos internos, a la vez que encierran la luz de la esperanza por salir del agujero negro. “La sombra al acecho” es parte de esa experiencia vital que le llevó a estar en más de una ocasión en “Proyecto hombre”. También “Los días oscuros”, que se pudo ver el año pasado en Iznájar, recogía esa última etapa creativa más intimista y sombría. Son sólo algunas de las más de cincuenta exposiciones individuales y colectivas que protagonizó, amén de sus incursiones en el fotoperiodismo, con colaboraciones en medios como Diario CÓRDOBA. No es una cifra anecdótica para alguien que, paradójicamente, nunca se consideró un gran fotógrafo.
Como se ha dicho en estos días, la fotografía fue su droga más dura, pero también su redención. Sus instantáneas muestran a un ser atormentado por sus propios demonios, pero también lleno de sensibilidad y amor a la vida. La cámara era un vehículo para trasmitir esa pasión vital. Con la fotografía se sentía feliz, ya fuera practicándola o enseñándola en los talleres en los que tanto se volcaba. Se va la persona, pero queda un impresionante legado que, por derecho propio, es parte del patrimonio cultural de Rute. El pueblo ha perdido a uno de sus creadores más singulares.