En general, soy partidario de esa pedagogía que dice que se aprende más haciendo que memorizando. De hecho, entiendo que para cualquier ocasión todos llevamos un ordenador en el bolsillo que es a su vez la mejor de las enciclopedias, una potente cámara, una linterna, una televisión y mil cosas más. Pero, ¿cómo se enseña la curiosidad? «Si solo se recuerda la emoción de las cosas», como decía Antonio Machado, ¿cómo hace un profesor de Literatura para que después de tres semanas analizando sintácticamente oraciones les importe qué es un soneto? Aunque me esfuerzo mucho por intentar comprender a mi alumnado cada año, siento que la única forma de que aprendan es provocar un encuentro con el abismo, con lo que antes era un campo de teoría y ahora se les propone como un proceso práctico y didáctico que además tendrán que resolver con más dudas que certezas. Si tienen todas las posibilidades, aunque a veces ni siquiera lo sepan, lo lógico es que empiecen a usarlas.
Hace unos años, en los institutos comprábamos las fotocopias —porque ni los libros se detenían tanto— de la asignatura donde durante páginas y páginas se nos mostraba qué era la métrica, cómo la habían usado otros y cómo analizarla en un fragmento. Es cierto que se hacía cuesta arriba, que nada importaba de quién fuera el poema o qué metáforas usaba, porque nos limitábamos a hacer un análisis que nada tenía que ver con el uso de la razón crítica. Nadie se detuvo quizá demasiado a enseñarnos a leer un poema, a escuchar la cadencia rítmica que lo soporta, a pronunciarlo en voz alta, a entender que es el lector con su experiencia y no el poeta quien termina una obra. Por supuesto, no estoy restando valor a la estética formal, pero ¿no sería más adecuado enseñar a disfrutar primero? Leer a Lorca o a Cernuda debería ser de un deleite asegurado o, incluso, como diría el segundo, un placer prohibido.
Hace varios años que digo a mi alumnado de ESO —les recuerdo, de los 12 a los 16— que escribir un soneto es una tarea tan compleja que debería poder bastar para aprobarles una asignatura que se llame Lengua Castellana y Literatura. En principio se quedan solamente con el soniquete: ¿aprobar por escribir catorce líneas? Suelo dejarlo en el aire, pero también repetirlo en varias ocasiones. Es en una de esas cuando alguna voz suave me pregunta: Pero, ¿de verdad nos aprobarías por escribir un soneto? Yo vuelvo a recalcar que por su complejidad, escribir un soneto perfecto debería bastar para aprobar la asignatura. Pero es ahí cuando comienza la cascada de intentos. En cada clase al menos recibo dos. Sobre todo en aquellas donde la motivación flaquea, donde el aburrimiento que producen a veces la gramática y la historia de la literatura hacen especial mella. Es en esas clases donde, al menos yo así lo veo, hay que intentar escribir sonetos.
Siempre les resulta fácil al principio, sacan el primer cuarteto y quieren venir a enseñármelo, a preguntar si han tenido algún fallo. Pero no saben contar sílabas métricas. Les insto a revisar la parte del libro donde se explica y a preguntarme lo que necesiten. Luego, algún diptongo o algún hiato les juega una mala pasada y sobra o falta alguna sílaba. Les indico la parte del cuaderno donde hicimos el esquema y entienden que deben cambiar alguna palabra. Pero entonces el sujeto se descuadra, no funciona y queda un mensaje torpe. Les digo que tienen que ampliar vocabulario, leer a otros poetas. Les recomiendo revisar a algunos, ver cómo hicieron lo que ahora están haciendo. Vemos y comentamos algunos ejemplos clásicos pero sin ningún orden más que el que marquen sus gustos. Les pregunto por sus temas, ¿habéis elegido un tema sobre el amor o la muerte? Les enseño esos versos de García Montero donde dice: Nadie olvide los tiempos pero nadie se engañe: / Al final solo importan el amor y la muerte. Pues a pesar de ello, han encontrado temas que les son cercanos, que me sorprenden y me emocionan. Han logrado encontrar algo que es digno de enmarcarse en un poema. Y ahí ya hemos llegado a un punto de no retorno.
Llegados aquí, no todo el mundo mantiene firme su motivación. Pero son muchos los que durante meses se han empeñado en sacar adelante un soneto. Muchos y muchas consiguen entregar unos versos con la suficiente dignidad como para, además, comprender que este empeño les ha hecho llegar lejos, aprender voluntariamente, educarse el gusto en la diversidad de temas y formas, etc. Al final, evidentemente, este empeño también les llevó a leer con otra profundidad, a recordar lo importante: que la Literatura es emoción, propia y ajena. Con todo, escribir un soneto les sirve para aprobar porque no suele ser en vano todo este viaje que han hecho en solitario y en compañía de un profesor que les ha orientado. Y eso, en los exámenes, también se nota.