En una presentación de mi novela, María, una estudiante muy joven hija de un buen amigo y compañero, me preguntó si tenía algún consejo para alguien que comienza a escribir. A mí, que recién comienzo a publicar. Como en aquel momento no supe demasiado bien qué contestarle más que alguna cantidad considerable de obviedades, vengo a exponerle en este artículo algunas razones más que puedan ayudarla a empezar en esta tarea de poner negro sobre blanco. Esto, por supuesto, me llevó a preguntarme a mí mismo por qué escribo. Este artículo es resultado de esta pregunta, para consejo de María y de tantos otros y otras que, desde muy pequeños tienen claro que algo habrá que decir.
Escribo porque un día me quedé solo en una oficina, porque odio aburrirme y porque escribir es lo único que podía hacer en aquel lugar para quitarme el aburrimiento. Escribo porque escribir es un arte que se cultiva lento con el tiempo y las lecturas, y lo segundo es mi verdadera pasión. Escribo porque un día quise ser como Elvira Lindo pero al contrario: un niño que escribía cosas de personas adultas. Escribo porque encontré un artículo como este de Javier Cercas y lo tengo en una pared de mi escritorio desde los dieciséis. Escribo porque lo necesito algunos días y otros odio necesitarlo. Escribo porque escribir me calma muchas veces y cualquier psicólogo te lo diría. Escribo precisamente porque no me es imprescindible, y puedo vivir sin escribir —el silencio de cualquiera es también muy elocuente—. Escribo porque amo enfrentarme a una página en blanco como otros aman el precipicio. Escribo porque una vez escribí una carta de amor y vi un brillo especial en sus ojos. Escribo porque necesito decir no a las guerras. Escribo porque conocí a un escritor que me cambió la vida y ahora no me recuerda. Escribo porque a veces tengo muy claro qué quiero contar. Escribo porque en muchas ocasiones las palabras que decimos apestan a cerrado y hay que elegir nuevas palabras y nuevas formas de decir incluso lo de siempre. Escribo porque escribir es el oficio de las personas que más admiro y de algunos que no tanto. Escribo porque mis abuelas no sabían leer ni escribir. Escribo porque donde dije «no sabían» puedo decir «no las dejaron aprender». Escribo porque algunas veces solo encuentro las palabras en el silencio y otras veces en el ruido, todo depende de lo que quiera encontrar. Escribo porque nunca supe dibujar y si hubiera sabido, habría dedicado mi vida a otra cosa. Escribo porque me gusta un poco más que la cocina, pero menos que comer. Escribo porque a quien soy hoy le dijeron muchas veces que se quitara los pájaros de la cabeza. Escribo frente a la desilusión. Escribo porque los niños de pueblo pequeño también tenemos algo que contar. Escribo porque no sé cantar, pero si hubiera sabido otro gallo cantaría. Escribo porque a veces las cosas queman por dentro. Escribo, eso sí que sí, no para tener la última palabra, sino para gritar la que es mía. Escribo porque muchos antes que yo callaron. Escribo para imaginar. Escribo para soltar la realidad que a veces me carga. Escribo para un lector imaginario que a veces se parece a ti y otras veces es terrible y no me deja en paz poniendo pegas a todo. Escribo porque a mí lo que me gusta es, como dice mi amiga Alba Carballal, no escribir sino haber escrito. Escribo porque una vez me encantó leer El corazón helado de Almudena Grandes. Escribo porque también es mi forma de perder el tiempo. Escribo, ¡claro!, para que otro me lea. Escribo porque antes tuve, creo, la capacidad de escuchar. Escribo porque escribir se inventó para recordar. Escribo para crear personajes con los que al final acabo conviviendo. Escribo para entenderme a mí mismo intentando explicar a otros. Escribo porque leo. Escribo porque me gustaría leer lo que escribo. Escribo para que me entiendan algunas veces. Escribo para apartarme el tedio y la ansiedad. Escribo para dar ritmo a cosas que no lo tuvieron. Escribo porque puedo decirlo todo en boca de otros. Y ahora que lo pienso, no sé si escribo para exponerme o para esconderme. Escribo porque me gusta pararme a pensar en silencio antes de decir nada. Escribo porque una vez una profesora me prestó El diario de Ana Frank y aprendí a mirar por esta ventana. Escribo porque Borges decía que esta conjunción de veintiocho letras provocaba limitadas conjugaciones y algún día esto se acabaría. Escribo como otros empiezan a fumar, a escondidas y en solitario, como un vicio. Escribo porque este vicio ha costado la vida a muchos. Escribo por Pasolini, por Cernuda y por Merini. Escribo por Galdós, por Góngora y por García Lorca. Escribo hasta por Miguel de Molina, que no escribía pero en verdad es justo y necesario. Escribo para decir desde dónde escribo. Escribo para repetir lo que ya dijo Marianne Hirsch, que necesitamos una inversión de futuro, pero ha de ser con la perspectiva de que una revisión del pasado nos permita uno más justo. Escribo también porque ya lo escribieron otras voces. Escribo porque otros no pudieron ni decir, cuánto menos escribir. Escribo porque no nos hacía falta otra guerra en el mundo. De nuevo, escribo para que las víctimas mantengan una historia que era suya. Escribo para maldecir los conflictos armados. Escribo para gritar nunca más. Escribo porque jamás entenderé el imperialismo. Escribo porque termino este artículo en el día de Andalucía y se me vienen a la boca las palabras paz y esperanza —también emigración, juventud, futuro y desempleo—. Escribo porque quisiera alzar la palabra como una bandera que tremolase al viento. Escribo frente al grito. Escribo contra sus armas. Escribo desde la incredulidad. Escribo desde mi única fe, el diálogo. Y, finalmente, escribo muchas veces, muchas, para mí solamente.
¡DESTACAMOS!